Mi intención era esperar unos dos días antes de llamarla, fingir que aquel encuentro en un bar cualquiera no había roto los pocos esquemas de los que mi vida disponía, pero en menos de veinticuatro horas mis dedos se encontraban marcando su número entre temblores nerviosos. Suponía que ella quería que la llamase, porque de lo contrario se habría marchado sin dejar en mi bolsillo aquel trozo de papel que custodié en mi cartera como si se tratara de un tesoro, pero aún sentía que todo podía salir mal.
Supongo que así era yo en aquel entonces, siempre con mi estúpida manía de ser un pesimista sin remedio, o de recordar la interminable lista de relaciones amorosas que había arruinado a lo largo de mi vida, algunas de ellas incluso antes de que empezaran.-¿Hola?-dijo al otro lado del teléfono la voz que tan bien recordaba de la noche anterior.
-Hola, soy... Soy Hemingway-respondí, tratando de no estropear la magia de mi falso nombre que tanto parecía gustar a Bleue.
-¡Ey! ¿Cómo estás?
-Pues bien, ¿y tú?
-También.
-Me alegro de que me hayas llamado.
-¿No te lo esperabas?
-La verdad es que no, a la gente hoy en día no le gusta complicarse la vida por nada ni por nadie. Prefieren hacerlo fácil, mandar un simple Whatsapp.
-En el papel que dejaste en mi bolsillo ponía "llámame" no "mándame un Whatsapp", así que cumplo órdenes-contesté, con una pequeña risa acompañada de la suya.
-¿Así que cumples mis órdenes?-preguntó ella, divertida.
-De eso nada, no te acostumbres.
-Ya me parecía raro...
Y ambos reímos en aquel momento, aunque eché de menos su risa al natural, acompañada de su corta melena castaña y de esos labios pintados de rojo que trataban de forma inútil de hacerla parecer mayor.
-Oye...-dije tras la pequeña carcajada, no sin antes haberme armado del valor necesario para hacerlo.
-Dime.
-¿Y si quedamos?
-Claro, idiota. Estaba esperando a que me lo pidieras.
En aquel momento agradecí que nos separara una línea telefónica, y seguramente también unos cuantos kilómetros, porque ello impidió que Bleue pudiera ver el rubor que escalaba por mis mejillas.
-¿Y a dónde vamos?-preguntó, sorprendiéndome por completo, porque por estúpido que parenzca era algo en lo que no había pensado.
-¿Qué te apetece hacer?-dije, tratando de ganar unos segundos para pensar.
-No lo sé, la verdad. ¿Tú en qué habías pensado?
-Si te soy sincero no había pensado en nada...-reconocí, sintiéndome el chico más imbécil del planeta, dándome cuenta de que me había precipitado en llamar al igual que lo hacía con el resto de decisiones que tomaba en mi vida.
-Entonces llevamé a tu sitio favorito de Madrid-sugirió ella, con espontaneidad, lejos de reírse de el ridículo que yo consideraba estar haciendo.
-No sé...
-¿Por qué?
-Porque seguro que te esperas un sitio increíble, una callejuela olvidada, un palacio que nadie conozca o un edificio histórico con vistas increíbles, pero no es nada de eso. Es un sitio lleno de turistas fotografiando y de personas que parecen impedir que disfrutes del lugar.
-¿Y qué? No importa. Podemos ser turistas por un día, ¿no?
-Me parece bien.
-¿Dónde quedamos entonces?
-Quedamos en Sol, y te llevo.
-Perfecto.
-¿A qué hora?
-Tú dirás.
-¿A las ocho?
-Me parece bien, pero tengo que colgarte ya, o no me dará tiempo a prepararme.
-Tampoco es que te haga falta.
Tras unos segundos de silencio que yo interpreté como un rubor de mejillas contestó un "ay, no seas bobo" que dejó que saliera a la luz su faceta más infantil de niña que acaba de acariciar la mayoría de edad con las yemas de los dedos y colgó, dejándome solo en mi habitación y contando como un idiota los minutos que faltaban para verla.Cuando nos reencontramos la vi aún más guapa que la noche anterior, con una blusa blanca cubriendo sus curvas y unos vaqueros ajustados que parecían haber sido hechos especialmente para ella, con un maquillaje que no me hubiera gustado que fuera invitado a nuestra cita, porque me moría de ganas de verla tan natural como lo eran sus respuestas o su sonrisa.
-¡Bleue!-dije en cuanto la vi, temiendo haber sonado demasiado emocionado, aunque realmente lo estaba.
-Hola, Hemingway-contestó ella aproximándose a mí, para saludarme con un beso en cada mejilla.
Lo cierto es que nunca me ha gustado saludar así, de una forma en la que acabas chocando las mejillas sin besar, siguiendo una convención que ya no transmite ni significa nada, pero, ¿qué esperaba de un segundo encuentro con una chica de la que, en realidad, no conocía ni el nombre?
-¿Vamos?-dije tras los dos besos de cortesía, deseando que la confianza fuera brotando poco a poco entre nosotros a medida que avanzara la tarde.
-¿A dónde?
-¿Quieres saberlo o mejor te llevo sin más?
-Mejor no me lo digas.
-Lo vas a saber enseguida.
-Fingiré que no, entonces-contestó, haciendo que comenzara a caminar por la Carrera de San Jerónimo con una sonrisa de idiota de la que ella era la única culpable.Estoy seguro de que a los diez minutos (como mucho) Bleue ya sabía que nos dirigíamos a El Retiro, pero aún así fingió en todo momento lo contrario, como si interpretara el papel de su vida, como si peleara por un preciado Oscar.
Mientras caminamos hablamos de un millón de temas sin importancia, que sin embargo eran los pequeños fragmentos que nos hacían conocernos mejor.
Aquella tarde descubrí que le encantaban los libros de Benedetti, pero que odiaba que se hubiese puesto de moda, porque ya no podía considerar las obras del escritor uruguayo como su preciado secreto, que tenía un gato que era el ser menos cariñoso del planeta y que acababa de empezar la carrera de periodismo. Ella, por su parte, conoció cosas de mí que nunca nadie se había molestado en conocer, como que los pasos de cebra me recuerdan inevitablemente a los Beatles y a su mítico Abbey Road, que odio la comida del McDonald's y, por supuesto, que El Retiro es mi rincón favorito de Madrid.-Vaya, no me esperaba para nada que viniéramos aquí-bromeó ella cuando cruzamos la entrada al parque más cercana a La Puerta de Alcalá, mi favorita.
-Soy el rey de las sorpresas, lo sé.
-Sin duda alguna.
Tan solo décimas de segundo después de aquella conversación tan irónica como absurda estallamos ambos en carcajadas, de una manera que en aquel momento solo podíamos entender nosotros, porque no pertenecía a nadie más nuestra tarde por Madrid, mi sorpresa mal hecha ni sus cómicas ganas de fingir hasta el último momento. No. Todo aquello solo era nuestro, y en aquel momento deseé que fuera solo el primero de una colección de instantes que nadie más entendería, como si se hubieran grabado en nuestras mentes con un lenguaje propio.En cuanto entramos a El Retiro mis pasos se dirigieron solos hacia el lugar de siempre, convirtiéndome en un automáta seguido de una chica preciosa.
-¿A dónde vamos?
-Ya lo verás-contesté, dudando de si lo preguntaba porque realmente no lo sabía o como parte de nuestra pequeña obra de teatro privada.
Ella sonrió como única respuesta, y fue entonces cuando me sorprendí a mí mismo más que a Bleue, cayendo en la cuenta de que ella no tenía ni idea de a dónde nos dirigíamos, y de que, por tanto, no había fracaso completamente en mi idea inicial de sorprenderla.Tan solo unos cinco minutos después nos encontrábamos ante el palacio de cristal, ese que de pequeño se me antojaba como un palacio del que era rey y señor, con un ejército enorme que yo mismo imaginaba a través de aquellos ventanales cuando mis padres me llevaban allí a soñar despierto.
-Es impresionante...-murmuró Bleue cuando estuvimos ante él, viendo como los rayos de sol jugaban con los cristales.
-¿Nunca habías estado?
-En El Retiro sí, pero nunca en el Palacio de Cristal. Supongo que es una de esas cosas que siempre he querido hacer, pero que al final he ido posponiendo durante años.
-Vaya, así que al final te he sorprendido de verdad, ¿no?
-Pues sí-contestó ella, guiñándome un ojo y dejando escapar una pequeña risa.
-¿Entramos?
-Por supuesto, me muero de ganas de estar dentro-dijo ella, con la ilusión de un niño pequeño.
Cuando subíamos los peldaños que nos separaban de la puerta me atreví a sostener su mano, y ella la estrechó con fuerza, como si en silencio y de forma táctil estuviera diciendo "no me sueltes", y yo, desde luego, estaría encantado de cumplir con su petición.
-Creo que te voy a robar tu rincón favorito de Madrid...-murmuró ella cuando entramos, mirando hacia el techo maravillada.
-Mejor lo compartimos.
-Sí, mejor aún...-susurró como respuesta, apretando sus dedos contra los míos, y recordándome que aún seguíamos cogidos de la mano, y que yo no quería que dejáramos de estarlo.El resto de la tarde se basó en paseos por El Retiro recordando cada uno las otras veces que habíamos estado allí antes (porque es prácticamente imposible ser madrileño y no haber estado ni unas horas en el famoso parque) y en pasar cerca de media hora por las calles de Madrid buscando una cafetería que nos gustara, para finalmente acabar refugiándonos en un Starbucks del frío que comenzaba a traer la primera semana de octubre cuando comenzaba a caer la noche.
Allí seguimos hablando de temas sin importancia que a penas recuerdo, pero que para mí cobraban importancia si los compartíamos, si nos hacían conocernos poco a poco.Cuando nos despedimos aquella noche en la boca de metro de Sol tras pasar un par de horas enlazando cafés y conversaciones me di cuenta de que no nos habíamos besado, y, lo que era más extraño aún, que ni siquiera había reparado en ello en toda la tarde, tan ocupado como estaba conociendo a una Bleue que cada vez se mostraba ante mí menos enigmática, pero sin embargo mucho más atractiva.
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Bleue
RomanceA veces el temor a que te rompan en mil pedazos (de nuevo) y el miedo a querer, a volver a perder el sueño, el tiempo y los besos por una persona son sinónimos, y eso es algo de lo que Lucas y Belue saben demasiado bien, aunque no les importe aprend...