Roger observaba a su padre por encima de los platos de la mesa. Buscaba algún signo que le confirmara que algo había cambiado. Su padre tenía que haber leído los periódicos. Debía de conocer su fracaso. Pero no sabía bien cómo lo manifestaría. Parecía tan genial y sonriente como siempre, aunque su aspecto nunca fue impresionante. Sólo agradable, paternal.
Lo que le impresionaba era más bien su reputación, lo que Roger sabía de su padre. Si se lo quitaba, ¿qué quedaba? El edificio empezaba a resquebrajarse. Los cimientos de su infancia se tambaleaban. Recordaba cuando su padre le hacía dar vueltas en el aire, cuando le enseñó a jugar al cricket* , cuando aplaudía todo lo que decía. ¿Fue siempre auténtica su sonrisa? ¿Había una seguridad verdadera tras esa fachada de serenidad? ¿O se trataba de un trabajo de relaciones públicas dentro de la familia, semejante al que había desarrollado durante años y años en la televisión?
Se revolvió contra sus pensamientos de apóstata con un sentimiento de culpa. Al fin y al cabo, se trataba únicamente de un fallo. Y, además, su padre ni siquiera había mentido por completo, sólo había fingido que todo iba bien cuando, evidentemente, algo ocurría. De cualquier forma, le habían dado un encargo imposible. ¿Podría anular años y años de descubrimientos, organización y servicio? Pero no tenía que convencer a nadie. La duda estaba dentro de él mismo.
-Estás muy callado, hijo -dijo su padre con delicadeza. Roger lo miró fijamente.
-Sí, bueno..., es que hacía mucho calor en el colegio y me duele la cabeza.
-Acuéstate pronto -dijo su madre.
La boca de Roger se contrajo. Ella sabía que ya era lo suficientemente mayor para acostarse sin que se lo dijera nadie. De esa forma le reprochaba haberse quedado a ver el programa de su padre, le echaba en cara haber presenciado su fracaso. Pero él no tenía la culpa.
Enfadado, estiró el brazo para coger la sal y tiró el bote de salsa de tomate. Un chorro espeso y colorado asomó por la boca de la botella y empezó a deslizarse sobre la mesa. La madre de Roger se puso en pie de un salto, quiso recoger la botella y tiró el vaso de Roger. Elspeth se echó a reír.
-¡Maldita sea! -dijo violentamente la madre, y corrió a la cocina por una bayeta. Roger recogió la salsa vertida con la punta de su cuchillo, sintiéndose torpe y desgraciado. Su madre lo apartó para limpiar. Eso no era propio de ella. Cuando no podía mantener su eficiente facilidad, por lo menos solía reírse de los desaguisados que cometiera. Pero no solía ser grosera. Aunque, ahora que lo pensaba, últimamente había cambiado su conducta. Desde hacía algún tiempo estaba de mal humor. Algo le preocupaba, algo que él no conocía. Pero uno nunca podía estar seguro con una madre. Sobre todo a su edad. A lo mejor no tenía nada que ver con Patterick Fell.
H

ablo con Elspeth a la hora del té. En todo el día no había podido dejar de pensar en Linda James y sus amigas.
Una cosa era que él sé enfrentara a las chicas del colegio, pero Elspeth tenía dos años menos. No le gustaba la idea de que la tomaran como víctima propiciatoria sólo porque no pudieran con él. Mientras pedaleaban de vuelta a casa, ninguno de los dos pronunció palabra. Y, a la hora del té, Elspeth no dio muestra alguna de nerviosismo. Estaba sentada, mordiéndose distraídamente el labio y pellizcando el borde de la servilleta. Pero lo de la salsa de tomate le hizo reír.
-¿Ha ocurrido algo en el colegio? -preguntó Roger.
-Hemos tenido un examen de matemáticas repugnante. Y una clase de natación que ha sido todavía peor. Y la sopa de sémola estaba medio cruda. El resto, muy divertido.
-¿No han intentado liarte? Respecto a Patterick Fell y lo que papá dijo anoche en la "tele".
Ella sonrío tanto que sus ojos parecían dos rendijitas.
-¡Pobre Roger! Así que eso es lo que realmente te tiene preocupado. El ídolo del adolescente se derrumba. Roger Lowman, popular, atractiva estrella del escenario, de los laboratorios y del fútbol, desautorizado por padre sin escrúpulos.
-¡Callate! -dijo Roger.
-Desde luego -dijo Elspeth suavemente-. Ya lo he dicho todo, ¿no?
Esto era lo que más le turbaba en Elspeth. A veces no se entendía nada en la enrevesada mañana de sus incoherentes ideas. Pero otras era capaz de penetrar en el fondo de una situación con la misma precisión de una bruja que clavara agujas en una muñeca.
La dejó y salió a dar una vuelta por el erial situado a espaldas de la casa. Realmente era algo estúpido, con el frío de la noche invernal. Pero las colinas eran un viejo consuelo. No le gustaba el viento helado que lo azotaba, un viento agudo, recién forjado en los crisoles del cielo. Pero le encantaba dejarse caer en una hondonada de arena, protegida por los arbustos de aulaga, donde podía permanecer sentado y pensar.
Ahora estaba en un lugar lo bastante alto para ver todo el complejo de URDN, junto al lago de Patterick Fell. En la oscuridad no podía distinguir la línea donde se unían las negras colinas y el lago. Pero la central estaba brillantemente iluminada con lámparas de sodio, y su reflejo anaranjado relampagueaba en el agua oscura. De noche se veían extrañas perspectivas. La cúpula plateada que protegía al mundo del reactor, iluminada como una luna llena. La luz se reflejaba en las nubes más bajas como una escena bíblica.
Su padre decía que este reactor y el generador eléctrico alimentado por el inmenso calor de la reacción en cadena se habían quedado anticuados hacía ya años. Aquí no había un reactor de alimentación rápida que producía más plutonio al final de cada carga del que servía como combustible. Nada parecido a una pequeña y ultramoderna planta de fusión nuclear. Pero la vieja Magnox cumplía con su fusión, produciendo la suficiente cantidad de energía para abastecer a Patterick Fell y para pagar, además, sus gastos de mantenimiento. Al fin y al cabo, la producción de plutonio obtenido reprocesando el combustible de otras centrales no era la principal función de la URDN. El problema contra el que se luchaba en Patterick Fell era otro. Cómo colocar de nuevo la tapa a la caja de Pandora que se abrió con la primera reacción atómica en cadena.
Porque la principal característica del uranio y de los demás elementos radiactivos era que no concluían su vida útil apagados e inactivos. Cuando el mineral era retirado del reactor, todavía conservaba mucho poder, en parte enormemente valioso,en parte venenoso. Plutonio, uranio, estroncio, casio... Algunas de sus radiaciones desaparecerían sin peligro en unas pocas semanas. Otras se agotarían en los años siguientes. Pero el resto permanecería activo durante cientos, tal vez miles de años.
¿Y cómo ponerlo en lugar seguro? Era el problema que su padre y el equipo de científicos intentaban solucionar.
Ya sabían cómo separar el veneno y concentrarlo en una especie de cieno, y estaban perfeccionando el proceso que permitía convertir ese cieno en una sustancia parecida a una masa de cristal marrón. Pero ¿qué hacer luego con ella?
-Es como un bumerán* -le había dicho secamente su padre-. No hay manera de deshacerse de él sin que te devuelva el golpe.
De modo que todos los residuos nucleares de Inglaterra habían de ser guardados aquí, en Patterick Fell. A salvo de un repentino aumento de temperatura. A salvo de un almacenamiento demasiado concentrado que podría provocar una fuga radiactiva. A salvo de todos los peligros de un mundo inestable: terremotos, sabotajes, fuego, guerra... Últimamente los titulares de los periódicos sobresaltaban incluso a Roger. Algunos países que tenían instalaciones nucleares estaban al borde de la guerra. Si pudieran conseguir plutonio para fabricar bombas de hidrógeno.
Miró al conjunto de luces y sombras y se preguntó dónde podría estar almacenado el plutonio. Su padre no le contaba todo. ¿Y cuántos residuos habían acumulado? Sabía que había cientos de metros cuadrados de piscinas para la refrigeración bajo tierra. Pero eso no podía continuar así indefinidamente. El problema se hacía mayor cada año.
Patterick Fell le producía un sentimiento de orgullo y emoción. No podía comprender el miedo que el centro inspiraba a Elspeth. Lo que Roger sentía era miedo por él. Porque le pasara algo. Incluso ahora le preocupaba estar ahí sentado, mirándolo tranquilamente, sin que nadie le dijera nada. Por supuesto, las medidas de seguridad debían de ser mucho más severas de lo que parecía desde fuera. En una historia aparte. Su padre nunca la mencionó. Pero aún así... En los grupos terroristas había locos suicidas que no se detenían ante nada con tal de hacer propaganda de su causa.
La arena se estaba quedando helada. Roger se levantó y camino por la colina. Aparte de las luces de la central, sólo el pálido resplandor de las estrellas se reflejaba en el lago. Frágiles astillas de plata, sostenidas por la tensión del agua sobre honduras insondables.
-Me gustaría tirarle una bomba.
La voz de Elspeth surgió repentinamente de la oscuridad, sobresaltando a Roger.
-¿Qué estás haciendo aquí?
-Lo mismo que tú.
Estaba inclinada hacia adelante y contemplada las calles iluminadas y los techos de pizarra del complejo. Un violento chorro de vapor surgió silbando del lago y ofuscó las luces antes de perderse definitivamente en la noche.
-Me pregunto si verdaderamente saben la profundidad del lago -dijo Elspeth-. A veces sueño con él. ¿Se te ha ocurrido pensar qué podría ocurrir con todo el material radiactivo que sacan? Imagínate que algún animal viva en lo más hondo. Como el monstruo de Loch Ness, por ejemplo. Podría estar en el fondo poniendo tranquilamente sus huevos. ¿Te imaginas lo que nacería de ellos? Monstruosas mutaciones de abominables gusanos arrastrándose fuera del agua, paseándose por la colina, deslizándose hacia tu dormitorio.
-Estás chiflada. Ahí no hay nada. Y nunca ha habido más que unos cuantos lucios. Y el agua que echan al lago no le pasa nada, aparte de estar caliente. Necesitan mucha agua porque tiene que producir el vapor necesario para la electricidad, lavar los combustibles y mantener llenas las piscinas de refrigeración. Pero no vierten radiactividad en el agua, tú deberías saberlo.
-¿Ah, no? ¿Y qué me dices de las granjas?
-¿Qué granjas?
-Las dos granjas abandonadas, situadas en el arranque del río que sale del lago. Antes no estaban vacías. Linda James me lo ha dicho. Echaron a los granjeros cuando construyen el reactor. ¿No lo sabías? Les dijeron lo mismo que tú estás diciendo. No, por supuesto que no hay ningún peligro. Desde luego, no se escapa ni una gota de radiactividad. Pero no les dejaron seguir viviendo allí, ¿por qué?
-Una simple precaución -murmuró Roger-, por si se produce un accidente.
-Se supone que los reactores nucleares no pueden tener accidentes -dijo Elspeth, sombría.
Como no tenía contestación para tal argumento, Roger se volvió y empezó a caminar despacio de vuelta a casa. Elspeth se detuvo un momento a mirar Patterick Fell. Luego salió corriendo tras él.
-No ha cambiado nada, ¿eh? Todavía sigues defendiendo Patterick Fell. Una especie de patriotismo nuclear. Mi Unidad de Reserva de Derechos Nucleares, por encima de todo. Es encantador por tu parte, de verdad, soñar con seguir los pasos de papá. Es algo medieval, como los gremios de los artesanos y los títulos nobiliarios.
-¿Y qué tiene de malo? -se alegraba de que, en la oscuridad, su hermana no pudiera ver su sonrojo.
-Nada, nada. Si es muy práctico. Te ahorra el problema de tomar decisiones. Mamá también es algo medieval, aunque no se da cuenta. Todo ese rollo de que el sitio de una mujer en su casa es puro Jane Austen. Antes no era así. Las mujeres se pasaban el día en el campo, o cardando lana para que sus maridos la tejieran. Aunque entonces todo era más bonito. No criaban ratas mutiladas para que todos podamos ver lo horrible que va a ser el futuro.
-¿Qué es lo que te ha puesto de tan buen humor? Siempre dices las peores cosas cuando te sientes satisfecha de ti misma. Sólo eres medianamente soportable cuando estás enferma.
-¿Y por qué tengo que ser encantadora? De todos modos, supongo que tendrá algo que ver con los genes. ¿Qué puedes esperar de unos padres que están todo el día trajinando con radiactividad? ¿Cómo crees que podría haber salido normal?
-¿Por qué no? Yo lo soy. Es más,soy superior a la media.
-Eso es peligroso. Lleva a la envidia y a la enemistad del resto de la tribu. Cuando se pongan a buscar una bruja, seguro que te encuentran a ti.
-¿Y a ti no?
-Fuera de este lugar yo soy normal. Lo que ocurre es que tú, papá y mamá no se dan cuenta.
Él no le creyó. Elspeth era rara en cualquier sitio del mundo.

Alarma en Patterick Fell - Fay Sampson *SIN EDITAR*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora