3 de julio de 1998
Jaime se está comportando como un verdadero caballero durante los primeros meses de
nuestra relación. Todo está yendo a las mil maravillas. Sin embargo, de vez en cuando, veo y
noto cosas raras. Quizá es mi imaginación. Yo, que nunca he hurgado en las cosas de los
demás, me he puesto a controlar su agenda, no sin sentimiento de culpa. Me he encontrado con
mensajes codificados, indicios de que algo me está escondiendo, pero no consigo recabar
pruebas de nada. En fin, prefiero optar por no comerme la cabeza demasiado, y hemos seguido
viéndonos hasta que hoy, al mediodía, me ha pedido que vaya a vivir con él.
15 de julio de 1998
Tenemos que encontrar un piso donde vivir. Ya nos hemos puesto de acuerdo sobre el
sitio donde queremos buscarlo: la Villa Olímpica de Barcelona. Sobre todo, porque desde allí se
ve el mar. Los dos adoramos el mar. Siempre he soñado con vivir en un ático inmenso con el
mar y la playa enfrente, y este sueño está a punto de hacerse realidad con él. Hemos
encontrado, no sin dificultad, uno de ciento veinte metros cuadrados enfrente de la playa, con
aparcamiento privado y vigilancia las veinticuatro horas del día. Un lujo. He insistido en que
tenga como mínimo tres habitaciones, para poder recibir a sus hijos. En cuanto he argumentado
el motivo para tener tantas habitaciones, Jaime ha estado totalmente de acuerdo, pero me
resulta extraño que no haya salido espontáneamente de él. Creo que, en el fondo, quiere
consolidar la relación antes de mezclar a su familia en ella.
Hoy por la mañana, hemos ido a firmar los papeles de arrendamiento del piso con una
exigente agencia inmobiliaria, y Jaime ha venido con medio millón de pesetas en efectivo para
pagar la fianza y el alquiler. Le he acompañado porque hemos hablado de poner el contrato de
alquiler a nombre de los dos -parece que ha quedado claro-, hasta que, en el último minuto,
Jaime cambia de opinión y me pregunta si tengo algún inconveniente en poner el contrato sólo
a mi nombre.
-Pensaba que lo íbamos a poner a nombre de los dos. ¿Pasa algo?
-No, tranquila. No te preocupes. Pago yo el alquiler, pero si no te molesta, preferiría no
figurar en el contrato. No quiero que mi ex mujer se entere. Si no, me va a pedir más dinero
para la pensión de los niños.
En este momento, he reparado en un detalle importante. Los niños, como dice él, son
mayores de edad, y cada uno vive con sus respectivas parejas, trabajan y están totalmente
independizados. La pensión de los hijos ha sido fijada hace más de diez años y su explicación
no tiene mucho sentido.
Pero, ante la ilusión de irme a vivir con él, en este maravilloso piso, y por miedo a poner
trabas a este sueño, acepto ser la única persona que aparece en el contrato.