Ella me tomó de la mano antes de que pudiera responder. Ésta era más suave y más delicada de lo que se veía. Me llevaba por caminos que no conocía. Cada tanto giraba a verme con esa sonrisa peculiar en ella. Ella iba adelante, yo sólo la seguía.
La noche estaba oscura, las calles vacías. La única luz que brindaba el ambiente era la que las estrellas trasmitían. Un aire ligeramente frío se apoderaba de nuestros cuerpos. ¿Hacía dónde íbamos exactamente? De pronto tuvimos frente a nosotros un viejo cementerio. Miré con disgusto y confusión. ¿Acaso me mataría y luego me enterraría? Reí al pensar aquello. Ella se veía tan frágil a mi lado que se me hacía imposible temerle. Pude darme cuenta de que le gustaba pisar las hojas secas que encontraba en el camino. Cada vez que pisaba una sonreía, como si esto le diera placer. Ella era tan malditamente rara y...¿adorable?
—¿Y bien?— pregunté insistente.
—Aquí estamos.
—Un cementerio, ¿enserio?— cuestioné con fastidio.
—No, tonto. Espera.
Sin decir nada se alejó de mí, mientras que yo, estaba estático. Giró a verme, tratando de decirme con la mirada "¿No vienes". Comprendí y la seguí. Llegamos justo detrás del cementerio. Era como un gran espacio verde, con árboles y flores por doquier. Debo admitir que aunque me pareció raro, parecía un lugar agradable.
—Eres rara—le dije. Ella respondió rodando sus ojos, como siempre.
—Suelo venir aquí cuando necesito despejarme. Es el único lugar dónde puedo estar sola, encontrarme conmigo misma.
—¿Y qué hago yo aquí?
—Pensé que podía compartir este lugar con alguien más.
Correspondí con una sonrisa. Y aquí va de nuevo, ese maldito cosquilleo en mi estómago. Preferí ignorarlo. Me agradaba la idea de compartir algo con ella. No me pregunten por qué, tampoco sabría responder.
Mientras que mis pensamientos me llevaban a quién sabe dónde ella se acostaba en el césped, mirando al cielo. Me acerqué a ella e imité su acción. No sin antes, burlarme de lo rara que era.
—Y dime, ¿todos en Nueva York se acuestan en el suelo de los cementerios?
—Cállate, idiota—me silenció— Cuando era pequeña solía acostarme con mi madre a ver las estrellas, ella conoce todas las constelaciones. Me gusta este lugar porque es uno de los pocos aquí en Londres donde puedes verlas.
—¿Sabes? A veces siento envidia, yo quisiera poder contar algo así de mi madre. Ella nunca, jamás pasó tiempo conmigo—dije tragando saliva y observando las estrellas. Ella me miró y me dedicó una sonrisa sincera— Gracias por esto Rebecca— dije al fin.
—Puedes decirme Becca, ¿a qué se debe ese agradecimiento?
—Supongo que me hizo bien hablar de esto. Desahogarme. Divertirme un rato.
—Para eso están los amigos— dijo, restandole importancia.
—¿Amigos?— pregunté.
—Sí, ¿por qué no?— dijo ella con su perfecta sonrisa— Funciona para mí.
—A decir verdad, también funciona para mí. Bueno, ya sabes, eres la única chica a la que no tocaría ni con un palo.
—Vaya, gracias— contestó irónica, aún sin borrar su sonrisa— Yo tampoco te tocaría ni con un palo.
—Gracias— dije riendo— Aunque sé que mueres por mí—dije en un susurro. Ella lo oyó y golpeó mi brazo con su puño. Whoa, tenía fuerza mi nueva amiga.
"Amiga" era raro, jamás había visto a una mujer como una amiga, pero me agradaba que ella lo fuera.
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Rudeboy
Teen FictionEl chico rudo, el peligroso, el que jamás se enamora. ¿Habrá alguien capaz de demostrar lo contrario? ¿Habrá alguien capaz de sacarle la máscara?