11.

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Gabriel se mantuvo con la vista clavada en la madre de Emily algunos segundos, mientras varias ideas daban vueltas y vuelvas en su cabeza. ¿Qué haría con ella? Se preguntaba una y otra vez, después de todo ya no la necesitaba, pero por alguna extraña razón, algo le decía que no debía hacerle daño... O al menos, no aún. Negó con su cabeza en un lento movimiento, dejando ir cada idea que en aquel momento inundara su cabeza.

—Tienes suerte, esta vez no te haré daño. -Tomó un mechón del cabello de la mujer para dejarlo caer detrás de su oreja, inclinándose luego para susurrar en ésta. —Pero te lo advierto, no vuelvas a entrometerte en mis asuntos, ¿queda claro? —Pronunció cada palabra con lentitud, tal y como si le hablara a una niña pequeña.

—Es mi hija... —Susurró ella en un volumen casi inaudible.

—Es tu hija, pero es a mi a quien pertenece, tu marido lo escogió así. —Le guiñó un ojo, dándose media vuelta para marcharse de allí, haciéndole entender a la mujer que aquella conversación había llegado a su fin.

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—¡Emily! —Gritó Gabriel mientras corría detrás de ella, alcanzándola casi de inmediato.

—Oh, Gabriel. —Se dio media vuelta, encontrándose con aquella mirada, con aquellos ojos que no hacían más que lograr que ella se perdiera en éstos y olvidara todo lo recientemente sucedido, que olvidara que el no era más que un completo monstruo. —Creo que ya he descubierto el camino a casa, ya no es necesario que me acompañes hasta allí. —Susurró, bajando la mirada.

¿Dejar que una chica tan joven y bella se marche sola a casa? No, no lo creo. —Dijo Gabriel, acercándose lentamente a Emily, posando su dedo índice sobre el mentón de ésta, logrando así volver a encontrarse con su mirada.

—Gabriel, no te preocupes, estaré bien. —Fingió una sonrisa, dando un paso atrás para distanciarse de el.

—¿Esta todo bien? —Preguntó el, clavando su vista en la de ella, mientras su mano viajaba hasta la muñeca de ésta, rodeándola con algo de agresividad.

—Sí, sí... Todo, todo esta bien.—Susurró Emily entre patéticos balbuceos.

—Emily. —Pronunció su nombre con lentitud, haciendo presión sobre su muñeca.

—Ah... —Se quejó Emily en un leve gemido. —Me haces daño, Gabriel.

Al oír aquellas palabras y el leve quejido que acababa de escapar de entre los labios de la chica, Gabriel la soltó,  sin siquiera pensarlos dos veces, aterrorizándose a sí mismo por lo que acababa de hacer, la había cuidado toda su vida, procurando que nada ni nadie le hiciera daño, nunca. Pero ahora, cuando por fin se atrevió a acercarse a ella... La dañó, y no sólo una vez, sino que dos. Es decir, ¿cuántas veces más le causaría daño si seguía dentro de su vida?

El dolor y la perdición venían junto a él, el llevaba sufrimiento a cada lugar al que iba, a cada vida a la que entraba. Y lo sabía muy bien, sabía desde un principio que no debía acercarse a ella, sin embargo se arriesgó, pensando que el ya estaba mejor, que al fin podría ser suficiente para ella.

Mantuvo sus ojos cerrados varios segundos, perdido en sus pensamientos, los cuales de pronto se vieron interrumpidos cuando el sonido de las hojas quebrándose lograron resaltarlo y dejar ir cada uno de sus pensamientos... Emily había escapado, y aunque sintió un gran deseo de correr tras ella, supo de inmediato que aquello no era lo correcto, supo de inmediato que debía salir de su vida, que no la merecía, que nunca lo había hecho y que nunca lo haría.

¿Y por qué siempre sería así? Se preguntaba una y otra vez, pero la respuesta era tan sencilla... Porque no era más que un maldito monstruo y nunca dejaría de serlo, la oscuridad era su hogar, así era como estaba destinado a ser desde el día en que se convirtió, ya nada ni nadie podría cambiar aquello.

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El capítulo es bastante corto, lo sé, pero me ha costado volver a retomar la historia, supongo que esa es la razón.

En fin, espero que les haya gustado, aunque de todas formas me encantaría saber sus opiniones sobre este capítulo.

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