Lo peor está por llegar.

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9 de enero de 1999
La farmacia está repleta de gente, y me he sentado en una silla que han colocado al lado


del mostrador. Tengo una semana de retraso y antes de hacer el test ya sé que estoy


embarazada, pero he intentado convencerme de que no es así. Lo noto por los pequeños la-


tidos de un corazón a la altura de mi ovario derecho, y, pese a las protestas de Sonia, que dice


que es imposible sentir eso antes de unos meses, yo ya sé que hay algo que está creciendo en


mí. No le he comentado nada a Jaime, tengo miedo de su reacción aunque es obvio que podía


suceder ya que llevamos un tiempo sin tomar medidas. Es más, un día me dijo que le


encantaría ser padre de nuevo ahora que está en la madurez, y que debía ser en este momento


o nunca ya que, dada su edad, no quiere ser padre-abuelo. Desde luego, ha dado en el blanco.


El Predictor no ha necesitado esperar ni el tiempo indicado para cambiar de color. En el


mismo instante en que sumergí el bastoncito en la orina, ya marcaba positivo. Estoy


«embarazadísima».


Se lo anuncio por la noche y él se me queda mirando como si hubiese visto a un


fantasma. Espero cualquier reacción: alegría o rabia, pero nunca imaginé que me diría: «¡Es


imposible!».


-¿Cómo que es imposible? Aquí tienes la prueba del test.


Le doy el Predictor, que he guardado en su embalaje de aluminio.


-¡Te repito que es imposible! -me dice, sin hacer caso de la evidencia. Su voz tiene un


aire burlón que me da escalofríos-. No dudo de que estés embarazada. De lo que dudo es de


que sea mío.


No salto sobre él por poco. Además, seguramente está esperando ese tipo de reacción.


Me quedo sentada tranquilamente, con el corazón a punto de salirse de mi pecho.


-Jaime, ¿cómo me puedes decir eso? El único con quien me he acostado desde que te


conozco eres tú.


-Lo dudo -se ha puesto muy serio y ya empieza a enfadarse.


-Pero ¿cómo me puedes decir eso?


-Sencillamente, porque soy estéril.


En muchas ocasiones lo he pasado muy mal con Jaime. A veces le he odiado con toda


mi alma, he sentido rabia, impotencia, pero hoy, se me está derrumbando el mundo encima.


Sólo puede tratarse de una gran farsa. No veo otra explicación. Me voy corriendo al baño a


vomitar y me quedo allí, la cara en el váter, intentando aclarar mis ideas, cuando de repente


aparece por detrás y sigue con su discurso.


-Soy estéril desde hace muchos años. He tenido la gran suerte de poder concebir a dos


hijos, pero nunca más podré tener uno. Así que ¡quítate la máscara y confiesa que te has


acostado con otro!


Soy incapaz de contestarle. Se acaba de convertir en un monstruo ante mis ojos y no


quiero ni dirigirle la palabra.


-No me extrañaría que te acostaras con tu jefe, y que ahora quisieras que yo cargara


con el muerto.


Cada palabra que pronuncia es como un golpe en plena mandíbula. Vuelvo a vomitar.


-Y tampoco me extrañaría que lo hicieras con mi socio. Claro, ya entiendo por qué


Joaquín viene cada vez más a menudo a casa. ¡No debí confiar en ti!


Quiero protestar pero mi disgusto es tal que me pongo a gritar.


-Eres una histérica. ¡Mírate! ¡Además, yo qué sé lo que haces cuando estoy en Madrid


los fines de semana!


Podría hablarle de Carolina y decirle que he descubierto su doble juego, pero no puedo


articular ninguna palabra. Me he vuelto completamente muda, y eso le está animando a ser más


cruel.


-¡Quien calla otorga! ¡Me das asco!


Todavía con estas palabras en la boca, se va de casa.

Diario de una ninfomana- Valerie TassoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora