Capítulo 9

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La hoguera es incapaz de mantenerse encendida, y el chisporroteo de las brasas es ya casi inaudible. Hace ya horas, o tal vez sólo minutos eternos, que los muchachos volvieron con agua. Daban por sentado que deberíamos escapar incluso antes de que todo esto sucediera. Por eso Emma había preparado una botella de plástico grande y, por defecto, pesada. La previsión es su fuerte, pero la lógica, no; ni siquiera se les pasó por la cabeza rellenar ambos recipientes antes de ir a la prueba. Pero, al menos, ahora tenemos sitio para guardar el incoloro líquido. Han encontrado un río medianamente limpio, con el inconveniente de que está algo lejos de aquí.

Llevo todo el atardecer y parte de la noche pensando en mi charla con Mark. Es increíble como con unas palabras alguien te puede convencer. Los defectuosos son ellos. Vivirán mejor, tal vez, e incluso serán más felices, sí, pero no son humanos. Tampoco se puede considerar evolución. Es un modo de vida hipócrita impuesto a la fuerza, y no tenemos opción de elegir. No por insultar a alguien voy a herirle, joder, eso es cruel.

Decido extinguir el fuego restante con  un poco de agua,  la menos posible. Todos están ya durmiendo, por lo que la luz no hace falta, y con el calor natural es suficiente.Me tumbo al lado de Will, aunque su cuerpo tan cerca solo hace que sude más. Me pesan  los párpados, el agotamiento me aplasta  la pena también. Voy a tener que vivir sin mis padres. Tenía otro concepto de independencia que podría haberse llegado a cumplir. Y todo por culpa del destino. No. No, espera, no. No, todo por culpa de William. La rabia se apodera de mí, pero solo un poco. Un par de voces en mi interior luchan por tener razón. Una, la poseedora de los recuerdos, me advierte de que mi mejor amigo no ha causado este desastre, que se veía venir y que todo los aquí presentes tienen el mismo problema que yo. Sin embargo, mi alter-ego más diabólico y oscuro no está de acuerdo. Si él no hubiera contestado como lo hizo al señor del perro, no estaríamos aquí. Todos nos prohibimos quejarnos precisamente por esto. Miro a William con rabia. Lástima que no sea capaz de darle una patada en las costillas, me quedaría muy a gusto. Salgo de la cueva procurando no despertar a nadie. En el exterior hace aún más calor que dentro. Había olvidado que las cuevas son frías y húmedas, pero el bochorno de fuera me lo ha recordado. Es insoportable. Me adentro a oscuras entre ramas y hojas, y más ramas y más hojas, hasta que estoy prácticamente segura de que nadie me escuchará si hablo en un tono de voz normal. Recuerdo que en algún momento de mi vida, el imbécil de mi amigo me dijo que dar golpes a una superficie dura era de ayuda. Que la tensión de tu cuerpo se liberaría mediante el choque de los puños contra dicha superficie. Pero, al golpear el árbol con el tronco más grande que he visualizado, no noto el alivio. Primero doy flojo, por miedo a hacerme daño, pero cada vez aumento un poco más la fuerza y el ritmo. Hasta que paro. No he llegado a darle fuerte, y no lo haré. Los nudillos me escuecen y están rojos. Se dejan ver pellejos y pequeños puntos de sangre. No sé en que momento he decidido creer que esto ayudaría a algo, pero es obvio que me equivocaba. Me froto las manos y los dedos intentando que el escozor desaparezca, aunque sea de forma mínima y tan solo parcialmente.

Oigo un ruido detrás de mí y me giro, a punto de gritar. Mark aparece, abre los ojos y me tapa la boca antes de que pueda emitir sonido alguno.

-¿Qué haces?- me pregunta.

-Necesitaba salir un poco. Me agobiaba el calor de ahí dentro.

-De hecho, aquí hace más calor que en la cueva.

-No podía dormir.

-Venga ya. Te he oído antes roncar como una fiera. ¿Por qué has salido realmente?

No lo quiero decir. Me gustaría que Mark fuera de esas personas que respetan tu silencio, pero sé que no es así. En ese sentido se parece mucho a mí. Supongo que no pierdo nada por contarle lo que sucede.

-Me da rabia estar aquí, perdidos. No paro de pensar que ha sido culpa de William. Fue él quien se quejó.

-No deberías sentir rencor.Tarde o temprano, alguno de nosotros explotaría, y podría haber sido yo, o incluso tú.

-Pero no lo fuimos.

-Pero podríamos haberlo sido. Y no nos hubiese gustado que nos culpasen. Seguro que Will tampoco se siente orgulloso de lo que hizo.

-No lo dudo, sé que es buen chico.

Mark me sonríe y mira hacia abajo.

-¿Qué te has hecho en las manos?

-Nada.

-¿Has intentado pegarte con un árbol?

-Está claro que no.

-¡Mentirosa! Reconozco esas marcas. ¿Es la primera vez que lo haces?- para un momento y suspira.- Claro que lo es, nadie con experiencia y en su sano juicio ejecutaría tal sandez.

-¿Qué sandez? Me dijeron que relajaba.

-Depende de la persona, pero da por hecho que, tal como lo has hecho tú, solamente lograrás hacerte daño. Mira, tienes que poner el puño recto y duro. Entonces, debes dar con la extensión de los dedos, que estarán rígidos, no con los nudillos, que se te pueden romper. Prueba ahora.

Lo hago.

-Sigue doliendo.

-Las primeras veces, sí. Luego te acostumbras, no hieres a nadie y no te rompes parte de la mano. Al menos, no en principio.

-Vale, eso es un alivio. Gracias por enseñarme a pelear contra árboles, supongo.

-En realidad también vale para paredes, papeleras, farolas, coches...

-Vamos a hacer un trato. Tú te callas y finges que en vez de "árboles" he dicho "objetos", y yo vuelvo a la cueva.

-¿Y yo que gano con eso?

-No sentirte culpable por haber dejado a la pobre e indefensa Julia sola en medio de la nada.

-Tranquila, no me sentiría mal para nada. Rechazo tu propuesta.

-Lo que tú digas. Vayámonos.

Me giro y empiezo a caminar, pero algo me lo impide. Una figura grande y negra aparece de la nada y se abalanza sobre mí, haciendo que caiga al suelo. Aun sosteniéndose a cuatro patas, la fiera es inmensa, y  parece pesar toneladas sobre mí, lo que hace que apenas pueda respirar. Grito, me retuerzo, pego puñetazos al aire sin pensar y sin ningún resultado aparente.

-¡Mark! ¡Mark, ayúdame!

Una piedra de un tamaño considerable cae junto a mi cabeza mientras la saliva del animal resbala por mi rostro, y mi propia sangre corre por mis brazos. Los arañazos que la bestia me ha hecho duelen intensamente, y aunque apenas soy consciente de todo lo que pasa a mi alrededor sí que noto el líquido caliente brotando sin cesar de quién sabe dónde. Para cuando mi cerebro reacciona, ya hay alrededor de cinco pedruscos rodeándome sin ningún tipo de patrón. De algún modo, sé que Mark las ha usado a modo de proyectiles, pero el animal sigue sobre mí. Hay alguien a mi lado, puedo percibirlo, y he podido distinguir de reojo una figura borrosa. Otro borbotón más de saliva cae sobre mí, y unos alaridos angustiosos y doloridos se unen a mis desgarradores gritos de desesperación y auxilio.

El peso se quita de encima, excepto de mi brazo. Un oso pardo yace sobre mi extremidad con una herida en el cráneo, justo entre las dos orejas. Mark está agachado junto a mí, respirando ruidosamente y sin control. Su frente, al igual que la mía está recubierta de sudor frío al tacto. El arma homicida, quieta y aparentemente inocente si no fuera por el pigmento rojo intenso que la tiñe, se encuentra junto a nosotros.

Abrazo a mi salvador sin pensármelo, y todas las lágrimas que he retenido sin darme cuenta surgen ahora. Mark me acaricia la cabeza y la nuca a modo tranquilizador. Su pecho se mueve de arriba y abajo de manera violenta, de modo que parece insano. Y nos quedamos así un momento, recuperándonos del susto sin mediar palabra.





Contaminados #wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora