Capítulo 7: escape

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Han y el mercenario subieron a toda prisa las escaleras de antiguo centro de comunicaciones. El chico se conocía todos los rincones de memoria ya que su tío solía frecuentar ese lugar. 

—¿Estás seguro de que es por aquí? —El hombre arqueó una ceja escéptico. 

—¡Mire! —exclamó Han deteniéndose de manera súbita y señalando la escena del tiroteo entre Evanida y su tío—. ¿Pero qué...?

No pudo terminar la frase: su tío, fuera de control debido a su rabia, disparó un rayo de protones con su desintegrador contra el chico. Han se quedó quieto, perplejo, sin poder reaccionar. No podía creer que su tío disparara contra él. Para su protector, Han no significaba absolutamente nada. El desconocido que le había ayudado a llegar hasta allí, le propinó un buen empujón y eso fue lo que le salvó la vida.  

—¡Quédate junto a la pared! —ordenó. El hombre desenfundó su propio desintegrador y cargó contra aquel tipo alimañoso que había dejado en estado de auténtica conmoción al muchacho. Los rayos impactaron varias veces en el cuerpo del mecánico y éste se desplomó sobre los escombros que el incidente había producido. Finalmente, se acercó a Han y le tendió al chico un bláster de sobra para tratar de aliviar el pánico en sus ojos—. Ante la duda, dispara primero siempre.

El chico asintió varias veces con la cabeza y tragó saliva mientras el hombre se apresuraba para ayudar a que Evanida se incorporase. Ésta se levantó cojeando, ya que la herida de la pierna que había llevado consigo desde su escape del Cementerio, estaba empezando a abrirse de nuevo. Viendo la complicación que tenía la mujer en su pierna, el mercenario le tendió con amabilidad unos parches coagulantes. 

—Gracias; parece que hoy estoy destinada a acabar como un colador de plasma —suspiró ella y se colocó uno sobre la herida. Una sensación balsámica la embargó y de nuevo pudo andar con normalidad. Han se acercó a ellos temeroso y empuñando su arma con fuerza. 

—¿Por qué mi tío quería matarme?—El chico necesitaba respuestas y no admitiría ningún silencio que ocultara la verdad. 

—Era un espía del Imperio. Cuando le descubrí, estaba dando información para que las tropas clon pudieran aterrizar aquí. Tarde o temprano iba a traicionarte, chico —explicó ella.

—Debemos avisar a la población para que evacuen el planeta —interrumpió el mercenario, con preocupación, buscando en los controles de la sala algo con lo que poner en marcha su plan para informar del ataque inminente que el Imperio se disponía a ejecutar sobre Bango Daharim. Evanida movió la cabeza en señal de negación.

—Temo que ya sea demasiado tarde. Será mejor que evacuemos por nuestra cuenta y vayamos a buscar la nave y a Skywalker —resolvió la contrabandista. 

Los tres dejaron la sala y bajaron por las escaleras metálicas del recinto. Evanida iba a la cabeza del grupo y el mercenario lo cerraba cubriendo la retaguardia. La joven trataba de ir lo más rápido posible pero aún no habían dejado el centro de comunicaciones. Si no se daban prisa, nunca escaparían de los rayos de tracción a los que los destructores estelares debían su fama. 

—Espera, ¿cómo es que conoces a Skywalker? —preguntó el mercenario, desconcertado. 

—Digamos que somos socios. —Evanida debía ser precavida. Aquel hombre no paraba de preguntar por Skywalker y eso, según su experiencia, era bastante sospechoso—. ¡Entrad, volved al vestíbulo, rápido!

Las lanzaderas imperiales descendían sobre el planeta, destruyéndolo todo a su paso con sus potentes rayos de plasma. La muchedumbre comenzó a huir despavorida del palatino hacia recovecos que creían más seguros inútilmente. Algunos lograban refugiarse, otros caían muertos, calcinados por los rayos de plasma. Evanida notó que su corazón se encogía. 

—No lo entiendo. Un planeta sólo puede ser invadido de esta forma por un asunto interestelar —exclamó el mercenario abrazando con fuerza al muchacho para protegerlo.

—Tienen motivos más que suficientes. —No tenía sentido guardarse más el secreto. No al menos el de que fue un jedi tiempo atrás—. Anakin es uno de ellos. Le buscan por traidor. Si supiera dónde se encuentra... Han, ¿sabes dónde guardan la nave-trofeo? 

—Nadie lo sabe. El sitio es secreto para evitar incidentes antes del campeonato —contestó Han con un hilo de voz. 

—Entonces estamos perdidos. Nuestra crucero de Naboo está averiado y no no quedan recambios con los que poder arreglarla. —Evanida no se inmutó ante un nuevo ataque en el centro de telecomunicaciones. ¿De qué le hubiese servido asustarse como lo hizo el pobre muchacho ante el repentino ataque de una bola de plasma? Por culpa de su resignación, no veía que el chico quería seguir viviendo. Tenía aún toda la vida por delante y no quería formar parte de los daños colaterales de Bango Daharim—. Ha sido un placer conoceros. 

—¡No puede hacernos esto. La hemos seguido hasta aquí y usted se empeña en rendirse! —exclamó Han, ofendido. 

—¡Escucha, niño; a veces hay que saber cuáles son nuestras limitaciones. Si nos adentramos en pleno campo de batalla, nos matarán. Morir por una causa perdida desde el principio es algo inútil si quieres sobrevivir. ¿Tú quieres sobrevivir? —increpó Evanida. El muchacho enmudeció y asintió con la cabeza, resentido—. Bien, pues haz el favor de estarte calladito y esperar a que se me ocurra algo. 

—¡Mirad! —dijo el mercenario y señaló a un punto negro en el cielo que se aproximaba con diligencia hacia el centro de comunicaciones. Han entornó los ojos para identificar la silueta de la nave. 

—¡Es una nave corelliana! —clamó el muchacho.  

De pronto, el olvidado transmisor que Anakin le había tendido a Evanida, resonó en el bolsillo de su traje de contrabandista. Sobresaltada, lo activó y una voz familiar comenzó a hablar por él.

—¿Me presentas a tu nuevo amigo Evanida?—La mujer miró a la nave que se aproximaba, de nuevo—. No mires con tanta desconfianza. Te estoy observando desde la nave. Haced el favor de subir, ¡ahora!

—Skywalker... —musitó la contrabandista, sin dar crédito, mientras la nave descendía para que pudieran subir a ella, pero aliviada a su vez por ver que su socio había salido ileso—. ¿Y qué pasa con el crucero bangiano? 

—Esto es lo mejor que he podido encontrar. El crucero se lo llevó por delante un rayo de protones. ¡Venga! ¿A qué estáis esperando? ¡Subid!—exclamó Anakin. 

—¡Eso es un montón de chatarra. Dudo que pueda alcanzar la hipervelocidad siquiera!   —rugió Evanida.

—Si te quedas quieta ahí, nunca llegaremos a comprobarlo —contestó el mercenario. Tomó a Han de la mano y exclamó—. ¡Vamos, deprisa!

El crucero corelliano de aspecto destartalado y de un sospechoso color gris que denotaba oxidación de la maquinaria, desplegó su rampa de entrada al interior y los tres subieron, finalmente, a bordo.   


El Camino Oscuro del SithDonde viven las historias. Descúbrelo ahora