V

104 10 2
                                    

La única razón por la que no llamé a Bleue durante toda aquella semana fue porque estaba haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad para no caer, para aparentar que no moría por una llamada suya, para no parecer tan desesperado como realmente estaba por volver a respirar cerca de ese leve olor a melocotón que desprendía el ligero perfume que descansaba sobre su piel.

Por suerte, solo tuve que esperar hasta el sábado siguiente para recibir una llamada suya a las diez de la noche, que me pilló por sorpresa aún cuando llevaba una semana entera esperándola.
-Hola, Bleue-dije, tratando de sonar casual en lugar de terriblemente aliviado por tener de nuevo la oportunidad de escuchar su voz.
-¡Hemingway! ¿Tienes planes para esta noche?
-¿Ver por enésima vez la película Seven cuenta?
-No si quieres cambiar ese plan por uno mil veces mejor.
-A ver, sorpréndeme.
-Verás, acabo de ver en las noticias que hay un eclipse lunar esta noche, a las dos de la madrugada, y me he dado cuenta de que nunca he visto uno, y no me preguntes por qué, pero me ha parecido que debes ser una de esas personas a las que les gusta mirar el cielo, así que he pensado que podríamos verlo juntos. ¿Qué te parece?-dijo ella, hablando deprisa, como si temiera olvidar parte de un discurso perfectamente memorizado.
Yo reí levemente ante su velocidad y efusividad al hablar, justo antes de contestar con un rotundo "me parece la mejor idea del mundo".
-¿Sí? Pues puedes venir a mi casa, si quieres. Tengo una azotea.
-Genial-respondí, mientras mi cabeza era bombardeada con un millón de dudas a las que intentaba encontrar respuesta: ¿viviría con sus padres? Sí, seguramente sí, todavía era una cría. ¿A qué hora se suponía que debía marcharme a casa? A la que ella me pidiera o insinuara, supongo. ¿Cómo me presentaría a su familia? ¿Como el típico "solo amigo"? ¿Como alguien a quien estaba conociendo?
Esas y otros montones de preguntas que seguramente en cualquier otra situación me hubiesen parecido estúpidas me acosaban, esforzándose en impedir que me centrara en la conversación que en aquellos momentos estaba manteniendo con ella.
-¿Tienes algo a mano para apuntar?-preguntó, mientras yo seguía pensando sin descanso.
-¿El qué?
-Mi dirección, idiota.
-Ah, claro, espera que busque algo.

A los cinco minutos colgamos, y me encontré solo ante un papel en el que aparecía una dirección mal garabateada en una hoja en sucio que en sus días dorados fue uno de esos poemas a los que acabo repudiando porque no llegan a conseguir enamorarme, dispuesto a prepararme para una noche en la que la luna iba a jugar al escondite, y en la que yo pensaba despejar algunas de esas dudas que comenzaban a rodear a Bleue de nuevo, tal y como hicieron tan solo una semana atrás, cuando nos encontramos como si realmente existieran las casualidades. Lo cierto es que me parecía extraño saber tan poco del día a día de Bleue, porque suele ser la rutina el tema del que más se habla, incluso de forma involuntaria, pero lo cierto es que me sorprendí a mí mismo encantado con aquello, con tener en mi vida un nuevo misterio que desenmascarar.

Cuando estuve en su puerta noté como mis manos temblaban ligeramente al presionar el botón del timbre, al tiempo que mi pie tamborileaba nervioso sobre el suelo del portal.
Bleue vivía en un quinto piso sin ascensor, en un antiguo edificio situado en el barrio de La Latina, y mientras subía todos y cada uno de los peldaños de sus escaleras deseé que las vistas desde su azotea merecieran la pena, que fueran las del mismísimo paraíso.
-¡Hola!-dijo ella cuando me abrió la puerta y apareció ante mí, con el pelo revuelto, una camiseta ajustada de color azul oscuro con rayas blancas y un pantalón vaquero largo que delineaba a la perfección la forma de sus piernas.
-Hola, Bleue-contesté yo, acercándome a ella y situando mi mano sobre su cadera para darle los malditos besos de cortesía, que deseé que no se convirtieran en algo habitual entre nosotros.
-Soy horriblemente mala cocinando, así que he pedido un par de pizzas para cenar, espero que no te importe-comentó ella, mientras me invitaba con un gesto de la mano a cruzar el umbral de su puerta y, posteriormente, a colgar mi chaqueta vaquera sobre el perchero situado en el vestíbulo, al lado derecho de la puerta.
-Tranquila, creo que claramente prefiero cenar pizza a morir envenenado-bromeé.
-¡Idiota!-contestó ella, fingiendo sentirse ofendida al tiempo que me propinaba un leve puñetazo en el hombro.
-¿No hay nadie en tu casa?-pregunté, al ver que ningún familiar había acudido a nuestro encuentro, deseando dejar de mantener en tensión todos y cada uno de mis músculos.
-Ah, no no. Mis padres se han ido a Roma a celebrar su aniversario, y mi hermana ha aprovechado para no salir ni un segundo de casa de su novio.
-Vale, genial-contesté, tratando de no parecer excesivamente feliz o aliviado.
-Sí-contestó ella, con una sonrisa limpia e inocente, mientras se dirigía a la cocina.
Una vez allí me dio dos cajas cuadradas de cartón todavía calientes y un paquete de servilletas, y ella cargó con un cortapizzas y con una botella de dos litros de Coca-Cola, y me guió caminando delante de mí hasta la azotea, en la que había dispuesto un par de toallas de piscina que hacían las veces de mantel y unas cuantas velas de diversos tamaños, colores, formas y aromas que impedían que la oscuridad se apoderara por completo del lugar.
-Bueno, ¿qué te parece nuestro picnic inprovisado bajo la luna?-preguntó ella, seguramente disfrutando de mi cara de alegría mezclada con sorpresa.
Desde luego no era aquella la cena que había imaginado en la mesa de la cocina y seguramente enturbiada por la televisión, y no podía estar más feliz con el giro inesperado que Bleue se había encargado de dar a los acontecimientos, convirtiendo una noche cualquiera de viernes en un picnic con un eclipse lunar de postre.
-Me parece increíble.
-Tú me sorprendiste el otro día llevándome al palacio de cristal, así que he pensado que hoy era mi turno, y esto es lo mejor que se me ha ocurrido-contó Bleue encogiéndose de hombros, como si, de algún modo, tratara de disculparse por si aquel regalo no me parecía suficiente.
-Y es lo mejor que se te podía haber ocurrido, en serio-dije, con una calida sonrisa que por suerte pareció infundirle algo de confianza.
-Bueno, ¿nos sentamos y cenamos?
-Claro.

Durante aquella noche disfrutamos de la confianza que poco a poco íbamos adquiriendo, que se coló en nuestra velada casi sin darse cuenta y que supimos aprovecharla a base de besos (como si quisiéramos darnos todos los que habían quedado en el aire durante nuestra cita anterior), de risas, de pequeños secretos confesados casi sin querer y de información que se convertía en pequeñas piezas del puzle de nuestras vidas.
Lo cierto es que creo que fue justo aquella noche, después de la cena, mientras nos encontrábamos uno al lado del otro, contemplando el eclipse con su cabeza descansando delicadamente sobre mi hombro, cuando empecé a creer en las palabras de Jose, y en la posibilidad de que ella no fuera una chica más, una de esas que han pasado por mi vida sin molestarse en dejar huella (ni en borrar la que dejaron en mí los labios siempre rosados de Elena). Sí, sé que suena precipitado y arriesgado, pero tengo que reconocer que no soy tan cauteloso como pretendo ser (y como debería ser después de tantas caídas y palos) con respecto a los sentimientos que me anclan a otras personas.

-Oye...-susurró Bleue de repente, tras el silencio más reconfortante que había experimentado en mi vida, todavía con su cabeza apoyada sobre mi hombro.
-Dime-contesté, apartando la mirada del cielo en el que el eclipse ya había concluído hacia rato para mirar hacia su melena corta y castaña descansando sobre mi cuerpo.
-Aún no has conocido al rey de la casa-dijo, mientras se incorporaba ligeramente, dejando de utilizar los huesos de mi homóplato como almohada.
-¿Al gato gruñón?-bromeé, recordando que me había hablado de él durante nuestro paseo hacia El Retiro.
-¡Eh, no le llames así!
-Vale, vale.
-Espera, que lo traigo-dijo, justo antes de desaparecer en el interior de la casa, para volver en cuestión de pocos minutos con un gato de pelo corto y anaranjado revolviéndose entre sus brazos.
-No le veo muy feliz de estar aquí con nosotros...-contesté, dejando caer que no era un gran aficionado de los animales.
-Venga, anda, ¡dale una oportunidad!-contestó ella riendo mientras se sentaba de nuevo a mi lado, no sin antes dejar al gato inquieto entre nuestras piernas.
-¿Cómo se llama?-pregunté, mientras observaba como el gato nos hacía caso omiso, alejándose hacia el lado opuesto de la azotea.
-Hitchcock.
-¿De verdad?
-Sí, ¿por qué?
-Porque con ese nombre creo que al final acabaré queriendo a ese bicho.
-Te perdonaré el haberle llamado "bicho" solo por el hecho de que te gusta Hitchcock.
Yo sonreí mirándola directamente a los ojos como única respuesta, encantado de haber encontrado otro lazo de unión entre nuestras vidas.
-¿Tu película favorita de él?
-La ventana indiscreta-contestó, alzando una ceja con cierto gesto insinuante que desembocó en una pequeña carcajada por parte de ambos.-¿Y la tuya?
-Los pájaros.
-No la he visto.
-¿¡No!?
-Nunca he sido capaz. No sé por qué, pero solo de pensarlo me agobio demasiado.
-Podríamos probar a verla juntos, si quieres-sugerí, temiendo que la voz me temblara por el miedo que sentía a sonar demasiado atrevido.
-Podríamos probar-contestó ella, con una sonrisa capaz de apaciguar todos mis nervios.
-Eso quiere decir que ya tenemos próximo plan, ¿no?-dije, dejándome guiar por una estúpida valentía que se había apoderado de mí, y por la creciente necesidad de marcar una fecha cercana para volver a verla.
-Pues claro, aunque diría que te toca invitarme.
-Hecho. ¿Qué te parece el martes?
-Perfecto.
Nuevamente silencio, de esos que entre nosotros parecían cobrar significado, sentido.
Nuevamente un beso.
Y otro.
Y besos que al morir se fundían con los que llegaban nuevos.
Y los dos tumbados sobre las toallas muriéndonos de frío.
Y un "ya es tarde" saliendo de mi boca que sonó a dulce decepción para mis oídos.
-Sí, tienes razón, debería irme...-contesté, asediado de repente por el miedo a ir demasiado deprisa.-Te veo en cuatro días, ¿no?
-Claro, pero espera, que te acompaño a la puerta.
Contesté con una sonrisa, levantándome para abandonar la azotea con una botella de Coca-Cola vacía y un par de cajas de cartón grasientas, mientras sentía sobre mis hombros el extraño peso de la incomodidad que se había apoderado del momento.
Una vez estuvimos en la puerta nos detuvimos unos segundos, en silencio, sin saber muy bien cómo despedirnos, hasta que reuní el valor suficiente para volver a besar sus labios, sintiendo como Hitchcock ronroneaba frotándose contra la pierna de su dueña mientras esta correspondía a mi beso con ternura y delicadeza.
-Adiós, Bleue...-susurré al salir de su casa, deseando haber disipado completamente la tensión que, por un motivo que yo aún desconocía, se había colado aquella noche entre nosotros.
-Hasta el martes, Hemingway-contestó ella, sin atreverse tampoco a subir el tono de voz, y esperando apoyada contra el marco de la puerta a que mis pasos dejaran de oirse golpeando los escalones, o al menos eso fue lo que quise yo imaginar, y lo que ocurrió en aquel momento para mí aunque pueda encontrarse lejos de la realidad. Al fin y al cabo, ¿quién no ha convertido alguna vez en realidad un puñado de recuerdos ficticios, haciéndolo casi sin darse cuenta?

BleueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora