20 de Diciembre

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Calle Ficticia, 1

Bath

20 de diciembre

Hola, Stuart:

Ayer te hice un christmas, pero no te preocupes, que no tiene fotos de familias comiendo pavo ni guirnaldas de luces ni muñecos de nieve sonriendo con esa felicidad hecha de rocas que no se pueden socavar. Nada de toda esa alegría festiva me parecía apropiado, así que en lugar de eso he dibujado un pájaro, un halcón de cola roja volando por lo alto de tu celda, que según Google es más o menos del mismo tamaño que mi cobertizo del jardín, pero ni tiene regaderas ni una chaqueta ni una caja de azulejos que se te clava en las piernas, y probablemente tampoco olerá a las zapatillas de deporte viejas de mi padre. En realidad, en tu celda no hay casi nada aparte de una cama en un rincón con un colchón muy fino y un retrete en la otra punta del cuarto. Si quieres saber mi opinión, eso no es demasiado higiénico y deberías pensar en escribirle una carta para quejarte a quien esté encargado de la salud y la seguridad, o quizá un encendido poema de protesta.

La semana pasada leí tu poema Veredicto y de acuerdo con el segundo verso no lloraste cuando el juez dijo: «Culpable». No gritaste de rabia cuando tu hermano se puso a celebrarlo y no chillaste de terror cuando te escoltaron hasta la cárcel, porque tu mente estaba flotando por encima de todo aquello y mirando desde lo alto a aquel tipo esposado. Para serte sincera, yo sé exactamente a qué te refieres, porque ayer mi cerebro estuvo planeando con una paloma alrededor de un roble contemplando a una chica con un abrigo negro que escribía palabras en un rectángulo de cartulina blanca.

Sentía que yo no estaba allí mientras andábamos hacia la tumba y sentía que no estaba allí cuando depositamos las coronas de flores y sentía que no estaba allí cuando Sandra puso la mano en la lápida de mármol y recorrió las letras grabadas en oro con un dedo enguantado.

—No te olvidaremos nunca —susurró, y yo, Stuart, estaba viendo los ojos castaños de él alzándose hacia mí mientras ella leía en alto las palabras de la lápida—: «Para siempre en mi pensamiento, para siempre en mi corazón». Feliz Navidad, hijo querido.

Me tocaba hablar a mí. Abrí mis labios que no eran mis labios.

—Feliz Navidad.

Las palabras de la tapa del ataúd empezaron a arder con el calor de la verdad que se elevaba desde la tierra, haciéndome enrojecer. Yo no quería estar allí. No habría ido jamás si Sandra no se hubiera presentado en mi casa ese mismo día más temprano, llamando tres veces al timbre de la puerta.

—¿Está Zoe? —la oí decir desde mi cuarto, y el cuerpo se me puso rígido.

—Eh... —dijo mi madre, cogida por sorpresa—. Sí. Sí, está. ¿Por qué no entras, Sandra?

—No voy a estar mucho, gracias. Solo quiero hablar con Zoe.

Mi madre empezó a subir la escalera, así que me tiré en la alfombra para ver si había espacio para esconderse debajo de la cama. Mi madre asomó la cabeza por la puerta antes de que lograra desaparecer. Por supuesto, tuve que bajar y, por supuesto, fui educada con Sandra y, por supuesto, dije que sí cuando me pidió que fuera a visitar la tumba a pesar de que mi cerebro estaba gritando NO tan alto que me sorprendió que ella no lo oyera.

—¿Estás segura, mi amor? —dijo mi madre, con cara de preocupación, y yo intenté decirle con la mirada que no quería ir.

—Pues claro —respondió Sandra. Estaba todavía más delgada, Stuart, la cara una calavera y los dedos puros huesos, y ya no le quedaba nada de caoba en el pelo—. Tiene ganas de verle, ¿a que sí?

Yo no me atrevía a negarme, así que tragué saliva y asentí, encontrando difícil respirar. La rabia me inundó las venas. La culpa también. Me revolvieron las tripas haciendo que me dolieran, y todavía me duelen, una punzada sorda en los intestinos.

Puede que en eso también fuera verdad lo que él escribió. Ya sé, Stuart, que suena a locura, pero así es como lo siento algunas veces, como si tuviera las palabras clavadas en las entrañas, rojas, doloridas e inflamadas, puede que hasta sangrando. La única manera de hacerlas desaparecer, de aliviar el dolor, es escribirlas aquí. Contártelas a ti. Esta noche estoy cansada, pero lo voy a hacer de todas formas, empezando por el día siguiente al del accidente de Dot.


Nubes de KétchupDonde viven las historias. Descúbrelo ahora