Prólogo: un nuevo enemigo

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El Maestro Windu, escoltado por su guardia Jedi más experimentada, atravesó con diligencia los pasillos del Palacio Senatorial en Coruscant, dirigiéndose hacia el Despacho del Canciller. Ya allí, tecleó un complicado código guiado por la Fuerza y la compuerta metálica se abrió dando lugar a una  estancia bien iluminada y ricamente adornada con detalles rojizos y finos bordados de oro estelar. Una silla transportadora, coronaba el centro del despacho y en ella aguardaba un hombre entrado en años, de pelo cano y cara surcada por las primeras arrugas de la edad, vestido con una túnica de color escarlata oscuro. Se volvió hacia el caballero Jedi y con gesto de desconcierto le saludó:

—¡Maestro Windu! Qué agradable sorpresa ¿A qué debo el placer de está visita tan extraordinaria?

—En nombre de la Federación Galáctica y el Consejo Jedi, queda usted detenido, Canciller —dijo sin preámbulos el maestro Windu con voz grave a la vez que desenvainaba su sable láser. Los otros Jedi le imitaron y se colocaron en posición ofensiva.

El canciller cambió su sonrisa complacida por una mueca de desprecio hacia el Jedi y preguntó:

—¿Con qué cargos?

—Tenemos las evidencias suficientes para probar que usted es un Lord Sith. Si se rinde ahora, tendrá derecho a un juicio y su condena será menor de lo que se estipuló en un inicio —explicó el Jedi, sin mostrar signo alguno de piedad.

—Ésto es algo inaudito y disparatado... —protestó el Canciller a la vez que intentaba mostrar su inocencia.

–La sentencia es firme, milord. Haga el favor de acompañarnos —zanjó el maestro Jedi con el ceño fruncido.

—Entonces, esto es traición —finalizó Palpatine con un tono que indicaba triunfo. De repente, para sorpresa de los recién llegados, hizo aparecer de su manga un sable láser que activó en el acto. Su hoja escarlata brillaba con la furia del sol de Korriban.

El canciller saltó en el aire para abalanzarse sobre los guardias tras un una serie de vueltas sobre su propio eje. En un suspiró, acuchilló a los guardaespaldas de Windu e inició un duelo muy reñido con el Jedi. Las espadas danzaron a una velocidad vertiginosa, produciendo ese característico chirrido metálico al entrechocar entre sí. 

El duelo de sables les fue llevando lentamente hacia el gigantesco ventanal de la sala. El maestro Windu atacaba a Palpatine con firmeza y serenidad, muy al contrario que el canciller, quien arremetía con la desesperación de una presa que se ve acorralada de forma inesperada. Finalmente, llegó un momento en el que el Sith cayó al suelo y apoyó su cuerpo sobre el alféizar de la ventana. Windu, le apuntó con la violácea hoja láser y le advirtió por última vez:

—Se acabó, milord. La guerra ha terminado.

De pronto, en la estancia apareció un nuevo individuo. Era un Jedi y sin embargo, poco tenía que ver con el maestro que se enfrentaba al canciller, pues este portaba negros ropajes y una capa oscura; su pelo rubio caía por su cuello en bucles desordenados y sus ojos azules escudriñaban cada detalle de la escena con alarma. Su complexión fornida debido al arduo entrenamiento  y su considerable altura eclipsaban  la veterana destreza de Windu. De la manga de su túnica de combate sobresalía la reluciente mano robótica que había mandado que le implantaran tras el cruento combate con el Conde Dooku.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó.

—¡Anakin, ya te lo advertí. Míralo tú mismo; los Jedi se hacen con el poder! —imploró Palpatine con una sonrisa de alivio al ver que su posibilidad de salvación había irrumpido en medio de todo aquello.

—¡Tiene el control del Senado y del Ejercito. Es muy peligroso y debe morir! —exclamó Windu fijando su mirada en Palpatine, con determinación.

—¡No; tú morirás! —amenazó el Canciller mientras alzaba las manos en dirección al maestro Jedi. De sus dedos brotaron potentes rayos de energía pura que canalizó hacia el cuerpo de Windu, pero este logró detenerlo con el filo de su espada. Los torrentes de energía rebotaron y volvieron de nuevo a su creador, deformando paulatinamente el aspecto del Lord Sith. Palpatine pegó fuertes alaridos de dolor.

—¡¡No, basta. Maestro, para!! —terció Skywalker, asustado al contemplar la degeneración de la piel del canciller.

—Estoy agotado... Agotado...  —gimió dolorido Palpatine, retorciéndose en el suelo frente al ventanal. El Maestro Windu, quien estaba dispuesto a darle el golpe de gracia, fue frenado por la insistencia de Anakin.

—¡Es su fin, milord!

—¡No, tiene derecho a un juicio! —Le detuvo Skywalker.

—¡Anakin, se ha vuelto demasiado peligroso como para dejarle vivir! —dijo el maestro jedi.

—Pero él puede ayudarme; tiene la respuesta a mi salvación. Le necesito! —gritó el joven Jedi a punto de dejar caer una lágrima de su ojo izquierdo.

Windu, por su parte, no le hizo caso y volvió a alzar la espada. Y no pudo ver que el mismo que le estaba implorando el perdón del asesino, fue el mismo que le detuvo activando su sable de hoja azulada y le cortó la mano al grito de una negación furiosa. El maestro Jedi, el que había sido hasta ese momento amigo de Anakin, gritó de dolor y de sorpresa a partes iguales.

Palpatine, triunfal, volvió a lanzar violentos rayos de sus dedos que, esa vez sí, impactaron de lleno en el cuerpo de Windu, le hicieron perder el equilibrio y el jedi cayó al vacío de la metrópoli, rompiendo el característico ventanal de la planta senatorial y alterando por un breve segundo la tranquila noche de Coruscant. Después reinó el silencio. Anakin Skywalker, había asesinado a uno de los suyos para perdonar la vida a un enemigo que supuestamente tenía la clave para evitar la muerte de Padmé.

—¿Qué he hecho? —se lamentó Anakin, cayendo de rodillas desconsolado a la vez que desactivaba su láser. Algo en su interior estaba reemplazando a la pena. Un sentimiento despiadado, una especie de alegría por una victoria inexistente que no había tenido lugar.

El canciller Palpatine se levantó del suelo renqueante y colocó su capucha sobre su cabeza demacrada por efecto de la electricidad, ocultando el rostro al destrozado Anakin.

—Bien, muy bien. —Su voz era pausada pero gélida como el hielo de Hoth—. Lo has hecho muy bien.

Anakin alzó la cabeza. Sus ojos adquirieron en cuestión de segundos un aspecto temible, inyectados en sangre a causa de las lágrimas. Parecía no poder controlar ese nuevo poder que circulaba por todo su cuerpo. Su paz interior desapareció y fue sustituida por un temible y profundo odio provocado por los recuerdos de su madre muerta, los cuales infectaron su mente, como un virus.

—De ahora en adelante se te conocerá como mi nuevo aprendiz y estarás bajo mi custodia con el nombre de Darth Vader. –Una sonrisa malévola apareció en las comisuras del ensombrecido rostro del lord Sith. El senador Palpatine, había conseguido su objetivo; era hora de poner en marcha su nuevo plan.

—Sí, mi maestro —asintió Vader con voz cavernosa fruto del odio que se había apoderado de él.

—Es preciso que vayas con diligencia al Templo Jedi y ejecutes a todos sus residentes sin hacer ninguna distinción. La escoria Jedi que se encuentre diseminada por la Galaxia será aniquilada por el escuadrón clon correspondiente. Dentro de un mes, reuniré a todos los representantes de la Confederación Galáctica, centralizaré todo el poder en mí y daré comienzo al Imperio a la vez que asesinas a los miembros de la federación de comercio separatista.  Finalmente, reinará la paz. Mas hay algo que debes hacer todavía. Tienes que someterte a un entrenamiento muy duro , si quieres mantener tus privilegios como mi mano derecha. Ve ahora a aniquilar toda forma de vida en el templo, después recibirás las instrucciones pertinentes. Destrúyelos a todos, Anakin; no me falles —concluyó Palpatine, dando la espalda a su nuevo acólito.

Éste, con el odio floreciendo cual rosa rodeada de espinas, contestó en un tono de voz apenas audible:

—Sí... mi Maestro. —Seguidamente, abandonó la sala cubriendo con la capa, su nueva máscara.






El Camino Oscuro del SithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora