Despues de tantos años se veían cara a cara otra vez. Después de tanta búsqueda y tanto sufrimiento la tenía en frente de él de nuevo. Santos había pensado tanto en este momento. Sentía que estaba soñando, o quizás una pesadilla. Necesitaba que le peguen o lo pellizquen. Sintió que una partecita perdida de él había vuelto, como si Bárbara se hubiese llevado parte de su alma y junto con ella, volvió.
Bárbara sintió algo, quizás vergüenza al verlo y apartó la mirada de él, todo muy disimuladamente. Con la típica cara de ella, la de superada. Hizo dos pasos hacia el frente y fue tanta la presencia que impuso que parecía que el ruido de sus zapatos había hecho eco en todo San Fernando.
-¿Qué miran y por qué cortaron la música? No me digan que no soy bienvenida aquí... Oigan, vaya recibimiento el de ustedes eh. ¡Qué siga la música y la fiesta!- ordenó la Doña fingiendo como si nada estuviese pasando allí. Pero nadie hizo ni un solo movimiento.
-¿Qué no escucharon? Que siga la música y la fiesta- repitió Bárbara haciéndose notar que no lo diría tres veces. Y así fue, los músicos comenzaron a tocar pero el ambiente no era el mismo. Parecía que todos decían mil cosas a la vez. Y el nerviosismo se respiraba por donde fuese.
Santos que estaba al lado de Antonio, aún sorprendido, decidió acercarse a ella.
-Oye hermano ¿a dónde vas?- lo tomó del brazo Antonio a Santos adivinandole las intenciones, ni que fuera tan difícil saber lo que iba a hacer.
-Antonio ¡es Bárbara! ¿no la ves? Es ella. Esta aquí. Es mi oportunidad para que hablemos- le contestó desesperado Santos.
-Santos no se si sea una buena idea ¿por qué no esperamos a que Cecilia venga y vemos que hacemos? Esto es una locura ¿qué rayos hace esta mujer aquí?
-Antonio debo hablar con ella y no puedo esperar. Tú sabes todo lo que la he estado buscando y hoy la tengo aquí en frente mío, no voy a esperar nada. Esperame tú, ¿si?- y así Santos se alejó de su amigo para acercarse a Bárbara, aún confundido y queriendo corrobar si aquella mujer era quien pensaba.
Cuando por fin llegó, sí, por fin, porque esos veinte segundos hasta ella lo habían matado como si fuesen años de carrera, la encontró a Bárbara de espaldas y rodeada de sus peones. No salia nada de su boca, solo pudo abrirla. Hasta que...
-Bárbara...- con un tono de paz y parecía que había largado cien años de sufrimiento en esa palabra.
Cuando Bárbara escuchó su nombre, no eran sus oidos los que habían reaccionado a esa voz, sino su corazón que empezó a latir más y más rápido.
-Ni se acerque tanto, Don Santos- le dijo Melquiades mirándolo como lo miró siempre.
-Dejenlo- dijo Bárbara dándose la vuelta para poder mirarlo. -¿Qué quieres?- le preguntó doliendole más a ella que a él su tono de voz.
-Si eres tú... en verdad estas aquí. No puedo creerlo. Te busqué tantos años y hoy así de la nada te apareces por acá.
-Sí, soy yo. ¿Sólo querías saber eso? Bueno ahora vete.
-¿Bárbara? Te he buscado por años. ¿Dónde has estado? ¿por qué huiste así, sin decir nada, sin dejarte ayudar? Ahora estas tan cambiada...
-Si viniste hasta mi para hacerme miles de preguntas, lamento decirte que no pienso contestarte ni una- le dijo Bárbara exageradamente nerviosa, pero sabia bien como disimularlo. -Adiós, Santos Luzardo.
-No... Bárbara. Espéra. ¿No piensas darme siquiera una explicación? ¿Piensas ignorarme? Yo también estoy muy dolido y amargado con todo lo que nos sucedió eh. Que te hayas ido así sin más, que me hayas dejado sin conocer a... ¿Y mi hijo?
Bárbara inmediatamente cambió la cara a una preocupación extrema. Que Santos las haya buscado por mucho tiempo de verdad la había conmovido.
-¿Qué hijo? ¿de qué hablas?- dijo Bárbara nerviosamente pero ya sin poder disimularlo.
-El niño, Bárbara. Nuestro hijo, el embarazo que llevabas antes de que te fueras.
-Doctor Luzardo, ¿por qué mejor no se va?- le recomendó Melquiades a Santos sabiendo que la Doña ya no sabia que contestar.
-No. Déjalo Melquiades. Te voy a responder a todas tus dudas si eso es lo que quieres, pero no ahora y mucho menos aquí. Esta noche pasaré por Altamira para que podamos hablar tranquilos y allí podrás hacerme todas las preguntas que quieras ¿contento?
-Sí ¿pero él esta bien?- preguntó desesperado por saber, Santos Luzardo. La respuesta de Bárbara lo había puesto nervioso.
-Esta noche, dije...- Adiós, Santos.
-Bárbara...
-¡Adios!- le subió un poco el tono y así se marchó a recorrer junto a sus peones la fiesta en el pueblo.
Santos no pudo evitar mirarla mientras ella se alejaba, todavía sin poder creer que estaba otra vez ahí. No pensó que tendría la suerte de volverla a ver. Pero no sabia si lo que vivía era perfecto y una sensación de imperfección que terminaría con un golpe emocional.
Luego de que Antonio quedara solo parado en medio del festejo y perdiera de vista a Santos, decidió ir a buscar a Cecilia que estaba con Marisela y los niños preparandose para ir a la fiesta, que dicho sea de paso, cuando Santos y Tonio pasaron a buscarlas, se dieron cuenta que no llevaban víveres por si les daba hambre, así que decidieron tardar un poco más, preparar algo de comida e ir luego.
En el camino de lejos vio a su esposa y sus acompañantes y no pudo disimular la cara de pánico por lo que había ocurrido hace algunos minutos.
-Amor, tardamos un poco porque Lucia no encontraba su muñeca ¿te sucede algo? ¿y Santos por qué no esta contigo?- preguntó Cecilia guiándose por la cara de su marido.
-¿Te encuentras bien, Antonio?- le preguntó Marisela al darse cuenta de su palidez.
-Santos, está con ella. Volvió. Está en la fiesta- dijo entre palabras cortadas Antonio.
-¿Con quién está Santos? ¿Quién volvió? A ver Antonio, explicate porque no te entiendo- dijo exasperada Cecilia.
-La Doña, volvió y Santos está con ella.
Marisela y Cecilia se quedaron mirando a Antonio sin poder creerlo. Parecía un loco hablando locuras. No había forma, no cabía posibilidad de que esa mujer estuviese allí de vuelta, era completamente imposible.