Aquella tarde, otros dos camiones cargados de residuos nucleares adelantaron a Roger y Elspeth mientras regresaban a casa.
Su madre volvió sola del trabajo.
-¿Dónde está papá? -preguntó Roger.
-Ha ido a Manchester.
Roger se dio cuenta, por la forma en que lo había dicho, de que algo andaba mal. Su madre se dirigió bruscamente hacia la cocina, sin dar pie a más preguntas. Pero los sucesos de la tarde habían enrabietado a Roger y no se sentía con ganas de interpretar la comedia de las corteses evasivas familiares. Insistió:
-¿A qué? ¿A alguna reunión?
-A la televisión. Le van a hacer una entrevista para el telediario. No volverá hasta la noche.
-Un poco precipitado, ¿no? No nos dijo nada esta mañana.
-No lo sabía. Lo llamaron a la oficina... Vaya por Dios, debería haber sacado las chuletas del congelador esta mañana.
-¿Así que ha pasado algo? En el telediario no dan más que noticias de última hora. Y hace tiempo que no sale nada sobre energía atómica.
-Mira, Roger -le cortó su madre-. Acabo de volver del trabajo. Estoy cansada e intento preparar la cena. Así que si no tienes intención de ayudarme quítate de en medio.
-Lo siento. ¿Voy poniendo la mesa?
-Muy generoso por tu parte, ahora que ya lo he hecho yo -dijo Elspeth desde el sofá en que estaba cómodamente tumbada.
Roger salió de la cocina sintiéndose un inútil. Se detuvo ante la radio y sus dedos giraron los botones. A lo mejor decían algo. Como su madre solía ponerla nada más llegar a casa, si hoy no lo había hecho es porque no quería oír las noticias.
Comieron en un sombrío silencio. Su madre se fue relajando poco a poco.
-Siento haber estado tan antipática -dijo.
Roger levantó la vista. ¿Sería éste el momento adecuado para seguir con las preguntas? Deseaba que Elspeth lo hiciera, por si su madre se molestaba. Pero sabía que Elspeth no lo haría. Ella nunca hablaba del trabajo de sus padres más que cuando hacía alguna confesión a Roger.
-¿Has tenido un mal día? -preguntó con diplomacia.
-¿Para mí? No muy malo. Sólo decepcionante. Un montón de pruebas y ningún resultado. Así que tendremos que volver a examinarlo todo con más calma y repetirlo hasta que consigamos un resultado positivo. Y encima papá tiene que salir corriendo.
Roger dudó.
-¿Algún problema?
Ella lanzó un suspiro.
-No, exactamente. Puede que consigamos evitarlo. Pero ha habido una moción en el Parlamento sobre Patterick Fell y ya sabes lo nervioso que le pone eso al ministro. Un maldito periódico ha publicado un artículo diciendo que últimamente llegan muchos más residuos de lo normal a la URDN. No es que le hayan dado mucha importancia, pero ha sido suficiente para que el representante de la zona interpelarse al ministro. Y ahora, claro, el asunto interesa a los de la televisión. Y tu padre es el encargado de tranquilizar a la gente.
-Pero tienen razón. En esta semana ha llegado mucho más material que de costumbre. Cualquiera que viva por aquí tiene que haberse dado cuenta.
Tuvo cuidado de no exponer su impresión en forma de pregunta. Sabía que se trataba de un tema delicado. Pero ahora su madre estaba mucho más relajada y dispuesta a hablar.
-Yo creo que tu padre sabrá qué hacer. Por lo menos, eso piensa el ministro, que le ha pasado el paquete. Tiene la teoría de que cuando la gente no cree lo que dicen los políticos tienen que hablar los científico, porque a ellos sí que les creen.
-¡En eso tiene toda la razón! -dijo Roger.
-¿Y ustedes les creen? -la vocecita de Elspeth se clavó en su conversación como una aguja escondida en un cojín. Su madre y Roger volvieron bruscamente la cabeza para mirarla. Sus ojos azul turquesa permanecían tan impasibles como su voz.
-¿Dice la verdad cuando sale en la "tele"? ¿O le dice a la gente lo que el ministro cree que quieren oír?
Su madre se puso colorada. Roger pensó que sería de rabia.
-¡Elspeth, cómo se te ocurre semejante pregunta!
-Yo creo que es una pregunta bastante normal, ¿no? No va a ser un santo sólo porque sea mi padre. Otras personas mienten cuando conviene a su trabajo: los hombres de negocios, los políticos, los líderes sindicales, ¿Cómo sabemos que papá no lo hace?
-¡Porque es un científico! -estalló Roger-. Él se dedica a la verdad misma. Puede que oculte alguna información cuando sea necesario, pero nunca mentiría.
-No te preguntaba a tí. Tú crees que el sol sale de su cabeza. En lo que a papá se refiere, tú eres tan poco objetivo como un hincha con su equipo. Estaba hablando con mamá.
-Bueno, pues no me lo preguntes a mí -dijo su madre con vehemencia -; si has llegado al extremo de plantearte una pregunta así, sólo hay una persona capaz de contestarte. Y es precisamente papá. Si tú no estás dispuesta a creer en la honestidad de tu padre, nada de lo que yo pueda decirte te convencerían.
Se levantó y salió de la habitación.
Roger la siguió con la vista. Curiosamente, le parecía una respuesta muy poco satisfactoria.
Elspeth enarcó sus delgadas cejas.
-Imagino que esto quiere decir que me toca a mí lavar los platos. Debería estarme bien calladita.
-Te echo una mano -dijo rápidamente su hermano.
Normalmente no se hubiera ofrecido a ayudarla con tanta facilidad. Así protegía a su madre. Aunque era estúpido pensar que tenía que defenderla de Elspeth. Al fin y al cabo, era la más joven de la familia. Pero era capaz de hacer que todos se sintieran incómodos. En su impertubable hostilidad e indiferencia hacia el trabajo de sus padres había algo que le hacía distinta a ellos, como si fuera hija de otra familia y hubiera caído por error en la suya.
Elspeth se fue a la cama antes de que empezara a emitirse la entrevista con su padre. No es que no le interesara lo que ocurría en Patterick Fell, pero su forma de protesta era mantenerse lo más alejada posible de toda relación con ese mundo, Roger, muy nervioso, se quedó a oír las explicaciones de su padre.
También su madre parecía nerviosa. Se diría que dudaba entre escucharlo o no. Cuando llegó la hora del programa estaba planchando en la cocina. Pero por fin se decidió y colocó la tabla de planchar ante la puerta, de modo que veía el televisor sin dejar de trabajar.
El reportaje empezó en un plano de Patterick Fell. La inconfundible cúpula del reactor, las torres de refrigeración, las tuberías de aspecto futurista.
-Un reactor nuclear es un símbolo -pensó Roger-. Es como la foto de un estudiante desnudo o melenudo con una pancarta. No es la clase de imagen que se muestra para informar. Se espera que despierte una serie de reacciones emotivas en el espectador.
Pero luego las cámaras volvieron a mostrar el estudio. Roger comprendió por qué el ministro había escogido a su padre. No se trataba sólo de su prestigio como científico. Para algunos esto era un dato negativo. Pero el rostro de su padre, agradable y sonriente, era confortante, lleno de calor humano. Tenía el don de explicar las cosas con términos tan sencillos que incluso un niño podría comprenderlo. Su afabilidad englobaba al entrevistador, como si estuviera dispuesto a recibir con gusto todas las preguntas hostiles que se le pudieran hacer.
-Entonces, ¿niega usted -insistió el presentador- que la llegada de peligrosos residuos nucleares procedentes de otras plantas atómicas, incluidas algunas extranjeras, ha aumentado sensiblemente en las dos últimas semanas? Hay quien dice que el aumento equivale a la cantidad que normalmente se recibe a lo largo de un año.
El padre de Roger estaba radiante.
-Creo que se deja usted llevar por la emoción cuando dice "peligroso" residuos. Por supuesto, la radiactividad es peligrosa. Yo trabajo todos los días con ella, de modo que no necesita decírmelo. Pero el fuego es peligroso. Y lo es in coche. Y la electricidad. Todas estas cosas han de ser utilizadas con cuidado y respeto. Pero no las vemos como algo siniestro. Y lo mejor de la radiactividad es que su volumen es muy reducido. Un coche solo en la carretera no supone ningún peligro. Si hay dos, aumenta el riesgo de accidente. Pero cuando hay diez mil en una ciudad, empiezan los problemas serios ¿no es verdad? Y, por otra parte, mucho material radiactivo junto no es más peligroso que una cantidad pequeña, siempre que esté bien almacenado. Hay que tener todo el cuidado del mundo, sea la cantidad que sea.
Roger admiraba su técnica. Su padre no sólo decía verdades tranquilizadoras, sino que, mientras las decía, lenta y cuidadosamente, iban corriendo los minutos.
También el entrevistador lo sabía y se estaba poniendo nervioso.
-Pero no ha contestado usted a mi pregunta. ¿Por qué de pronto se almacenan tantos residuos en Patterick Fell?
-Yo creo que está usted contestando a su propia pregunta. Los dos estamos de acuerdo en que cualquier cantidad de material radiactivo es potencialmente peligroso y ha de ser almacenado adecuadamente. De modo que, al reunirlo todo en un solo lugar, estamos reduciendo el peligro, si lo comparamos con el que representa almacenar el material en numerosos lugares, repartidos por toda Inglaterra. -Pero ¿por qué este enorme aumento en la importación de residuos procedentes de otros países? ¿No es cierto que en nuestros puertos muchísimos camiones cargan partidas de residuos extranjeros? ¿Por qué no se pueden hacer cargo esos países de su propio problema nuclear?
-Creo que olvida usted que muchas centrales nucleares están instaladas en la costa. El transporte de los residuos al norte de Inglaterra por mar presenta evidentes ventajas frente al riesgo que supone un viaje por tren o carretera.
-Pero es que se han visto descargar cientos de contenedores de barcos extranjeros.
-Inglaterra lleva muchos años procesando residuos nucleares de otros países para, he de añadir, devolvérselos luego. Tiene usted muy poca experiencia si cree que algún gobierno británico es capaz de permitir que el país se convierta en un basurero contra nuestros propios deseos. Mi experiencia me dice que los políticos, de cualquier tendencia que sean, tienen siempre presentes los intereses de este país. ¡Y no podría ser de otra forma! Nunca autorizarían un cambio de política que implicara una reducción de los niveles de seguridad.
El corazón de Roger se encogió bruscamente. ¿Qué clase de contestación era ésa, a una pregunta concreta, además? No podía engañar a nadie. Si eso era todo lo que su padre podía decir, hubiera sido mejor quedarse en casa. Lo que acababa de hacer era transformar una razonable inquietud en un siniestro misterio.
El tiempo se estaba acabando. El entrevistador hizo un último intento.
-Doctor Lowman, ¿puede usted asegurar a la población de los alrededores de Patterick Fell que sus vidas no están corriendo un peligro innecesario por el aumento de residuos radiactivos de países extranjeros?
El padre de Roger se reclinó en su butaca y rió abiertamente.
-¡Les diré que no se puede vivir más cerca de Patterick Fell de lo que yo hago! Y conmigo viven mi mujer y dos hijos pequeños. Mientras ellos estén ahí, puedo asegurarle que el riesgo es mínimo.
El programa cambió de tema.
Roger se sentía enfermo y atontado. Era la primera vez que veía a su padre fallar en público. Pensó en todos los compañeros de clase que habrían visto el programa. Todos se darían cuenta de que las respuestas de su padre no contestaban a nada. ¿Qué iba a decirles al día siguiente? Incluso un niño podía darse cuenta de que su padre escondía algo. Había convertido Patterick Fell, una institución de la que Roger se sentía orgullo, que casi consideraba su herencia, en objeto de miedo y desconfianza.
Se volvió hacia su madre, pero ella estaba de espaldas, guardando la plancha, y dijo abruptamente:
-Ya es hora de que te vayas a la cama.
No lo miró mientras lo decía. Así que no eran imaginaciones suyas. Papá se había liado de verdad en la entrevista. Al día siguiente, lo que no era más que un artículo en un periódico de provincias aparecía con grandes titulares en la prensa de todo el país.


Alarma en Patterick Fell - Fay Sampson *SIN EDITAR*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora