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Narra Emily

Habían transcurrido cuatro días desde que Nadia me había hecho la promesa de convencer a mi padre sobre el viaje a Pievescola, dos días que transcurrieron con total normalidad, excepto por un pequeño detalle, ignorando la existencia de mi propio padre, así sería hasta que el cambiara de opinión. No es que acostumbrara ser una niña mimada, aquellas a las que hay que darles en el gusto para que no provoquen un alboroto, no, no lo era y nunca lo sería. Negué con la cabeza ante aquel pensamiento, dejándolo ir de inmediato.

Me encontraba dentro de mi habitación, lo cual definitivamente no era un buen panorama para un viernes por la noche, ¿qué demonios estaba haciendo con mis vacaciones? ¿no serían las mejores de mi vida? Joder, estaba dejando que mi padre arruinara todo.

Mierda… —Dije para mi misma, buscando entre el desorden que se encontraba sobre mi cama, intentando encontrar mi teléfono, lo cual, entre aquella montaña de cosas no fue nada fácil. Una vez ordenado todo y con el teléfono a mi disposición, marque el numero de mi mejor amiga, Mailén.

—Ey, haz recordado la existencia de tu mejor amiga, ¡Ya era hora! —Dijo ella al otro lado de la línea, tan alegre como siempre.

—Reí ante lo que acaba de decir, cayendo en la cuenta de cuanto la extrañaba —¿Tienes algo que hacer hoy? —Pregunté dudosa, no sabía si sería buena idea salir, pero sí tenía claro que debía despejarme de todo lo que estos últimos días me había estado rodeando.

—Cariño, hablas con Mailén Orlach, ¿qué crees tu? —Dijo riendo a carcajadas, haciendo una pausa. —Paso por ti en una hora, ¿esta bien? —Colgó, sin antes dejarme decir ninguna palabra, tal como la recordaba.

—Adiós… —Susurré, sabiendo que ella no oiría. Algo de arrepentimiento cruzó por mi cabeza, pero lo deje ir rápidamente, esta noche debía divertirme y beber hasta más no poder.

Busqué entre mi ropero, el cual era bastante amplio, demasiado a decir verdad, pues cabe mencionar que mi familia es muy acomodada y puedo darme el gusto de vivir como una reina, ya sea con lujos como estos y un montón más.

Luego de veinte minutos buscando que vestir extraje un vestido rojo intenso, relativamente corto, y con un escote de corazón, junto con ello escogí unos tacones negros –no muy altos, pues yo ya lo era-. Me di una apresurada ducha, teniendo en cuenta el poco tiempo que tendría para arreglarme, sequé mis delicados cabellos, deslizando un peine sobre cada mechón de este, dejando caer unas pequeñas ondas sobre mis hombros, agradeciendo que este no fuera un caos, pues aquello me ahorraba tiempo.

Una vez lista con aquello, me dispuse a maquillarme, un poco de base, sombra oscura, un delineado de ojos y un rojo parecido al de mi vestido sobre mis labios.

Estaba lista.

Excepto por un detalle, claro, ¡el vestido!, corrí hacía mi ropero, colocándome ropa interior para luego deslizar cuidadosamente el lujoso vestido sobre mi cuerpo.

Caminé hacía el espejo, mirándome victoriosa frente a este, había hecho un buen trabajo, esta noche tendría unos cuantos chicos en la palma de mi mano, de aquello no cabía duda.

—De repente se abre de forma abrupta la puerta de mi habitación, dejando ver a mi padre, quien me dirige una mirada asesina. —¿Vas a algún lado? —Pregunta el, elevando la voz.

—No entres así como así a mi habitación, ¿quieres? —Lo miré también, clavando mis ojos en los suyos y tragando saliva— Y sí, saldré con Mailén.

—Lamento informarte, Emily, que soy yo quien decide si saldrás o no… y mi respuesta es un rotundo no. —Dijo el, dirigiendo esta vez su mirada hacía mi vestido. —¿De dónde haz sacado eso?

—¿Esto? —Pregunto, bajando la mirada hacía el vestido rojo que tan bien lucia contra mi piel morena. —De mi ropero, nunca lo había visto allí, pero bueno, me alegra haberlo hecho esta vez. —Dije, con un tono satisfactorio en mi voz.

—Emily… —Susurró mi padre, mirándome con preocupación. —Ese vestido, era de tu madre, yo no sé como ha llegado hasta aquí. Era su preferido y lo llevaba el día que... bueno, ya sabes…

—Te dejo, papá, nos dejo. —Dije en un susurro casi imposible de oír, logrando sentir como mis ojos se cristalizaban con cada palabra  y una lagrima caía sobre una de mis mejillas, para luego dejar que otra siguiera el mismo rumbo, aunque esta vez sobre mi otra mejilla. —Y no te preocupes, tal vez sólo te estas confundiendo de vestido… después de todo, eso fue hace bastante tiempo.

—Tienes razón. —Asintió con su cabeza, mirándome de reojo. —En fin, no saldrás esta noche, Emily.  —Dijo, transformando su quebrada voz en un grito tan brusco y grave que logró que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

—Primero no quieres viajar a Pievescola y ahora esto, ¿acaso no te aburres de fastidiarme? —Grité también, pasando por su lado para salir de mi habitación y dirigirme hacía las escaleras, bajando cada escalón apresuradamente, llegando así al living y recostándome sobre un amplio y cómodo sillón. Iría, no me importaba lo que dijera mi padre, sólo deseaba que Mailén llegara pronto.

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Abrí mis ojos con dificultad, encontrándome con en un lugar conocido, bastante conocido en realidad… mi living. ¡Mierda! Sí Mailén vino por mi y me encontró en estas condiciones estará muy enfadada conmigo.

Mis manos viajan hasta mi teléfono, notando de inmediato que tenía un mensaje de Mailén, el cual decía: «Iba llegando a tu casa cuando un chico me dijo que no te encontrabas allí»

¿Un chico? Era imposible. La casa más cercana a la mía estaba bastante alejada, demasiado en realidad, tampoco recuerdo haber visto a algún chico por aquí… nunca.

Cerré los ojos un momento, intentando procesar cada palabra dentro del mensaje de Mailén. Mirando otra vez la pantalla de mi teléfono y disponiéndome a responder el mensaje de mi mejor amiga.

«Estuve aquí esperándote toda la noche, Mailén, creo que aquel chico te jugo una muy buena broma. Por cierto, ¿el cómo lucía?». Pulsé la tecla enviar, obteniendo una respuesta prácticamente inmediata.

«Yo… no lo recuerdo»

Me perteneces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora