Vas a tener que ir a un orfanato.
Esta frase no paraba de sonar en la cabeza de Alexander, como un eco interminable cuyo volumen subía y bajaba, como las olas del mar. En su corta vida jamás había imagino que algo así le pasaría. No sabía cómo actuar ahora, pero al menos sí sabía una cosa: No iba a permitir que lo llevaran a un lugar tan alejado de su hogar y esperar a que una pareja lo adopte, como si alguien fuera capaz de reemplazar a Felisa y a Miguel. Prefería vivir solo antes que eso.
Ante la desesperación decidió escapar.
Se levantó de la camilla y caminó hasta el pequeño baño que estaba a escasos pasos de él. Allí abrió la canilla y bebió el agua que emanaba directamente. Luego se miró al espejo, con las manos apoyadas en la pileta, buscando en sí mismo el valor que necesitaba para concretar aquello que había decidido hacer hacía un momento. Pero el reflejo no le devolvía mas que la imagen de un chico asustado.
Se lavó la cara y volvió a mirarse al espejo. El miedo ya no estaba; fue reemplazado por la ira; Ira al destino, a la vida, a sí mismo, a su incompetencia.
Inspirado en lo sucedido en las últimas horas, consiguió lo que buscaba.
Sacó su cabeza por la puerta de la habitación y miró a ambos lados del pasillo para revisar si había algún personal de seguridad o algún enfermero o doctor desocupado; alguien que podría notar lo que estaba a punto de hacer. Para su suerte, vio que todos los que estaban allí se encontraban demasiado ocupados como para tenerlo en cuenta. Contó hasta tres y salió dando pasos largos y rápidos, esforzándose por no mirar hacia atrás ni mirar a nadie a los ojos.
Se detuvo frente al ascensor y con nerviosismo esperó a que llegara a su piso. Cuando este se abrió frente a sus ojos, Alexander desvió la mirada al piso. Sentía que su corazón estaba a punto de salirse de su pecho. Pero trató de conservar la calma.
Apenas entró en el ascensor, Alexander presionó el botón para ir a la planta baja. De pronto un doctor salió de su habitación y miró a Alexander desde la puerta.
–¡Hey, vos!- le gritó señalándolo, y empezó a correr hacia él. - ¡Pará eso!-ordenó.
Alexander se quedó paralizado. ¿Hasta acá había llegado su intento de escapar? ¿Tan poco había podido lograr? Una vez mas la sensación de ser un inútil se apoderó de sus pensamientos.
Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse. Entonces el doctor extendió su brazo derecho hacia el joven, casi tocando su cuello. Alexander rápidamente se hizo hacia atrás para evitar que este doctor lo atrapara.
Las puertas del ascensor se abrieron debido a que el brazo del doctor obstruía el cierre. Al abrirse, el doctor pudo ingresar tranquilamente. Miró al joven y luego suspiró aliviado.
–Perdón – dijo.- ¿te asusté?...Menos mal que llegué a tiempo, porque casi se me va.
Alexander suspiró de alivio, aunque su motivo fuera distinto.
–Descuide – dijo al fin.- Estaba distraído, por eso no lo escuché.
–Todo bien.
Cuando llegó a la planta baja, Alexander salió del ascensor rápidamente. Sabía que tenía que actuar normal, pero no podía evitar moverse tan rápido. Los nervios se incrementaban conforme se acercaba a la entrada principal. Sentía sus latidos con fuerza, como látigos golpeándole en las sienes. Había mucha gente allí. Muchos pacientes esperando a ser atendidos, muchos enfermeros y personal de administración corriendo de acá para allá, muchas caras de desesperanza de amigos y familiares. Caminaba mirando a todos lados, todos eran potenciales delatores. Se detenía a observar a los guardias de seguridad; miraba cómo sus labios se movían al hablar entre sí y a través de la radio. Se movía rápido, pero ¿a quién le llamaría la atención eso? En un hospital todos son víctima de los nervios.
ESTÁS LEYENDO
Elmentoru: Despertar
Fantasy"El despertar del fuego es sólo el comienzo. Tras visitar el inframundo y revivir lo extinto, los juegos empezaran y la manzana de la discordia dará inicio a la guerra" -Liet La Escuela Elmentoru es una institución que abre sus puertas a los miembro...