Mulán mantuvo su mirada fija en Thomas mientras se acercaba al borde del lago, como si en el fondo no tuviese ningún deseo de ver lo que se escondía en esas profundidades cristalinas.
Después de todo, nada tan hermoso podía ser bueno.
Y, en efecto, no lo era.
La muchacha tomó una respiración profunda y mordió el interior de su mejilla con fuerza hasta que saboreó la sangre. Y, casi como si estuviesen sincronizados, ambos rompieron el contacto visual al mismo tiempo para girarse hacia las personas reflejadas en la superficie, quienes les devolvieron la mirada con ojos llenos de desprecio.
Todo parecía surreal, porque a pesar de que eran ellos mismos, al mismo tiempo, parecían personas completamente diferentes. La chica reflejada sonreía con malicia mientras sacaba una daga tan larga como su brazo y de aspecto putrefacto, y colocaba la punta contra la parte más sensible de su propia garganta. Mulán sólo pudo abrir los ojos con horror al verse a sí misma rebanarse el cuello en un ágil movimiento, y del horrible corte derramarse una morbosa cantidad de líquido carmesí.
—¿Qué...? ¿P-Por qué...? —Ella ni siquiera había podido terminar.
Thomas parecía arrepentido cuando se giró hacia ella. —Demonios, lo siento. Me había olvidado de esa parte. Cuando ella le miró sin comprender, él explicó—: Dicen que la primera vez que te acercas a este lago puedes ver la forma en que morirás. En realidad, no sé qué tan cierto sea, pero hace más de dos años que vi el mío, y te prometo que nada remotamente parecido me ha ocurrido.
Mulán frunció el ceño, pero le pareció dudoso que en algún momento fuese a cortar su propio cuello.
Lo que no sabía, sin embargo, es que el lago no mentía. Jamás lo había hecho, ya que, sin importar cuánto tiempo tardase, o el modo en que las cosas terminasen ocurriendo, llegaría un momento en que algo o alguien usaría un arma similar para acabar con su vida.
El destino sólo necesitaba tiempo, pero cuando es tu trabajo cortar el hilo de vida de todo cuanto existe, la paciencia es lo único que perdura.
—No te acerques demasiado —advirtió Thomas, inclinándose sólo un poco en dirección al agua, para ver mejor su verdadero aspecto, revelado por el agua de la verdad.
Mulán asintió, con la piel de gallina, mientras ignoraba su propio cadáver reflejado aún sobre la superficie. En cambio, centró su atención en el Thomas frente a ella, que lucía completamente triste. En realidad, ella nunca había visto a nadie sentir una desolación tan grande como el muchacho en el reflejo.
Lucía tan apuesto como el muchacho a su lado al principio, con altos pómulos, el arco de la nariz perfectamente recto, ojos avellana bordeados por espesas pestañas y una mandíbula fuerte. Ella no sabía si todos los occidentales lucían como él, pero si lo hacían, era una cosa buena que estuvieran tan lejos, porque su belleza era casi dolorosa.
Sin embargo, muy despacio vio una pequeña criatura caminar sobre su hombro con agilidad. Era tan pequeña que podría caber en su mano con facilidad, y tenía largas pezuñas, ojos hundidos y una cola que se enrollaba en el brazo del muchacho, como una caricia. Su piel escamosa brillaba a contraluz, dando reflejos rojos al deslizarse sobre el pecho de Thomas. Y, por cada sitio en el que pasaba, era como si cada parte de él palidecía un poco. Su espalda comenzó a encorvarse de una manera casi grotesca, su cabello se resecó y su piel bronceada enrojeció. Pero lo peor fue lo que le ocurrió a su rostro.
Uno de sus párpados comenzó a hincharse a gran velocidad, hasta que todo rastro de avellana desapareció, un lado de su boca se inclinó hacia abajo y su nariz se retorció y creció como si de un globo se tratase.
Lucía horrible. Era casi como si todo rastro del apuesto muchacho hubiese sido contaminado por la pequeña criatura.
—Cuando era un niño, viví en Francia. Fue sólo un par de años antes de que un grupo de gitanos decidieran emigrar a Inglaterra en busca de un mejor estilo de vida, pero aún así fueron los peores de mi vida. Me llamaban Quasimodo en la ciudad, que según recuerdo, solía ser traducido como Casi Hecho —Se rió, pero el sonido parecía tan seco que bien podría haber gruñido—. No fue hasta varios años más tarde que descubrí de lo que mi enfermedad en realidad se trataba. No era un castigo divino, como me habían hecho creer. Era esa asquerosa criatura —dice, casi escupiendo la palabra en dirección a su reflejo.
Thomas tenía la mandíbula apretada con tanta dureza que una vena sobresalía, y sus ojos parecían casi marrones. Estaba respirando con dificultad, como si luchase con todas sus fuerzas para evitar saltar al lago a coger al animalillo con sus propias manos.
Mulán permaneció en silencio todo ese tiempo, asimilando toda esa nueva información. No estaba segura de por qué él le había confiado todo aquello, o si siquiera aún recordaba que ella estaba allí, dado que en realidad, parecía sumido en sus propias pesadillas. Pero, de una u otra forma, sabía que debía decir algo. Podría decirle que no tenía tan mal aspecto, pero ambos sabrían que era una mentira. Quizá el problema no era que Thomas fuese feo, sino que ella ya había visto su otro rostro, la determinación en su mirada y la firmeza en su voz. No podía vincular la débil y desolada criatura del lago con el Thomas que ella había conocido. Simplemente parecía imposible que fuesen la misma persona.
Y es que, en efecto, no lo eran.
Porque desde el momento en que Quasimodo entró al laberinto, tres años atrás, y fue capaz de ver lo que habría sido de él si el pequeño demonio no estuviese contaminándole, sintió como si finalmente tuviese una armadura con la cual luchar. Como si el hombre que siempre supo que era en el fondo, finalmente fuese libre de salir. En realidad nunca se trató de cómo el lucía, sino quién él se sentía ser.
No, Thomas no saldría de ese laberinto nunca a menos que estuviese seguro que el hombre que era adentro, sería quien caminaría por la puerta de la entrada para permanecer de ese modo por tanto como durase su vida.
—¿Por qué me has contado esto? —preguntó Mulán luego de lo que pareció una eternidad.
Thomas la miró con clara sorpresa en sus facciones. Ciertamente esperaba que ella se asustase, que pareciera asqueada o que incluso se levantara sin decir una palabra. No creyó que ella simplemente le seguiría hablando a la cara como si no se tratase de nada en absoluto.
—Porque... —Comenzó él, y entonces se dio cuenta que, de hecho, no tenía ninguna razón. Su mente estaba deliciosamente en blanco. Y como no era algo que le sucediese a menudo, no pudo más que echarse a reír.
Mulán le miró con curiosidad, pero la más diminuta de las sonrisas se dibujó en sus labios.
Quizá las razones simplemente no eran necesarias.
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Fa Mulán y el laberinto de las almas
Gizem / GerilimLuego de que el nuevo emperador de China llegase misteriosamente al poder, ha ordenado que se vacíen todos los templos familiares y le sean entregados. Se dice que ha hecho un trato con entidades y se los ha ofrecido de alimento, por lo que la única...