Respiro

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Cuando Thomas habló sobre el claro en que se encontrarían, en la mente de Mulán había aparecido un lugar despejado, con algo parecido a la grama y quizá algún tipo de seguridad. Fue hasta que Milo y ella  llegaron que ser dio cuenta de la estupidez del pensamiento.
Era un cementerio.
No había docenas, sino cientos de esqueletos dejados despreocupadamente en una lúgubre estancia llena de polvo. Había algunos árboles alrededor, pero había algo terriblemente escalofriante acerca de ellos, porque en lugar de tener hojas verdes o marrones, eran inconfundiblemente carmesí.
—No me gusta este sitio —murmuró la muchacha, observando con desconfianza los cadáveres a su alrededor.
Milo se encogió de hombros. —Al menos ellos no se levantarán para cogernos —se limitó en responder.
Ella no estaba tan segura de eso, tomando en cuenta que incluso los muros parecían querer comérselos.
Mulán caminaba casi de puntillas, con los pies descalzos heridos de tanto correr cuando de repente sintió una mano sujetarla del tobillo.
En menos de un segundo, ella ya tenía la hoja de su espada en la garganta del sujeto, que amplió sus ojos avellana con sorpresa antes de soltar una risotada.
—¡Cómo se te ocurre...! —Ella se interrumpió a media frase, con el rostro enrojecido.
Thomas se sentó, sin parecer perturbado en absoluto por estar sobre un grupo de esqueletos de Dios sabía cuándo, y le sonrió burlón. —No puedo creerlo —dijo, sonando divertido, aunque negó con la cabeza con fingido abatimiento—. No soltaste siquiera un chillido.

—Tienes suerte de tener la cabeza aún sobre tus hombros, Q —dijo Milo, mientras hacía un hueco en el suelo para poder sentarse sin tener que aplastar a alguno de los fallecidos—. No tientes tu suerte jugando a los muertos. Podrían desear hacerte caso.

Thomas se encogió de hombros, como si la idea no le preocupase en absoluto. Quizá era así. Mulán no sabía si, luego de tanto tiempo de estar atrapados en este sitio, se habían vuelto inmunes al miedo.  Quizá el miedo era una reacción al estar únicamente frente a algo desconocido, de modo que, sabiendo que la muerte está al acecho todo el tiempo, simplemente deja de importarte.

 —¿Dónde está Shang? —preguntó Mulán, aunque no estaba demasiado preocupada al respecto. Probablemente se había ganado un mordisco por sus estúpidos impulsos de heroísmo. 

—Dijo que daría una vuelta alrededor para buscar un lugar menos sombrío para descansar. El pobrecillo cree que encontrará una pequeña cabaña hecha de caramelo —respondió Thomas, dejándose caer nuevamente sobre su espalda.

Antes que nadie pudiese agregar nada más, se escucharon los pasos de alguien subiendo los escalones en sonidos tan suaves que podría no ser más que el viento, sin embargo, ellos sabían mejor. Mulán tenía ya la mano sobre la empuñadura de su espada cuando apareció Kida, con más suciedad de la que jamás había llevado encima, haciendo juego con la más amplia de las sonrisas.

Milo corrió a abrazarla, pero Thomas no parecía sorprendido en absoluto. Le sonrió con cariño. —Te he ganado por ocho minutos esta vez.

Ella hizo un pequeño puchero, pero luego se encogió de hombros. —Cuando salgamos de este pedazo de basura, supongo que te deberé una pequeña fortuna.

Los tres occidentales rieron, aunque más por el sentimiento que esta vez quizá conseguirían salir finalmente. Luego de dos años de competir entre ellos para ver quién conseguía completar su parte antes que el otro, parecía imposible que todo su pequeño mundo, sus costumbres y muy pequeñas diversiones, estuviesen llegando a su punto cúspide.

Mulán no entendía su pequeña broma privada, pero no pudo evitar sentir un poco de calidez al ver gente reír de nuevo. Casi añadía un poco de esperanza en ese agujero de oscuridad.

Kida extendió su mano y, casi con reverencia, les mostró la diminuta llave dorada con pequeñas piedras azules. Tenía miedo de dejarla demasiado al descubierto, dado que parecía imposible que finalmente la tuviesen con ellos. Nunca, en todas sus exploraciones, habían conseguido hacerse con ella. Casi sentía como si, la respuesta a todos sus problemas estuviese allí, a la espera de que pidiesen un deseo para hacerlo realidad.

Sin embargo, todos sabían que lo peor estaba por venir, porque ninguno conocía qué había detrás de la puerta aguardando por ellos. Lo que más les asustaba era lo desconocido. Necesitaron años para descubrir lo que debían hacer en los primeros dos pilares. Y tenían que encontrar y derribar al tercero en esta ocasión, o se quedarían atrapados en el laberinto para siempre.

El Capitán Li regresó al cabo de unos minutos, luciendo abatido. No había encontrado nada remotamente agradable alrededor, y dado que se rehusaba a sentarse entre esqueletos, permaneció de pie mientras todos discutían qué debían hacer a continuación.

  —Alguien debe quedarse atrás, para cuidar la puerta   —dijo Kida con vehemencia. 

Thomas negó con la cabeza. —Sabes que si permanecieras demasiado tiempo en un mismo sitio, los espíritus te despedazarían viva. Es estúpido dejar a alguien atrás, cuando puede ser de más ayuda con el resto.

  —¿Qué pasa si las puertas se cierran, Q? ¿Cómo demonios conseguiríamos salir si la única llave estará desde el lado de afuera? ¡Quedaremos todos encerrados!

—¡En el mismo sitio que el tercer pilar! ¡Lo que queremos es derribarlo, no huir de él! —respondió éste a su vez, con su voz sonando más molesta de lo que Mulán le había escuchado antes.

  —¿Y qué pasa si el laberinto comienza a venírsenos encima al derribar el tercer pilar? —lo retó ella, fulminándolo con la mirada—. Por gusto habremos luchado tanto, si moriremos de todas formas —Soltó una risa sin humor—. Si seguimos vivos después de eso, estarás tan enfermo como cuando viniste la primera vez.

 Thomas le dio una mirada tan fría que hasta la última pizca de enfado se esfumó de la muchacha para ser reemplazada por una culpa aplastante. El color se drenó de su rostro antes de balbucear—: L-Lo siento. No pretendía...

 —Nadie va a quedarse atrás —dijo él, muy lentamente, mientras miraba a Kida directamente a los ojos. Una vena sobresalía de su marcada mandíbula mientras él trataba de controlar la ira gélida que lo invadía. Tomó una respiración profunda y agregó—: No dejaré que mueran, Kida Nedakh. No me importa si tengo que salir igual de enfermo como entré. No moriremos aquí adentro. Te doy mi palabra.

Mulán veía su enfrentamiento con una pequeña admiración creciendo en el fondo de su ser. No sabía qué había llevado a Thomas a ése lugar o qué lo había vuelto tan fuerte, pero no podía evitar notar que él era un líder. Uno que, al parecer, haría lo que fuese necesario para sacarlos de allí.

Con ese pensamiento en mente, se permitió pensar que, tal vez, sí podría confiar en ellos, después de todo.

Kida, que había mantenido su rostro compuesto ante las palabras de Thomas, frunció el ceño de repente y olisqueó en el aire. —Huele a sangre —dijo en apenas un susurro. Se giró con más miedo del que había sentido jamás—. ¿Hay alguien herido?

Entonces una muy lenta sonrisa apareció en el rostro del Capitán Li, y, aunque ninguno de sus compañeros lo notó, por una facción de segundo, sus ojos se tornaron tan azules como zafiros a contraluz. 





Fa Mulán y el laberinto de las almasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora