Partir 4/7

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"Llévame ya al reactor nuclear si llego a él podre quizás volver el tiempo atrás y conciliar de una vez el sueño que pensando en ti perdí"

-Meltdown.


Las clases transcurren tan lento, que se me hace eterno el tiempo.

Traigo la cabeza apoyada en mi mano mientras jugueteo con uno de los auriculares.
No están conectados pero tarareo una canción, una canción de amor, de esas con estribillo estribillo alegre y enérgico que te hacen saltar de alegría. 

Cantaba soles mientra que mi solo existe tormenta.

Esta que no deja de crear rayos que aterrizan en mi pecho y dejan cicatrices.

La que llueve a cántaros encima mío y empapa de recuerdos felices y risas contagiosas que no puedo evitar cuando me vienen a la mente.


    -Esto es tuyo. -Es él, tiene el cable de mis audífonos entre sus dedos.

Me toma desprevenida y es inevitable no conectar con sus grandes ojos marrones, se lo arrebato bruscamente y lo meto a mi bolsillo.

     -Gracias. -No titubeo, no con él.
Aparto la mirada hacia la pared y esquivo totalmente la curiosa mirada de Nathan.

Él ríe de una forma sutil y tierna, me recuerda mucho a un niño pequeño, ya que su risa acaricia mis oídos.

Diferente a la de él, tal vez por eso me gusta tanto.

Diferente porque él reía conmigo, a carcajadas de esas que te hacen doler el estómago pero a pesar se sienten muy bien.

En cambio, este ríe de mi torpeza, de lo descuidada que soy, aunque no me suene a burla.

Su voz me pinta el mundo de un cálido color ámbar, como el de los atardeceres, cuando el sol se hunde entre continente, dejando de iluminar a uno para despertar a otro.

A eso me suena.


  –Yehuda Amichai 

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  –Yehuda Amichai 


Las matemáticas terminan, los números ya dichos y las fórmulas sin errores.

Recojo la mochila del piso y acomodo mi gran suéter, meto los libros y me despido del salón con una mirada fría. Camino lento, he aprendido a disimular, solo repaso tu anatomía con el rabillo del ojo y aparto la vista antes de que conectes tu mirada con la mía.

Mis ojos se volvían a conectar con el pavimento, cuando sentí que alguien corría tras de mí.

No volteé, no era conmigo.

Pero se cruzó en mi camino impidiéndome seguir.

Me quedé mirando el vaivén de su pecho al respirar.

Subí la mirada y lo vi detenidamente unos segundos, traía las gafas por debajo de la nariz y su largo flequillo se pegaba a su frente por el sudor.

Abrí la boca para decir que se apartara, pero me interrumpió con palabras incompletas y frases sin sentido. 
Justo cuando creí que se iba a mover, sostuvo mis manos y puso en mi palma una gomilla de cabello de color rosa. Mio pero viejo, tan desgastado como siempre de tanto uso, lo olvidé cuando decías que suelto se veía mejor, creía en ti.

   -Lo dejaste en el salón. -Sonreía con dificultad, mientras llevaba una de sus manos a los bolsillos de su pantalón.

   -Gracias. -Me alejé de él y caminé de nuevo por mi ruta.

Ajusté mi mochila, esperando llegar a mi casa donde me espera la más grande aventura entre páginas amarillentas y versos contando historias ficticias de amores surrealistas con finales predecibles, perfecto.


Pero no puedo avanzar, un brazo me lo impide, está de nuevo frente a mí, ¿Qué quiere?

Aunque mi mente se quede en blanco y ahora no pueda articular palabras cuerdas, reconozco aquello gestos.

Maldigo el amor.  



Bajo mi TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora