9 de diciembre de 1998
Creo que en algunos momentos de lucidez, Jaime se está dando cuenta de su
comportamiento conmigo. Me propone que nos vayamos un fin de semana a Menorca, quizá
porque quiere que le perdone por lo ocurrido. Un premio a mi paciencia, me merezco un
descanso, son sus palabras. Me dice que se va a encargar de todo y que sacará él los billetes.
Esta semana ha estado fuera, en el norte de España, y tenemos que salir hoy viernes, por la
noche, para Mahón. La idea es que, en cuanto vuelva por la tarde, pasará a recogerme a casa,
para irnos directamente al aeropuerto en coche.
Yo estoy esperando entusiasmada porque es la primera vez que paso con él un fin de
semana fuera de la ciudad, y aguardo en el salón con mi maleta. Jaime me ha llamado anoche,
diciéndome que llegará a Barcelona sobre las cinco de la tarde, y pidiéndome que esté lista ya
que nuestro avión sale a las siete y media. No me ha dado detalles del hotel donde nos vamos
a alojar. Es una sorpresa.
A las seis, todavía no sé nada de él. Le llamo al móvil y, como siempre, está apagado. Le
dejo un mensaje, un poco angustiada, esperando que esté bloqueado en un atasco, lo que
suele suceder muy a menudo siendo viernes. A las seis y media llamo al despacho, pero su
secretaria tampoco ha recibido noticias suyas. Ya es tarde para coger el avión a la hora prevista
pero yo estoy más bien preocupada por si ha tenido un accidente. Estoy pensando en lo peor.
Jaime ha viajado con su socio y llamo a su móvil, pero está apagado también. No me da
un infarto por poco, ya que me paso toda la noche llamando a todos los hospitales de Barcelona
y de la provincia para saber si han ingresado a un tal señor Rijas. Cada vez, resoplo de alivio
cuando la enfermera de turno me dice «no». Pero estoy también más confusa sobre lo que ha
podido pasar.
Esta noche me quedo dormida en el salón, y, por la mañana, el timbre del teléfono, que
he puesto a todo volumen, me despierta enseguida. Es Jaime.
-Mi padre murió de un infarto ayer por la tarde -me anuncia con voz grave y
visiblemente afectado.
Me derrumbo al oír la noticia.
-¡Dios mío! ¿Dónde estás?
-En el tanatorio, con mi madre. Voy a estar un tiempo con ella. Siento haberte dejado
tirada pero...
-No, no te preocupes. ¿Puedo hacer algo por ti, Jaime? ¿Quieres que vaya? ¿En qué
tanatorio estás?
-No. Mejor que no. Esto es un drama, no sé cómo voy a poder superarlo. Déjame un
poco de tiempo para estar con mi madre, y luego para estar solo. Estoy muy mal.
Le repito que lo siento y que voy a esperarle aquí, en casa, el tiempo que haga falta. Si
estar solo es lo que quiere y necesita, respetaré su decisión.
15 de diciembre de 1998
Cada día voy como un robot a trabajar. No consigo concentrarme para nada en lo que
estoy haciendo y mi jefe me pregunta qué me sucede. Le hablo vagamente de la muerte de un
familiar mío, pero sin entrar en detalles y, viendo mi malestar, Harry tiene la deferencia de
darme unos días aparte de los que me corresponden para Navidad.
No sé cuántos días estará Jaime ausente. Pero una cosa está clara: le echo mucho de
menos y lamento sinceramente todo lo que le está ocurriendo. Voy a esperarle y confío en queme dará noticias antes de Navidad. Se supone que estaremos juntos ya que sus hijos la van a
celebrar con su madre. Pero no tengo ninguna novedad de él por el momento.
Semana del 24 de diciembre de 1998 al 31 de diciembre de 1998
Son las peores Navidades de mi vida. Sola, en casa, con el teléfono que me sigue a
todas partes, esperando en vano que Jaime me dé la sorpresa de aparecer en el último minuto.
Pero no pasa nada de eso. Confieso que tengo mucho tiempo para pensar y, en algún
momento, he llegado a creer que todos esos dramas son demasiado raros para ser verdaderos.
Pero luego, me siento culpable de poner en entredicho un tema tan grave como la muerte de
una persona querida.
2 de enero de 1999
Para Año Nuevo, Sonia ha intentado hacerme salir de casa, invitándome a una fiesta que
organizó un ex suyo. Pero he rechazado la propuesta. Ha vuelto a llamarme para saber de mí y
verme pero, al oír mi tono de voz, ha desistido en convencerme para que vaya a visitarla.
Jaime acaba de aparecer, tres semanas después del drama. Ha perdido cinco kilos al
menos, que dan a su rostro un aspecto de cadáver andante. Sus largos dedos finos, sin
embargo, están hinchados y tiene hasta dificultad para cerrar las manos. En el andar, no le he
reconocido. Está cojeando más que nunca y apenas me ha dirigido la palabra. Yo no me atrevo
a hablarle. Comprendo que está de luto y tengo que respetarlo. Sin embargo, me muero de
ganas por estrecharle, darle besitos y reconfortarle, pero al final, él se está convirtiendo -
queriendo o sin querer, no lo sé- en un mueble más de la casa. Su locura ya está alcanzando
niveles jamás sospechados. Creo que es el dolor lo que le pone así. Este acontecimiento está
precipitando aún más las cosas y empiezo seriamente a sospechar que el hombre del cual me
enamoré no tiene nada que ver con quien es en realidad.
Jaime está empezando a pasar las noches fuera. Al principio, lo achaco al dolor por la
pérdida de su padre y no me atrevo a decirle nada. Pero cuando se le ocurre volver en plena
noche, lo hace siempre totalmente ebrio, buscando pelearse sin cesar conmigo. Así que la
mayoría de las veces, al final, finjo estar durmiendo, y él se encierra en el baño, como de
costumbre, desde donde oigo al escalpelo funcionar a pleno rendimiento. Me escondo entre las
sábanas, muerta de miedo y con escalofríos.
Cuando se queda en casa de noche, es Joaquín, su socio, quien aparece sin avisar, y
ambos se encierran en el despacho de Jaime. Joaquín siempre llega medio borracho y acaban
peleándose porque, según una conversación que he escuchado entre los dos, viene a pedirle
dinero para gastárselo en prostitutas de clubes o con los travestis de la Ciutadella.