Capítulo 4 | Pesadillas

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Capítulo 4 | Pesadillas


Cuatro meses después

Que buenos amigos tengo, me llevan a comer helado, cuando pasamos la puerta de la heladería están en la esquina esperándonos a Daniel, Peluche, mire de reojo a mis amigas, mientras que Carolina corre para saludar a Peluche, Mónica saluda al resto con un saludo global mientras yo me siento entre mis amigas lejos de los chicos ellos saben que no lo hago a propósito sino es un miedo irracional que me lo impide, llega una camarera y cada uno pide el helado que quiere aunque alguno indecisos lo piensan, yo pido mi helado favorito.


La tarde transcurre sin problemas ni malentendidos, al llegar el final de la salida Daniel me pregunta sobre mis consultas con el psicólogo y como me van en ellas, pero no quiero decirles que tengo recaídas y miedo a ser tocada por el sexo masculino en general así que solo digo:

── Voy a todas las citas ── cosa que no es mentira; gracias por preguntar Daniel, nótese el sarcasmo.

Al llegar a casa me acuesto a dormir, el cansancio me mataba y el sueño se apoderaba de mí, además que unas inmensas ganas de llorar se avecinaba por el simple hecho de querer abrazar a mi amigo Daniel pero por sobre todo a mi hermano, mi querido Eduardo... mi peluche pero el sentir que me pueden lastimar es más grande, sin más me dejé caer en los dulces brazos de Morfeo.


No veo nada a mi alrededor, solo una oscuridad que consume todo a su paso siento mis muñecas atadas con una soga al igual que mis tobillos, estoy semidesnuda una luz que me ciega momentáneamente,  espero unos minutos y mi visión se recompone a la ...

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No veo nada a mi alrededor, solo una oscuridad que consume todo a su paso siento mis muñecas atadas con una soga al igual que mis tobillos, estoy semidesnuda una luz que me ciega momentáneamente, espero unos minutos y mi visión se recompone a la luz cegadora, me veo en la habitación favorita de mi padre, su despacho, miró todo está desordenado, las bibliotecas están caídas los libros regados, hojas y muchos papeles regados en el suelo frío, mis ojos se posan en la figura negra que está sentada detrás del escritorio no le puedo ver el rostro pero aun así lo reconozco.


Se levanta con una lentitud que hace que mi frágil y delicado cuerpo tiemble de miedo, horror-terror, miró a todos lados en busca de ayuda pero no hay nadie más en la habitación veo la puerta y esta está bloqueada, en su mano derecha sostiene una correa de cuero muy gruesa mientras que en la otra sostiene su habano, se detiene justo delante de mí y me pone una mordaza en la boca se inclina y me susurra en el oído:


── No te podrás salvar de mí esta vez, mi querida Athenea. ── Mientras el humo se instala en mi garganta cerrándola, riéndose como un loco maniático sádico.

Es allí cuando comienza otra vez mi tortura, solo siento el primer golpe en mis piernas y después de unas horas incalculables a mi parecer se cansa de golpear y solo escucho el ruido de un grito desgarrador que reconozco es mi voz, antes de cerrar por completo mis ojos siento como mis manos y pies son liberados de sus ataduras y el sonido de mi llanto crece a medida que mi cuerpo va reaccionando al dolor propinado por Adolfo, y escucho a la lejanía a mi perro ladrar.

Mi Segunda Oportunidad de AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora