Alguien llenó ese vacío que las lágrimas dejaron. Se coló como un suspiro en lo más profundo de mi corazón envolviéndolo pocona poco.
Para cuando me di cuenta ya estaba preso, rodeado de cariño, enamorado.
Abrí los ojos para ver esos pequeños trozos de cielo que hacían que su mirada me volviera loca. Me di cuenta de que no quería separarme jamás de esas adorables pecas, o de ese pelo tan suave, de esa pequeña nariz o esos labios rosados. Y tuve miedo, miedo y deseo, locura.
Miedo a que él no sintiera lo mismo, deseo de que me estrechara entre sus brazos para no soltarme.
Locura, locura por morir de las ganas de rozar sus labios, locura por estar dispuesta a aguantar el miedo con tal de tenerle a mi lado.
Y ahora ¿qué? Ahora sigo sin poder soportar que sus brazos me suelten, sigo sin aguantar el simple hecho de decirle adiós, sigo sin aguantar no tener los pedazos de cielo que son sus ojos mirándome.
Me entristezco por tonterías, me enfado con él incluso sin que lo sepa, me muero de celos. Y me da igual. Porque sé que está deseando entrelazar sus dedos con los míos y sé que no se olvida se mi. Sé que hace todo lo que puede por ayudarme y sé que se preocupa por mi, y también, sé que sin él yo no podría ser yo. Yo no podría ser.
Jamás podre corresponderle todo, todos sus ánimos, su manera de confiar en mi, sus palabras de aliento. La verdad es que no creo que yo esté haciendo nada parecido por él, aunque lo haría.
Sencillamente me muero de ganas de revolverle el pelo y refugiarme entre sus brazos sintiendo su corazón. Sientiéndome protegida y libre. Sintiéndome yo.