Los periódicos llegaron tarde a Patterick Fell, cuando hacía ya rato que Roger y Elspeth bajaran en sus bicicletas la pendiente larga y llena de curvas, que llevaba al pueblo de Whitworth. De modo que Roger vio por primera vez los titulares de los periódicos en la entrada de la tienda del padre de Ian. Las grandes letras negras parecían gritar desde el otro lado de la calle.
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Tenía que poner buena cara. Caminó hasta la cola del autobús, balanceando su bolso, con la sonrisa matutina preparada. Oyó cómo se interrumpió todas las conversaciones al verlo llegar. Las miradas que le dirigían eran lejanas, como si lo vieran a través de un vidrio empañado. Algunos pies se movieron casi imperceptiblemente.
Fue como un jarro de agua helada. Un shock físico. Aunque él ya sabía que la entrevista de su padre iba a cambiar las cosas. "Pero no los puedo culpar", se dijo a sí mismo. Los camiones pasaban por su condado. Eran sus casas, sus familias, quienes estaban en peligro..., si es que existía un riesgo. Pero le dolió. Roger siempre había sido sociable, felíz. Sólo a Elspeth le costaba encontrar amigos, y todavía más conservarlos. Roger siempre estaba rodeado de amigos que lo querían, que lo admiraban, que deseaban ser vistos con él.
-Hola -dijo imperativamente a Ian, exigiendo una contestación.
Ian se sentía incómodo, parecía disculparse.
-Hola -dijo, frotando un pie contra el suelo.
-¿Has hecho los ejercicios de "mate"?
-Si.
-¿Cuánto te dieron por ayudar en el helipuerto?
-Mejor no hablar de eso.
La conversación languidecia.
Roger se volvió hacia Elspeth. Pero ella no esperaba encontrar ni un amigo, así que no parecía disgustada. Estaba de pie, mordisqueando el extremo del cordón de su capucha. Una cortina de pelo le cubría el rostro.
Por fin llegó el autobús del colegio. Ian fue el primero en entrar y no pudo evitar que Roger ocupara el asiento contiguo. Pero volvió la cabeza hacia la ventanilla. Elspeth se instaló en un asiento vacío y nadie se sentó a su lado, cosa que ocurría con frecuencia.
A medio camino, Ian se volvió hacia Roger y se echó a reír.
-Es de locos, ¿verdad? Al fin y al cabo, tu padre fabrica noticias, y el mío se gana la vida vendiendo periódicos. Así que, ¿por qué habría de preocuparme?
Durante las primeras clases de la mañana, Roger consiguió recuperar la sensación de que no ocurría nada anormal. Afortunadamente, los profesores no comentaron la entrevista. Ante él veía las curvadas espaldas de los chicos y los jerseys grises de las chicas, como todos los días.
Pero sonó el timbre del recreo. El profesor de francés salió del aula. Los alumnos se estiraron, olvidando la disciplina de la concentración en materias impuestas por otros. Se pusieron a hablar y los pensamientos y preocupaciones de cada uno subieron a la superficie como una bandada de peces hambrientos.
Linda James avanzaba por el pasillo central hacia Roger. Un puñado de chicas la seguían, ofendidas, dignas y agresivas.
Los chicos se apartaron, dejando un espacio libre alrededor de Roger. Por un momento sintió desdén por ellos. Él estaba dispuesto a cruzar en cualquier momento ese espacio, sabía que su fuerza personal vencería sin demasiada resistencia la inexperta agresividad de los otros. En el caso de ellos se trataba de un negativo encogimiento de hombros que llevaba implícita una disculpa, un sentimiento superficial y poco duradero.
Pero Linda James era otra cosa. Estaba frente a él la persona con más vitalidad del aula, agresiva. Era más alta que las demás chicas. Llevaba faldas más largas y tacones más altos, y la sombra verde de ojos que se ponía era todo un desafío. Era una de las pocas personas del colegio capaces de hacer que Roger se sintiera infantil y vanidoso.
Incluso cuando empezó a hablar, no tenía presente sólo sus palabras, sino toda su persona. Su pelo corto y rojizo, peinado hacia atrás sobre las orejas, los ojos marrones brillantes de rabia, los pechos incipientes bajo el uniforme del colegio.

Alarma en Patterick Fell - Fay Sampson *SIN EDITAR*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora