IX

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Al día siguiente fui el primero en llegar a Plaza de España, el lugar que habíamos elegido para encontrarnos, y me senté al borde de la fuente con los pies tamborileando en el suelo de forma nerviosa, contemplando el edificio España y dándome cuenta de que nunca me había detenido realmente a mirarlo, a imaginar la vida de las personas que se encontraban tras todas aquellas ventanas, a pesar de que sabía de la existencia de ese edificio desde que tenía uso de razón, y de que lo había visto miles de veces a lo largo de los años.
-¿En qué piensas?-preguntó de repente una voz dulce a mi espalda, al tiempo que una mano se apoyaba dulcemente sobre ella.
-En este edificio-contesté, señalándolo.
-¿Y eso?
-Porque llevo viéndolo desde que era un niño, habré pasado por delante de el innumerables veces, me habrá visto crecer, reír e incluso llorar, y sin embargo nunca me había detenido a mirarlo.
Ella se sentó a mi lado y dirigió la vista hacia el edificio también, dejando que transcurrieran unos segundos antes de decir:
-La verdad es que yo tampoco me había parado a mirarlo nunca, aunque no lo he visto tantas veces como tú.
-¿No has vivido siempre en Madrid?
-No. No nací aquí.
-¿Ah, no? ¿Y de dónde eres?-pregunté, sorprendido, reafirmándome en la idea de que no conocía a aquella chica en absoluto, por mucho que la hubiera besado o que ella hubiera llorado sobre mi hombro.
-Santander.
-Nunca he estado.
-Pues habrá que ponerle remedio-contestó ella, dejando de mirar el edificio España para poder dedicarme una mirada y una sonrisa tímidas.
-Cuando quieras-respondí, justo en el momento en el que divisé a Jose aproximándose a nosotros.
Por dentro sentí como crecían mis nervios poco a poco hasta apoderarse de mi pecho y tratar de hacer lo propio con el abdomen. No sabía muy bien por qué, pero lo cierto era que tenía muchas ganas de que llegara aquel momento, pero a la vez también sentía algo de miedo a que no se cayeran bien, a que pertenecieran a extremos completamente opuestos de mi vida.
-Qué raro Jose, tú llegando tarde-ironicé mientras le saludaba con un abrazo antes de presentarle a Bleue.
-Las cosas buenas no deberían cambiar nunca-contestó él, riendo y tratando de vislumbrar a Bleue por encima de mi hombro.
Yo reí antes de soltarle, aunque de forma nerviosa, y procedí a pesentarles, diciendo los nombres de cada uno y contemplando como se saludaban con un beso en cada mejilla, sonriéndose con cortesía y pronunciando el típico "me alegro de conocerte".
Una vez hubo finalizado el protocolo típico de estas ocasiones nos encaminamos los tres hacia el metro, dispuestos a dirigirnos a Matadero, y al principio la atmósfera se notaba cargada de incomodidad, de falta de confianza, de conversaciones que no llegaban a proliferar, aunque por supuesto eso fue disipándose poco a poco a medida que pasaban los minutos que nos separaban de nuestro destino.
Finalmente, cuando llegamos a Matadero parecíamos tres amigos de toda la vida compartiendo una tarde juntos por las calles de Madrid. Sí que es cierto que no abundaron los besos y muestras de cariño entre Bleue y yo durante nuestro camino, a pesar de que andáramos cogidos de las manos como si temiéramos alejarnos demasiado el uno del otro, pero consideré aquello algo normal, a lo que tendría que acostumbrarme si mi relación con Bleue acababa llevando a buen puerto y el hecho de presentarnos a nuestros respectivos amigos se convertía en algo rutinario y común.
-¿Qué vamos a ver?-preguntó Bleue con curiosidad, antes de que penetráramos en el edificio, cuando ya nos encontrábamos frente a él.
Yo me encogí de hombros, sonriendo y señalando a Jose con un movimiento de cabeza, indicando que él era el experto en aquello.
-¿Qué os apetece?
-No lo sé-reconocí.
-¿Una obra de teatro?
-¡Vale!-exclamó Bleue, emocionada como una niña pequeña ante los regalos de navidad.
-Pues decidido-añadí yo, dando a entender que los tres estábamos de acuerdo con la idea y rodeando la cadera de Bleue con uno de mis brazos mientras nos dirigíamos a comprar las entradas.
Mientras Jose las pedía y pagaba yo apoyé la cabeza sobre el hombro de Bleue, sin dejar de rodear mi cuerpo con su brazo, y ambos esperamos sin mediar palabra ni sentir la necesidad de hacerlo, lo cual era una de mis partes favoritas de aquella extraña relación que ni siquiera nos habíamos molestado en definir: el hecho de que las palabras no fueran absolutamente necesarias, o de que no solo quedaran sustituídas por besos. Tanto Bleue como yo podíamos estar los dos solos sin hablarnos, sin necesidad de estar contemplando una película o algo parecido, y sin sentir en ningún momento que aquello se tornaba incómodo.
Cuando Jose regresó con las entradas se quedó unos instantes contemplándonos, como si fuéramos una escultura destinada a adornar un jardín, y movió los labios sin emitir sonido alguno, para que yo fuera el único que pudiera entender las palabras que de forma muda salían de su boca, "La Elegida". Yo sonreí poniendo los ojos en blanco como única respuesta, aunque lo que realmente me hubiera gustado contestar era "sí, yo también empiezo a creer que es ella".
-¿Entramos?-preguntó Jose, aunque en su rostro podía notársele algo temeroso de romper la magia del momento.
-Sí, vamos-contesté yo.
Bleue sonrió como única respuesta, y los tres caminamos hacia la entrada volviendo a charlar de forma animada, como si no hubiera existido ese mágico momento de apacible silencio.
Aquel día vimos "Cuando deje de llover", que no sería más que la primera de todas las tardes de teatro que compartiríamos juntos, porque nos habíamos dado cuenta de que, de alguna extraña manera, los tres encajábamos como si nos conociéramos de toda la vida, a pesar de que mi relación con Bleue fuera mucho más estrecha que la que ella mantenía con Jose, al que acababa de conocer, y también obviando ciertos momentos en los que resultaba evidente que Jose y yo compartíamos una complicidad distinta, que solo puede forjarse a base de años compartidos.
Cuando salimos del teatro decidimos ir a cenar a un Burger King, para no acabar del todo con nuestros limitados ahorros, y durante la cena tocamos numerosos temas que no dejaban de brotar entre nosotros, como si quisieran impedir que el silencio se sentara en nuestra mesa a cenar.
Una vez hubimos acabado me ofrecí a llevar a Bleue a casa, preguntando a Jose si se unía a nosotros, aunque suplicándole con la mirada que no lo hiciera, pues necesitaba al menos un rato a solas con ella, un beso que compartir con sus labios antes de regresar a casa.
-Yo paso, si no os importa, estoy muerto y mañana hay que ir a clase-rechazó Jose mi propuesta, haciendo alarde de nuestra habilidad para parecer capaces de leernos la mente.
-Vale, pues mañana hablamos y nos vemos, si quieres-respondí.
-Perfecto. Adiós, Bleue-dijo mientras los tres nos levántabamos para despedirnos y marcharnos, dejando nuevamente un beso en cada una de sus mejillas.
-Adiós, encantada de conocerte.
-Lo mismo digo. Cuídamelo, eh-bromeó Jose señalándome con un movimiento de cabeza, y haciendo que Bleue contestara "lo haré" entre risas.

-La verdad es que estaba nerviosa por conocer a tu mejor amigo, supongo que tenía miedo a no caerle bien-me confesó Bleue una vez unos hubimos quedado solos, caminando hacia la boca de metro.
-Yo creo que los dos os habéis caído genial-contesté, con una sonrisa tranquilizadora.
-Eso espero.

Cuando llegamos a su portal, tras recorrer unas cuantas estaciones de metro y una manzana de Madrid como otra cualquiera en la que la oscuridad de la noche trataba de ser auyentada con multitud de farolas no supe si despedirme allí mismo y marcharme, o si por el contrario debía esperar de ella que me invitara a pasar.
-Puedes subir, si quieres, aunque estára mi hermana en casa viendo la televisión-dijo Bleue tímidamente.
-Mejor otro día-respondí, visiblemente nervioso, lo que causó que ella riera.
-Está bien, hoy te libras porque me muero de sueño, pero otro día tienes que conocer a mi hermana, ya que a mí ya me ha sometido a examen tu mejor amigo.
-No te ha sometido a ningún examen, boba.
-Los dos sabemos que sí.
-Bueno, un poco tal vez-reconocí, haciendo que los dos riéramos, rompiendo el relativo silencio de la noche madrileña.
-Hasta mañana, Hemingway-dijo Bleue, casi en un susurro, aunque yo caí en la cuenta de que ya conocía mi verdadero nombre debido a que Jose había estado utilizándolo toda la tarde, sin que yo reparara ni él supiera que Bleue no lo conocía hasta el momento.
-Buenas noches, Bleue-contesté yo, aproximándome a ella para despedirme con un tierno beso que me hiciera llevarme a casa la esperanza de volver a verla pronto o, al menos, la de soñar aquella noche con ella.

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⏰ Última actualización: Oct 23, 2015 ⏰

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