Furia Ígnea

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Cuando Julio vio los ojos de Alexander sintió un intenso temor que nunca antes había sentido en su vida. Ahora sentía en carne propia el temor acumulado de todas las personas a las que había atormentado en todos sus años en el orfanato. El pánico le consumía los pensamientos limitando todos sus movimientos. Lentamente su boca se abrió, al igual que sus ojos. Su instinto le ordenó alejarse del peligro. Sin dejar de mirar a aquello que tanto temor le causaba, dio lentos pasos hacia atrás.

Alexander no manifestaba dolor alguno. Levantó su mano derecha hecha un puño a la altura de su abdomen y al abrirla surgió una bola de fuego, mas grande que las de Julio. Con todas sus fuerzas la lanzó contra aquel. Julio no pudo esquivar el impacto a su cara. Cayó al piso de inmediato, a un par de metros de donde estaba parado. Pese al contacto con el fuego, su rostro permaneció intacto.

Un aura de fuego recubrió la silueta de Alexander, lo suficientemente lejos de su ropa como para no quemarla. Una sonrisa macabra se había apoderado de su rostro. La Esfera de Fuego se volvió fuego a sus espaldas, como había ocurrido en la habitación de Alexander días atrás.

Con cada segundo que pasaba el temor de Julio por perder la vida incrementaba exponencialmente. Estaba sentado en el piso, con las piernas extendidas, apoyando su peso en sus hombros. No podía ponerse de pie. El miedo lo había paralizado.

Alexander elevó sus manos y juntó sus palmas. Luego entrelazó sus dedos. Sus manos bajaron con los nudillos apuntando hacia su estómago. El aura de fuego que envolvía su silueta se deformó en una gran llamarada que atacó a su adversario. A pesar de sus intentos por ponerse de pie, Julio no pudo lograrlo, por lo que recibió todo el daño del ataque de Alexander. Su ropa recibió grandes quemaduras antes de caer al suelo, deshecha. Entonces el mismo fuego que lo atacó pasó a formar una muralla circular, de un metro y medio de altura, alrededor de él.

Ya no podría huir.

–¿Qué te pasa? –preguntó Alexander con un tono burlesco y una sonrisa soberbia en su rostro–. ¿Tenés miedo?

El silencio fue su única respuesta.

Julio cerró sus ojos pensando en hacer algo que jamás había pensado hacer en su vida: rendirse. Sin embargo, rápidamente desechó esa clase de pensamientos de su cabeza. Sí, sentía mucho miedo. Pero no podía permitirse morir sin luchar hasta el final. No era de la clase de personas que se rinden, y no tenía planes de serlo; además, no podría rendirse ante un debilucho como Alexander, por más que éste estuviera demostrando ser mas fuerte que él.

Alexander lanzó una segunda bola de fuego.

Julio abrió sus ojos con determinación tras arrodillarse. Miró al frente. La muralla de fuego a su alrededor le impedían ver con claridad a su rival. De pronto esta se abrió dando paso a la bola que Alexander recientemente había arrojado con fuerza. Con un movimiento brusco, Julio elevó sus manos a la altura de su cara. Enseguida la bola de fuego se desvió de su trayectoria, no mucho, pero sí lo suficiente como para no colisionar con su objetivo. Al principio a Julio le costó descifrar qué había ocurrido, pero no tardó en deducirlo.

Una sonrisa se dibujó en su rostro.

–Parece que los dos podemos controlar el fuego –se jactó mientras se ponía de pie.

Sus manos y rodillas aún temblaban, pero se sentía seguro. Sabía que Alexander no podría hacerle nada, porque él podría controlar cualquier ataque de fuego. Y además sabía que en una pelea a puño limpio también ganaría él.

Alexander comenzó a acercarse lentamente, con una mano arriba de la otra, sin tocarse, delante de su ombligo. En el espacio entre sus dedos se formó otra bola de fuego.

Elmentoru: DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora