Al pisar tierra firme una camioneta color bordó las estaba esperando a Bárbara y Alma para trasladarlas al Miedo. Cuando bajó de ella quien había sido mandado como conductor, era el mismísimo Balbino Paiba que las miró de arriba a abajo sin poder reconocer en la mujer que se había convertido la ruda, la temible, la indomable Doña Bárbara.
-¿Qué? ¿y tú qué miras tanto?- preguntó Bárbara prepotentemente a Paiba.
-Doña... ¿qué se hizo eh? no me venga con que ahora es una capitalina...- dijo largando una sonrisa. -vaya, vaya... miren lo que tenemos aquí. Le salió igualita eh, mi Doña. ¿También sacó su carácter?- dijo Paiba refiriéndose a la hija de la Doña.
-Callate y llevanos a la hacienda de una vez que estamos muy cansadas. ¡AH! y que no se te olvide que aún sigo siendo tu patrona y dueña de todo esto. Ni hablar que a mi hija Alma te le dirigirás con el merecido respeto que se le debe a la hija de tu jefa, ¿verdad?- dijo Bárbara haciéndole frente a Paiba.
-...
- Así te quiero... calladito...- replicó subiendo a la camioneta al lado de Almita que durante toda la charla estuvo ahí dentro.
-Si... mucha capital, mucha ciudad pero esta no cambió nada. Y encima ahora son dos- pensó en voz baja Balbino subiendo las maletas al auto.*HACIENDA "EL MIEDO*
Los peones y demás empleados del Miedo estaban todos esperando. No sabían qué esperaban, pero si estaban en alerta de que algo se avecinaba, algo grande, no cualquier tontera. Algo que cambiaría toda la rutina.
Se rumoreaban muchas cosas: que la hacienda había sido vendida, que quizás su antigua dueña había fallecido, que Marisela Barquero había ido a reclamar su herencia y muy por lo bajo y escondido se hablaba de la vuelta de aquella leyenda que nunca había sido olvidada, la que aún vivía en el corazón de cada habitante de aquel maldito pueblo.
Era todo silencio. Cada quien en su puesto trabajando como todos los días. La rutina diaria, pero sin esperar que el día terminase como empezó: normal dentro de lo que refiere a los trabajadores. Cuando entró una camioneta bordó, cargada de maletas. Todos voltearon a mirar aquel vehículo donde Balbino Paiba acababa de bajar para poder abrirle la puerta a aquella señora. Si. Era ella. No estaban soñando, ni alucinando. Estaban viendo el regreso de la leyenda más grande que habían conocido jamas. Aquella mujer ruda, hecha una fiera, la que nunca necesitó de nadie, la más temida y respetada en algún momento por todo un llano, esa misma, acababa de pisar nuevamente el Arauca. La tenían a pocos metros y no podían creer lo que veían.
Era ella. Si. Lo era. Vestida de capitalina, mas elegante tal vez. Pero se notaba en su presencia que seguía siendo la misma mujer soberbia de siempre. Los ojos más azules y el pelo más castaño que nunca.
-¿Qué miran par de señoritas? parece que hubieran visto al mismísimo diablo- dijo Bárbara riéndose burlistamente.
-Doña... bienvenida- dijo León acercándose a ella.
-¿Cómo has estado, León?- Preguntó la Doña devolviéndole el saludo irónicamente.
Alma bajó de la camioneta tímidamente pero segura ya que su madre estaba esperándola fuera de ella. Cuando la niña se le acerca.
-Y bueno mi amor. Llegamos. Estamos aquí. ¿Qué te parece a simple vista?- pregunta Bárbara a su pequeña dándole un pequeño abrazo con una mano por sobre su cuello.
-La casa me gusta mucho. Es muy bonita por fuera- respondió la niña ya imaginando todo lo que podría hacer en ella.
-Me alegro mucho. ¿La conocemos por dentro?- le pregunta Bárbara en complicidad.
-¡Si! Vamos...- respondió Alma tomándola de la mano.
-¡León, Tigre! Entren las maletas a la casa y los demás sigan trabando. Luego hablare con todos ustedes- gritó Bárbara.
Seguido de aquello Bárbara y Alma se dirigían a la puerta principal de la casa para al fin instalarse.
Estaba de nuevo ahí. En esa casa bañada en sangre, amor, odio y pasión. Las sensaciones eran miles a la vez. No podía describir la situación que estaba viviendo sentimentalmente. La destruía, la recomponía. Estaba feliz, estaba triste. Tenia miedo, estaba segura. Eso es un poco de lo mucho que sentía Bárbara al encontrarse allí de nuevo.
Los mismos muebles, algunos más nuevos, pero la mayoría eran los que ella había despedido al marcharse. Las sensaciones de estar en ese lugar ya las conocía pero parecía una experiencia nueva.
Sin perder de vista a Alma, Bárbara fue al cuarto que había mandado a preparar para ella, puro rosa, con sus miles de peluches, juguetes, ropa fina más una armonía majestuosa de inocencia que se respiraba entre esas cuatro paredes. La llamó y se lo presentó. Pero necesitaba salir de ahí y recorrer cada pasillo que le pertenecía. Hasta que al fin llegó a su cuarto. No era cualquier cuarto. Era el lugar que más emociones y sentimientos atesoraba. Su cama, donde le había entregado todo en tantas ocasiones a aquel hombre que había amado tanto y que hoy no podía olvidar aun después de más de una década, aunque lo negase, siempre había convivió con ella el recuerdo de Santos Luzardo y más todavía teniendo una hija de él.
Le fue inevitable recordar las veces que se sintió más mujer que nunca con Santos. Al único que había amado verdaderamente. Con el hombre que cuando chocaban pieles provocaban los temblores más apasionados que se hayan sentido. Con el hombre que le dio el amor de su vida. El hombre que le dio lo que le devolvió la felicidad: Alma.
Fue a su armario. Estaba intacto. Toda su ropa sin un rasguño, habían cuidado muy bien sus pertenencias. El recordar a la Doña Bárbara que se vestía así le hizo dar ganas de ponerse cada prenda.
Cinco pasos más y estaba el baño, su bañera, limpia y tentadora como siempre. Aquellas duchas que le preparaba Eustaquia no se las preparaba nadie más. Quería bañarse inmediatamente.
-Mamá...- entró Alma al cuarto mirando todo a su alrededor.
-¿Éste era tu cuarto? Que raro y apagado se nota...
-Alma... pensé que estarías en tu cuarto acomodando tus cosas.
-Si. Es lo que iba a hacer pero quise venir a ver el tuyo antes y ayudarte si es que lo necesitas
-¿Qué dices de la casa? ¿te gusta?- preguntó Bárbara.
-Si, me gusta y además es grande. Pero esta algo apagado todo. ¿No se te hace como que necesitamos un cambio...?
-Eso lo haremos con el tiempo, Alma. Ahora veté a bañar y acomodar tus cosas. ¿Si? Te veo a la hora de la merienda en el jardín para comer juntas ¿quieres?
-Bueno. Pero ¿Eustaquia y Melquiades cuándo llegan?- pregunta Alma queriendo que lleguen ya.
-Seguramente en un par de horas. Dile a algunas de las empleadas que te prepare el baño y mientras ve acomodando tus cosas. Anda- le dice Bárbara a Alma dándole un beso en la frente e incitándola a que se retire del cuarto.