Capitulo 8: reencuentro

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             *HACIENDA "ALTAMIRA"*

-Buen día don Santos... Aquí le traigo su desayuno para que coma en su cama, como a usted le gusta- entró Casilda al cuarto contenta para contagiarlo.
-Muchas gracias Casilda, pero no desayunaré. Llevate la comida para la cocina, ¿si?- le contesto Santos sin hacer siquiera una mueca al hablarle.
-Otro día sin apetito... ¿hoy tampoco piensa hacerse cargo de la hacienda? hay mucho trabajo esperándolo. Los muchachos lo llaman todos los días. Necesitan de usted. Hay decisiones que no pueden tomar ellos y eso lo sabe.
-Si Casilda lo sé. Por eso decidí que voy a ponerme bien al día con Altamira y no dejar que se me escape nada. Lo mismo haré conmigo. ¿Me llevas el desayuno a la cocina? luego de que me dé una ducha bajaré a desayunar. Dile a los muchachos que me preparen a Cabos Blancos que daré un paseo por la hacienda. Ahh y por favor, Casilda, planchame una de mis mejores camisas que hoy es la fiesta patronal en el pueblo y quiero estar impecable. Gracias- y así Santos se metió en el baño a ducharse para luego cumplir con lo que había dicho.
Casilda muy feliz de verlo así pegó un salto de alegría y enseguida fue a obedecer las ordenes de su patrón.
Santos Luzardo ya no quería ser el hombre que era. Estaba dispuesto a cambiar, por él, por la hacienda y por sobre todo por los que lo querían. Iba a olvidar todo aquello que le hacia mal. O por lo menos lo iba a intentar. No quería quedar en la ruina, con Altamira en banca rota y solo. Ese Santos no era él. No el que había sido alguna vez.
Después de tomarse una ducha bien caliente, desayunó halagando y agradeciendo a Casilda por tan rica comida. Salió a atender su hacienda y así empezar aquel cambio. El buen aroma de Altamira siempre ayudaba para bien. Su textura verde curaba cualquier mal. Le hacia muy bien observar la hacienda hermosa en la que la había convertido luego de recordar lo que era cuando regresó de la capital. Había hecho posible convertirla en una de las más ricas de la región y nadie le había tenido confianza. Si pudo con eso, podría con cualquier recuerdo no deseado, pensaba.
Veía a sus empleados trabajar muy pacífica y armoniosamente. Todos hacían muy bien lo que les era mandado. Tenia una bonita casa, una hacienda rica y poderosa, excelentes peones, entres otras cosas muy buenas. Todo era perfecto. ¿Por qué no podría ser feliz?

             *HACIENDA "EL MIEDO"*

Luego de una noche un tanto extraña para Bárbara, donde sólo había podido pegar un ojo por momentos, entró Eustaquia a llevarle el café de todos los días y así despertarla.
-Barbarita, despiertate. Aquí tengo tu café.
-¿Qué hora es?- preguntó Bárbara más dormida que despierta.
-Hija, pareces cansada. ¿No has podido dormir bien?
-No. Me desvele. Y en los pocos momentos que pude pegar un ojo me despertaba a cada momento.
¿Alma ya se levantó?
-No, aun duerme. Luego de despertarte a ti iba a su cuarto para despertarla también.
-Bueno, ve con ella mientras yo me baño para despabilarme y prepáranos para que desayunemos juntas- dijo Bárbara con muchísimas ganas de quedarse en la cama todo el día.
-¿Saldras hoy? ¿para qué es ese vestido que sacaste del armario?- preguntó Eustaquia curiosamente.
-Si, hoy hay una fiesta en el pueblo y no pienso perdermela.
-Barbarita, estarán todos allí. Y también va a estar ya sabes quien...
-¿Y qué? Acaso no voy a poder asistir porque esté Santos Luzardo? No voy a dejar que maneje en que lugares y en donde no esté yo.
-¿Y llevaras a Almita?- Eustaquia preguntó muy preocupada.
-Claro que no. La dejare aquí contigo. No pienso exponerla a la vista de toda la gente de este maldito pueblo. Le diré a alguno de los peones que me acompañe. Así que diles que estén listos para la tarde. Me voy a duchar.
De ese modo la Doña se retiró de su cuarto hacia el baño sumamente cansada pero muy nerviosa por lo que la esperaba.
En el comedor estaban Eustaquia limpiando y Almita sentada en la mesa con su desayuno sin tocar frente a ella esperando a su madre y así empezar la mañana juntas.
Hasta que por fin apareció la castaña en bata y una toalla en la cabeza con una enorme sonrisa en su rostro por ver a su hija.
-Buenos días mi amor ¿cómo has dormido?- dijo Bárbara a su pequeña.
-¡Mamá! hasta que terminaste de ducharte. Buenos días- le dijo Alma dándole un beso en la mejilla a la mujer que más amaba en este mundo.
-¿Cómo esta la mujercita de mi vida? Que rico huele esto. ¿Desayunamos?- incitó Bárbara a la pequeña empezar a comer.
Luego de un desayuno con su hija, Bárbara fue a su cuarto a preparar la indumentaria para esa tarde. Tenía pensado estar radiante, sabia que todos los ojos iban a estar postrados sobre ella y lo que menos quería era decepcionarlos.
Al llegar el mediodía Bárbara almorzó con su niña y aprovechó para contarle que tenia pensado salir esa tarde, sabia que a Alma no le iba a caer nada bien que la dejara en la casa.
-¿Y por qué no puedo ir contigo?- preguntó la niña triste.
-Porque no. Ya te lo dije. Va a haber muchos hombres en mal estado, no son fiestas recomendables para niños. Ya sé que te duele que te deje pero prometo mañana llevarte a un paseo por la famosa poza de los suspiros ¿si?- le contestó Bárbara convenciéndola con una dulce sonrisa.
-Esta bien. ¿Pero me llevarás a conocer el pueblo pronto?
-De acuerdo- le dijo Bárbara para sacar un poquito la tristeza de la cara de su hija.

             *HACIENDA "ALTAMIRA"*

-Santos, hermano... ¿ya estas listo?- pregunto Antonio para poder irse a la fiesta del pueblo.
-Si, solo espera que le avise a Casilda que regresaré tarde- le contestó Santos yéndose del cuarto. -Estoy listo, vámonos.
De ese modo Santos y Antonio se fueron hacia el pueblo y allí a la casa de Sandoval en busca de Cecilia y los niños para asistir a la celebración.

              *HACIENDA "EL MIEDO"*

Al fin había terminado de arreglarse. Estuvo nerviosa, no, más que nerviosa todo el tiempo. No podía dejar de pensar en él, Santos Luzardo, la tenia mal y no había nada que hiciese respecto a su inquietud. No sabía si estaba actuando bien, si volver a verlo era lo correcto. Sabia que todo acto erróneo que cometiese no solo influenciaría en ella, sino que ahora tenia una hija que proteger y cuidar.
Ya de salida el corazón le latía a mil por segundo. Iba al cuarto de Alma para despedirse de ella.
-Ya me voy mi amor. Portate bien y no hagas renegar a Eustaquia ¿si?- saludo con un beso Bárbara a su niña.
-Adiós mamá. Prometo portarme bien. Te amo- y le dio un abrazo muy fuerte a su mamá.
-Suerte Barbarita- la saludó Eustaquia que estaba en la habitación de Alma con ella.
-Adiós, regresaré tarde. Chau mi amor.
Y así despidiéndose se fue la Doña cargada de dudas en busca de Tigre, León y Melquiades que la acompañarían a la fiesta. La camioneta la conducía el brujeador, a su lado Bárbara y atrás Tigre y León.
Habían llegado. Estaban allí. Melquiades había parado el carro. Escuchó que bajaron los peones de la camioneta y no podía más con la agitación. Todo el pueblo se dio vuelta para mirar quien era la persona que bajaba de ese carro color bordó. León abrió la puerta y allí decidió bajar en seco.
Los pueblerinos estaban mirando sin poder creerlo, los músicos habían dejado de tocar sus instrumentos, los niños no entendían mucho lo que ocurría. Miró a su alrededor tratando de disimular su nerviosismo, hasta que se percató donde estaba él, también mirándola, impactado, anonadado, como si fuera un monstruo. Si fuera por audición, parecía un pueblo fantasma gracias al silencio que había provocado.

Más que cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora