Capítulo 10: Harry.

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El agudo timbre resonó en toda la habitación, interrumpiendo mis pensamientos. Suspiré irritado. Sabía perfectamente quién llamaba a la puerta, la había estado esperando horas antes. Al abrir la puerta me encontré con esos enormes ojos miel, a los cuáles me detuve a observar durante unos segundos. Era ella. Llevaba una remera holgada de color blanco, junto con un short que dejaba lucir aquellas perfectas y largas piernas. Su cabello estaba suelto, perfectamente lacio, y algo mojado. Sentí su perfume, un cosquilleo interno se apoderó de mí.

—Oh, eres tú— dije sonando algo desilusionado.

—¿Esperabas a alguien más?— preguntó ella con el ceño fruncido.

—¿Esperabas a alguien más?— respondí con un pobre intento de imitar su voz. Ella rodó los ojos y se incorporó en mi casa sin más. Reí con su atrevimiento.

Luego de varias discusiones y desacuerdos pudimos, por fin, concluir con el trabajo encomendado. Aunque muchos pensarían lo contrario, yo era inteligente, solía sacar buenas calificaciones, pero no me gustaba presumir.

—Muy bien. Nos vemos mañana, adiós— se despidió ella, disponiéndose a cruzar por la puerta.

—¡Espera!—la frené tomándola del brazo, impidiendo que saliera— No vas a irte ahora, ¿o si?

—Hay helado, ¿te apetece?— ella asintió, cediendo. Mientras que yo, sonreía triunfante. Sabía que ella no podría resistirse a mis encantos.

Rebecca se acomodó en el sofá. Me gustaba esa actitud de ella, la forma en la que entraba en confianza tan rápidamente con su entorno. Me senté a su lado con el bote de helado en mi mano, tal vez, más cerca de lo que ella deseaba. Tomó distancia de mí, disimuladamente. Sonreí por inercia, sus actitudes eran tan infantiles que incluso me parecían adorables.

—Gracias—musitó ella, tragando un poco de helado.

—¿Gracias por qué? ¿Por la malteada en tu cabeza o por bajar tu falda?— reí al ver que inflaba sus cachetes y soltaba el aire en un bufido. Típico de ella.

—Gracias por lo que hiciste por mí el día de la fiesta— dijo mirándome fijamente a los ojos. Por primera vez, me sentí intimidado por ese par de faroles color miel, y por la dulzura con la que pronunciaba esas palabras. Desvié mi vista hacia el bote de helado. Ella soltó una risita nerviosa.

—Me diste lástima. Te veías patética— dije algo nervioso.

—¿Por qué haces eso? ¿Por qué te pones en ese papel de tipo duro, y frío?

—Tal vez, porque es lo que soy.

—Dudo que seas así. Oh, vamos Harry, por favor. Pudiste haberme dejado allí, bajo la lluvia, se supone que me odiabas. Oh y el mensaje, te preocupaste por mí. ¿Y qué me dices sobre prestarme tu campera? Pareces una piedra, pero sé que hay más en ti, sé que eres bueno por dentro.

—No me conoces— la fulminé con la mirada. Ella rodó sus ojos nuevamente. Sentí como cada parte de mi se ablandaba. Tal vez, lo que decía era verdad. El silencio reinó durante unos segundos. Pude notar cierto enojo en sus ojos. Me sentí estúpido en ese momento— Mis padres suelen hacer de cuenta que no existo— solté de repente. Ella se acomodó frente a mí, para continuar escuchando— Ellos sólo trabajan y trabajan, con la escusa de formarme el futuro. Hago todo lo que hago sólo porque intento llamar su atención. Quiero aunque sea un reto, un castigo, como hacen todos los padres con sus hijos. Pero no, ellos sólo pagan las multas de mis acciones y ya— concluí.

Disimulando lo triste, y conservando la calma, había dejado salir mi secreto peor. Jamás había hecho algo así. Nadie lo sabía. Pero claro, un día llega la señorita perfecta y con tan sólo una sonrisa logra sacar de mí, cualquier cosa que desee. Sin embargo, se sentía bien decirlo, y para ser sincero, no había otra persona en el mundo a la cuál quisiera contarle aquello. Ella me trasmitía confianza, seguridad.

—¿Sabes? Me gusta más este Harry.

—Osea que te gusto— dije insinuante.

—No me refiero a eso.

—Tú lo dijiste, "me gusta más ese Harry"—imité su voz— Osea, te gustaba el otro pero este te gusta más.

—Idiota—dijo riendo entre dientes. La acompañé con una sonrisa débil.

—¿Y qué hay de ti? Ahora tú conoces mis dos caras, y yo no sé ninguna de ti. Tal vez, por la noche eres un hombre, quién sabe.

Ella volvió a reír, girando sus ojos. Otra vez, ese cosquilleo interno invadía mi cuerpo sin permiso. ¿Qué estaba ocurriendo?


RudeboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora