Oportunidades

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Mulán y Shang siguieron en silencio al Sr. Occidental por el bosque, y ninguno de los dos pudo evitar notar cuán familiarizado parecía con el lugar. Como un hombre caminando tranquilamente por su casa.

Resultaba escalofriante.

  —Oye —preguntó la chica, cuando no pudo evitarlo por más tiempo—, ¿cuál es tu nombre?

Él le dio un vistazo de soslayo, con una sonrisa irónica, como si la pregunta le resultase extraña. Ellos no lo sabían, pero en realidad aquel hombre había sido reconocido por todas las calles de Inglaterra antes de marchar hacia ese horripilante lugar en busca de la cura que ansiaba. La gente solía verlo por las calles y huir sin miramientos. Como si lo que padecía fuese a contagiárseles con permanecer lo bastante cerca.

No, en realidad él nunca había tenido que decir su nombre antes. Pero repentinamente le parecía que no le pertenecía más. Él ya no era aquel sujeto enfermo. Era alguien nuevo, y como tal, merecía un nuevo nombre.

Así que, con una irresistible sonrisa se limitó a responder—: Pueden llamarme Thomas.

Mulán entornó los ojos, suspicaz, pero al Capitán Li pareció no importarle.

Luego de algunos minutos de tenso silencio, Thomas se detuvo y deslizó sus fríos ojos a su alrededor, para asegurarse de que nadie pudiese verles. Esa región solía mantenerse libre de espectros, porque generalmente los hombres no se alejaban tanto de la estructura, e incluso esos monstruos eran lo bastante listos para mantenerse cerca de su alimento durante el día.

Él golpeó el grueso muro cubierto de musgo frente a él un par de veces y, un minuto después, casi por arte de magia, la roca fue removida apenas una distancia suficiente para que pudiesen pasar.

El Capitán y Mulán mantuvieron sus semblantes tranquilos, aunque por dentro estaban claramente impresionados. ¿Cómo había hecho ese hombre para crear un escondite tan ingenioso para mantenerse lejos de los espectros? ¿Quién era él realmente?

Thomas se hizo a un lado, haciéndoles un gesto cortés para que se adelantaran, como todo un caballero.

 —Después de ustedes.

El interior estaba burdamente cavado, pero no por ello resultaba menos impresionante. Había la suficiente luz para que pudiesen ver su camino sin tropezar, pero estaban seguros que por la noche debía pasar desapercibida. Era el escondite perfecto.

En realidad, estaba tan oscuro que no se dieron cuenta de la persona oculta en las sombras hasta que ella dijo—: Veo que has tenido éxito, Q —Dio un par de pasos adelante, de modo que únicamente la mitad de su rostro resultase visible, en un juego de luces y sombras. Tenía grandes ojos celestes y piel morena, y a pesar de que su cabello era perfectamente blanco, lucía increíblemente joven. La mujer pareció analizarlos con curiosidad un momento antes de agregar—: ¿Qué te hace pensar que podemos confiar en ellos?

Thomas empujó la roca de vuelta a su sitio luego de que los tres hubieran pasado, y luego se giró nuevamente a ella, con una sonrisa perezosa, pero con los ojos vivos. —El pequeñín ha asesinado a uno de ellos. Y el grandote parece valiente, aunque algo estúpido. Supongo que no podíamos esperar más de un soldado de Quin Gaochí. Me parecen lo bastante buenos —hizo un gesto con su pulgar hacia el exterior—. Todos los demás allá afuera están llorando y peleándose entre ellos.

La mujer de cabello blanco se encogió de hombros y comenzó a caminar hacia el túnel sin darles un segundo vistazo. Mulán la siguió un segundo después, pareciendo hacer el ruido de una máquina de vapor en comparación a la chica. Se detuvo. Dio un par de pasos más, y el horrible sonido hizo eco en el lugar nuevamente.

 —Deberías quitarte esa chatarra de encima —comentó Thomas, pasando a su lado despreocupadamente—. Kida prefiere caminar descalza para no llamar demasiado la atención afuera.

Mulán intercambió un vistazo con Shang, y él asintió aunque no parecía muy entusiasmado con la idea.

Al final del túnel había otra roca inmensa cubriendo el camino, y justo tras ella, había lo más cercano a un hogar que cualquiera de los dos orientales habrían imaginado. Había lámparas de aceite clavadas a los muros, iluminando completamente el lugar, una mesa de madera hasta el fondo, llena de papeles y objetos extraños que ninguno de ellos había visto antes. Además, tenían cobijas en el suelo a modo de cama, algunas cajas con frutas y un cesto con algunas prendas limpias.

Y había también otro hombre.

Era tan delgado que no parecía capaz de empujar la roca por sí solo, además de increíblemente pálido, con grandes gafas y el cabello castaño revuelto. También era occidental, y tenía las manos manchadas de tinta negra.

Lucía débil. Mulán se preguntó qué hacía un hombre como él en su equipo, dado que no parecía que fuese a ser de mucha ayuda dentro del laberinto.

—Él es Milo —dijo Thomas, como si pudiese leer su mente—. Y él es la causa de que tengamos una oportunidad dentro de ese lugar para locos —Ella le echó un vistazo, dubitativa. Tom se inclinó tan cerca que estaba segura que ninguno de los demás en la habitación podrían escucharle cuando dijo—: No deberías juzgar a alguien por su apariencia, chica.

*****

Luego de comer, el Capitán y Mulán cayeron dormidos casi instantáneamente, demasiado cansados para tratar de aparentar ser más fuertes ante los desconocidos. Los últimos días allá afuera habían sido una locura, de modo que esa pequeña pizca de normalidad parecía un sueño.

Mulán aún no sabía si debía o no confiar en ellos, pero parecía que Thomas había intentado robar algo del interior del laberinto por años y se había dado cuenta que no había forma de conseguirlo por su cuenta, de modo que ella sería una estúpida si ignoraba aquello. En ese lugar no había espacio para cometer errores. Y debía aceptar que ella en realidad no tenía tanta experiencia en una guerra real.

Aunque por alguna razón que no podía explicar, presentía que las razones de Thomas podrían no ser tan generosas como las que los había llevado a ella y a Shang allí. Pero, de hecho, ¿qué sabía ella sobre las razones de Shang? Ni siquiera le agradaba.

No confiaba en ninguno, pero debía reconocer que eran su única oportunidad.

Cuando ella despertó finalmente, los tres occidentales estaban hablando en voz baja, y por el cambio de la luz en el lugar, lo más probable es que fuese cerca de medianoche.

 —¿Estás seguro que quieres hacer eso, Q? —Oyó preguntar a Kida, con voz preocupada—. Tú puedes salir de aquí. Recuperar tu vida.

—¿Qué vida? —respondió Thomas, sonando repentinamente furioso. Mulán casi podía imaginarle inclinarse sobre la mesa—. Sabes que ésta es mi única oportunidad de tenerla. No soy nadie allá afuera, no aún al menos. Tú ya lo has visto.

Otra voz masculina —la de Milo, sin duda— sonaba cansada al decir—: Entonces supongo que está decidido. Entraremos por el camino que hemos acordado, botaremos los tres pilares y cuando alcancemos la planta superior, nos separaremos.

 —¿Qué hay con los chinos? —preguntó Kida, y Mulán no pudo evitar tensarse—. ¿Qué es lo que ellos están buscando?

—No estoy seguro —respondió Thomas, con voz aterciopelada. No se había fijado antes, pero sonaba masculina y seductora, como si de un hechizo se tratase—. Pero sea lo que sea, ya sabes dónde van a encontrarlo. 

La risa en respuesta de la chica hizo eco en su mente incluso muchas horas luego de que ellos fuesen a dormir, como un frío recordatorio de que, en realidad, ella no podía confiar en nadie.

A Mulán no le interesaba lo que había llevado a esas personas a ese sitio. Si intentaban traicionarla, se encargaría de que sus cabezas acompañasen a la del espectro del día anterior.        


Fa Mulán y el laberinto de las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora