6.

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Aquellas fueron las últimas palabras que logré recibir por parte de mi mejor amiga, aquellas que habían estado rondando en mi cabeza día y noche, día tras día. «No lo sé» Me repetía una y mil veces a mi misma, intentando obtener la tan ansiada respuesta a mi pregunta:

¿Cómo Mailén no iba a saberlo?

Era imposible.

De seguro sólo me estaba jugando una broma de mal gusto, tal vez quiere que vuelva antes, ya que ni siquiera contesta mis llamadas.

En fin, ya me encontraba en Pievescola y debía disfrutar al máximo esta oportunidad. Todos estábamos muy felices aquí, incluso mi padre. No valía la pena perder mi tiempo aquí pensando en estupideces, haciéndome preguntas que tal vez nunca podría responder o que simplemente no tenían respuesta alguna .

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Me encontraba recostada sobre el sofá del gran salón, viendo un extraño programa en la televisión, en el cual algunas personas narraban sus historias sobre algún encuentro con criaturas sobrenaturales, aliens, hombres lobos, doppelgangers, vampiros, demonios, en fin, un montón de sucesos sin explicación.  Una total estupidez, esta más que claro que todo aquello fue inventado por aquellas personas, es imposible que existan tales criaturas, sólo quieren llamar la atención, tener más audiencia o simplemente, quiere lograr que los demás vivan con miedo, logrando causar la no tan retorcida idea de que los seres humanos no somos los únicos en esta tierra.

—Emily, tocan a la puerta. ¿Podrías abrir, por favor? Estoy algo ocupada. —Gritó Nadia desde la cocina.

—Claro. —Grite también. —Ya voy… —Susurré para mi misma, dando un leve suspiro para ponerme de pie, dirigiéndome luego a paso apresurado hasta la puerta principal, posando una de mis delicadas manos sobre el dorado y brillante pomo que se encontraba sobre la puerta, encerrándolo entre mis delgados y largos dedos, girándolo con cuidado, logrando encontrarme con un chico que sonreía de forma amplia, dejando ver su más que perfecta dentadura.

—Buenas tardes. —Dije al chico que se encontraba frente a mí.

—Buenas tardes, señorita. —Sonrío, calvando sus ojos sobre mí. ¿Cómo esta?

—¿Qué necesitas? —Pregunté de forma brusca, clavando también mis ojos sobre el.

—Soy Gabriel. Gabriel Ferraio. —Rió de forma leve, dando un paso hacía delante, es decir, hacía mi.

—No he preguntado tu nombre. —Di un paso atrás, logrando igualar la distancia que antes nos separaba.

—¿Podrías ser más amable? No todos los días aparece un chico guapo tras de tu puerta. —Me guiño un ojo, sin quitar su maldita mirada de mi.

—Sí, lo sé. Y aún no tengo la suerte de que suceda. —Le guiñé un ojo, imitando sus movimientos. —¿Qué necesitas? —Volví a preguntar, elevando mi mirada para encontrarme con la suya, cayendo en cuenta de lo preciosos que eran sus ojos, azules como el cielo, incluso más impresionante que este mismo.

—Vengo por Nadia. —Susurró, mientras una de sus manos viajaba hasta su cabello, desordenándolo un poco.

—Ella está ocupada. —Dije, sin una mínima expresión sobre mi rostro.

Me perteneces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora