VI

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El martes al salir de la facultad me dirigí a FNAC, situado en plena plaza de Callao a comprar "Los pájaros", ya que hasta ese momento mi colección de cine se reducía a las infames comedias que mi madre y mi hermana acostumbraban a regalarme por navidad, siempre acompañadas de la típica frase "como sé que te gusta tanto el cine..." que más bien debería haber sido un "como no te conocemos en absoluto pero creemos que sí...".
Mientras recorría interminables pasillos en los que identificaba por todas partes películas que había visto en algún momento de mi vida decidí que además de comprar un DVD para mí cogería otro idéntico para ella, dejando salir al detallista que siempre he llevado dentro (y que todavía nadie se había molestado en conocer), y, una vez en casa, escribí una pequeña nota que guardé en su interior, y que se encargaba de convertir aquel regalo en algo que solo nos pertenecía a nosotros.

Cuando llegaron las ocho de la tarde y yo ya llevaba unas tres horas en casa no haciendo nada a parte de esperarla el cosquilleo de mi estómago comenzaba a ir en aumento, consciente de que en tan solo una hora la tendría sentada a mi lado en el sofá, mirando hacia la pantalla con atención y otorgándome así el lujo de poder examinar cada centímetro de su anatomía, como solo lo haría quien sabe que la persona en la que se sumerge no va a pillarle in fraganti.

A las nueve sonó por fin sonó el timbre, después de una espera que a mí se me antojó más bien como una erernidad, y mis piernas temblaron al conducirme a la entrada, sabedoras de que traer a Bleue a mi casa significaba, en cierta medida, abrirle una parte de mi vida, dejarla entrar y confiar en que no volviera a destruirme como lo hizo la única persona que encontró mi corazón abierto de par en par para ella, junto a un cartel que decía "puedes vivir aquí, si quieres".
-Hola, Hemingway-dijo Bleue con esa melíflua voz a la que ya comenzaba a acostumbrarme acompañada de su cálida sonrisa.
-Hola, Bleue-contesté, colocando una mano suavemente sobre su cintura y besando solo una de sus mejillas, porque ya estaba harto de los malditos dos besos que a mí siempre me han resultado un saludo entre desconocidos que tratan de actuar como si no lo fueran.
-¿Cómo estás?
-Bien, ¿y tú?
-Igual. ¿Vives solo?
-Sí.
-Genial.
-Lo sé.
En aquel momento ambos sonreímos sin movernos del umbral de la puerta, en parte porque ninguno tenía nada que decir, y en parte como un mero anticipo de lo que aquella noche nos tenía preparado.
Lo cierto es que durante los días en los que no nos habíamos visto el recuerdo de la incomodidad con la que habíamos acabado la velada anterior no había dejado de rondarme la mente, haciéndome pensar que lo nuestro moriría antes de llegar a florecer como tantas otras veces me había ocurrido, pero todas las dudas y preocupaciones se disiparon de mi mente con aquella sonrisa, como si esta se tratara de un bálsamo para todos esos miedos que causan dentro de mí los cambios y los nuevos comienzos.

-Traigo palomitas-dijo Bleue, agitando las bolsas de palomitas aún sin hacer en su mano derecha, mientras se adentraba en mi casa sin necesidad de permiso.
-Perfecto, porque se me había olvidado comprarlas-reconocí, indicándole que dejara su chaqueta vaquera de color azul sobre una de las sillas del salón, porque nunca he sentido la necesidad de comprarme un perchero.
-Voy a hacerlas-contestó ella, mientras yo me enamoraba de su manera de desenvolverse, de comportarse como si aquella llevara toda la vida siendo su casa, como si no se tratara de una extraña entre las cuatro paredes que en gran medida constituían mi mundo.
-Genial-contesté con una sonrisa, yendo a por la película que había comprado para ella y deseando encarecidamente encontrar el momento pefecto para dársela, porque nunca se me ha dado demasiado bien sorprender o, al menos, hacerlo cuando me lo propongo en lugar de conseguirlo de forma accidental como había ocurrido en nuestra primera cita en el Palacio de Cristal.

A los cinco minutos Bleue apareció con un bol que supuse había encontrado en alguno de los armarios de la cocina en los que yo nunca conseguía encontrar nada y con una sonrisa tan radiante que pareció querer decirme "vamos, sorpréndeme si te atreves", así que lo hice, cogiendo de la única mesa de la que disponía el salón la bolsa de plástico que ocultaba el DVD como si se tratara de un preciado tesoro (que era justo lo que esperaba que aquella película significara para ella).
-¿Sabes qué? Tengo algo para ti-dije, tratando de no sonar nervioso y de no convertir aquello en un momento incómodo.
-¿Para mí? ¿Y eso?
-Porque sí.
-Me gusta la gente que hace cosas sin necesitar un motivo para ello-contestó ella, con una sonrisa sincera e incluso soñadora, mientras yo le tendía la bolsa que contenía su regalo.
Los pájaros!-exclamó cuando hubo visto la caja que había dentro de la bolsa, con una mirada que me regaló el triunfo de saber que había conseguido sorprenderla.
-Por si después de hoy te recuerda a mí-contesté, temiendo sonar excesivamente romántico, incluso llegando a sonar patético.
-La veré cada vez que quiera acordarme del día de hoy, así que espero que sea memorable.
-Lo será.
-Gracias-susurró ella, mientras sus labios se aproximaban a los míos, trayendo consigo el primer beso de la noche.
-No hay de qué-contesté cuando murió el beso, señalando con la mirada el sofá para que me esperase sentada en él mientras ponía la película.

Las siguientes dos horas se basaron en sustos, respingos, dos brazos fuertemente agarrados, dos cuerpos que se aproximaban cada vez más, el miedo como excusa perfecta para poder tocarnos y sentirnos más de cerca, para acabar tumbados juntos sobre ese sofá que por una vez agradezcí que fuera tan pequeño, con mi brazo rodeando su cadera y con esa espalda que para mí era un misterio que resolver pegada a mi pecho.
-¿Sabes? Me encantan las películas de miedo-dijo de repente Bleue cuando el largometraje hubo acabado y los créditos desfilaban en la pantalla acompañados de una música inquietante y siniestra, al tiempo que se giraba, de modo que ambos quedamos mirándonos a los ojos.
-Y a mí.
-Supongo que me aportan la dosis de adrenalina que falta en mi vida, y que me gustan precisamente porque me hacen sentir emociones fuertes, aunque sean también aterradoras.
-Así que llevas una vida tranquila ¿eh?-contesté, tratando de aprovechar el momento para indagar sobre esa chica que, a pesar de encontrarse tumbada a escasos centímetros de mí, todavía se trataba de una gran desconocida.
-Más de lo que me gustaría, la verdad, aunque creo que es mi culpa.
-¿Por qué?
-Porque le he cogido miedo a vivir deprisa.
-¿Con la edad que tienes?
-En dieciocho años da tiempo a vivir muchas cosas.
-¿Y no vas a contarme ninguna de ellas?
-Lo haré cuanto sea el momento.
-¿Y cuándo será eso, si se puede saber?
-Todavía no.
Tras decir aquello Bleue zanjó la conversación con un beso, que sin embargo no me supo como todos los que nos habíamos dado hasta el momento, sino como un simple "cállate" que no hacía sino aumentar mi intriga. ¿Qué podía haber ocurrido en la vida de Bleue para hacerla pensar de aquella manera? ¿Cuándo me dejaría al fin conocerla, o al menos empezar a hacerlo?

Durante el resto de la noche hubo más besos, más conversaciones de esas que servían más para conocerme que para conocerla, más sonrisas cómplices y más miradas que decían más que mil palabras, todo ello hasta que a las tres de la madrugada Bleue anunció que debía irse, dejándome solo en aquel sofá que había guardado su olor, no sin antes darme las gracias por el regalo y por aquella noche, al tiempo que yo la acompañaba a la puerta, despidiéndola con un fugaz beso en los labios que requirió de toda mi valía.
Cuando cerré la puerta tras ver su melena corta desvanecerse en el último de los escalones al que llegaba mi vista me senté en el sofá que durante horas habíamos compartido, respirando los restos de su aroma que que se habían quedado en él, disfrutando de los recuerdos de aquella noche con ella, saboreando uno a uno todos los momentos como si quisiera grabarlos a fuego en mi memoria por temor a olvidarlos, hasta que repentinamente me interrumpió el zumbido que indicaba que me había llegado un mensaje al móvil.
"Ya sabes que esto de los mensajes no me gusta, pero quería que supieras que he ido a ver la película que me has regalado de nuevo porque ya tenía ganas de acordarme del día de hoy, y al abrir la caja me he encontrado con una notita que ha conseguido sacarme una sonrisa de idiota".
Yo también sonreí como un idiota al leer aquellas palabras, imaginando cómo sonarían si salieran de sus labios y tratando de recordar qué era lo que yo mismo había escrito en aquella nota tan solo unas horas antes, cuando era un manojo de nervios que temía hacerlo todo mal, pero que lo único que pretendía era sacarle una sonrisa (y que por esta vez había logrado su objetivo).

BleueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora