Había momentos en que Roger podía olvidar sus problemas. Cuando la hierba pasaba rápida bajo sus pies en los campos abruptos. En el laboratorio de química, donde la suave precisión de los recipientes de cristal se curvaba contra la palma de su mano. Cuando su cabeza se inclinaba sobre un libro en las largas tardes de invierno.  
Pero no duraba mucho. Día tras día, los periódicos pedían más información. Los camiones con el trébol negro y amarillo en el costado seguían subiendo la cuesta, aunque ahora eran vigilados discretamente por coches de la policía nuclear. En las grandes ciudades había manifestaciones de protesta, a veces violentas.
Hasta que una mañana, el parte informativo de las ocho comenzó con una noticia que sacudió hasta los cimientos las ilusiones de Roger. En un tono neutro, el locutor leyó los titulares. La producción de electricidad por medio de centrales atómicas había terminado en Gran Bretaña a las doce de la noche anterior.
Roger no se dio cuenta de que la mermelada resbalaba sobre el borde de su tostada. 

-¡No pueden hacerlo! -se dirigió fieramente a su padre-. No pueden, ¿verdad?

-Ya lo han hecho -replicó su padre con calma-. Estaba previsto desde hace años. Debes haber oído algo. Todos los ministros han recibido alguna solicitud en ese sentido.

-Pero es demasiado pronto. ¿Y con qué la van a sustituir? ¡Todas las demás posibilidades, como energía solar, marina o geotérmica, están aún empezando!
-Habrá escasez, desde luego. Se racionarán los combustibles. Habrá cortes de la luz. Y del precio de la gasolina mejor no hablar. Pero los ingleses nos las arreglaremos. Yo lo siento por los países en vías de desarrollo. Algunos han puesto todas sus esperanzas en la energía nuclear. Y no tienen ninguna alternativa.
-¿Quieres decir que no se trata sólo de nosotros?
-No. El corte afecta a todos los países cuyos programas nucleares están a cargo de Gran Bretaña.
-Pero ¿por qué?, ¿por qué?
-Vamos, Roger, no puedes haber vivido diez años en Patterick Fell sin enterarte de cuál es él problema. Mientras tú produzcas energía eléctrica a base de una reacción en cadena produce residuos radiactivos. Lo único que faltaba era un político con la suficiente autoridad para detener el proceso. 
-¿Así que tú lo sabías? -no podía comprender por qué estaba tan enfadado con su padre.
-Claro que lo sabía -dijo éste suavemente-. Al fin y al cabo teníamos que cerrar también nuestro reactor. ¿Qué crees que estuve haciendo anoche?
De modo que todo había terminado. Roger apoyó la espalda contra su asiento. Se sentía como si le hubiera robado un precioso bien, justo en el momento en que iba a obtenerlo. Nunca le había dicho a su padre que quería trabajar con él en Patterick Fell. Que en sus sueños se veía a sí mismo como su sucesor, el segundo doctor Lowman, director de la URDN. Pensaba que su padre lo sospechaba.
Elspeth estaba convencida de ello. Pero el nunca se lo había dicho. Tenía miedo de parecer presuntuoso. Al fin y al cabo podía no estar a la altura de sus deseos.
Ahora era demasiado tarde. No existía ya industria nuclear que heredar. No haría falta diseñar nuevos reactores. Ni expertos en el transporte del material. No se producirían incesantemente residuos que investigar. ¿O no era así? El reactor podría estar muerto, si es que cabía aplicar tal palabra a algo que habría de permanecer encerrado durante generaciones y generaciones antes de que su actividad se extinguiera.  Pero cuando el último fragmento de mineral combustible hubiera sido desactivado y la arcilla radiactiva almacenada en Patterick Fell, todavía seguiría siendo necesario el trabajo de su padre. A menos que ocurriera lo imposible y él y su equipo descubrieran la solución.
Fue al colegio con la sensación de que todo estaba cabeza abajo, desorientado y confuso.

En medio de tantos acontecimientos no se fijó en que aquel día era martes. Y no lo recordó hasta que, al comenzar las clases de la tarde, vio entrar al grupo de estudiantes de magisterio. Lo primero que pensó fue lo deprisa que había pasado el tiempo desde su anterior visita. Él, Roger Lowman, estaba allí sentado, exactamente igual que siete días atrás, pero dentro de él todo había cambiado. Su segundo pensamiento fue que Colin Richards era la última persona del mundo con quien deseaba encontrarse. La semana anterior apenas se había iniciado su discusión, pero ahora tenía perdida la batalla de antemano. La cara del estudiante le resultaba insoportable. 

-Lo que me faltaba -murmuró.
-Vamos -dijo Ian-. Será una tarde tranquila, ¿no? Eso siempre viene bien.
Ese día la clase fue de historia. El señor Hunt, el profesor encargado del grupo, empezó por explicar lo que iban a hacer.
-Ya saben que estudiamos la historia de forma equivocada -dijo-. En la escuela primaria empiezan por la Edad de Piedra. Luego, la Edad de Bronce. La Edad de Hierro. Los romanos. Y, justo cuando empezaba a ponerse interesante, pasan a la escuela secundaria y vuelta a empezar desde el principio. De modo que nunca llegan a conocer el presente, ni la forma en que el pasado ha forjado el presente. 
... De modo que vamos a enfocar el tema desde el ángulo opuesto.  Vamos a estudiar la historia empezando por el presente. Miren por la ventana. Ahora, piensen: ¿cómo era lo que ven ahora hace diez años? ¿Lo saben? ¿Hay algo nuevo que les gustaría quitar? ¿Algo viejo que ha sido quitado hace poco y debería volver a su sitio? ¿Y qué había hace cincuenta años? ¿Y hace cien? ¿Comprenden lo que quiero decir? Es el método de trabajo de los arqueólogos. Empiezan por el presente y van quitando capas a la historia como si se tratara de una cebolla.

... Lo veremos claramente si cada grupo toma un aspecto de la historia, las carreteras o la medicina, por ejemplo, y describe sus cambios desde hoy en día hasta la prehistoria. ¿Qué es lo que hizo cambiar las cosas? ¿Y cómo influyeron los cambios en la gente?
Se produjo cierta confusión en la clase mientras los estudiantes se levantaban para reunirse con sus respectivos instructores. Colin Richards no miró de modo especia a Roger. Parecía dirigirse, más bien, a Ian.
-Vamos a ocuparnos del cultivo del campo -dijo-. En primer lugar vamos a ver cómo son las granjas de aquí. Luego tendremos que ir viendo cómo han ido cambiando a lo largo de los años y de los siglos, hasta llegar a los poblados más antiguos que se conozcan. Y, al final del semestre, si nos queda tiempo, podremos intentar analizar el desarrollo futuro de las formas de cultivos y ver si esos cambios son positivos o no.
Ian dio un ligero codazo a Peter.
-Eh, Peter, ¿has oído? Es sobre granjas.
Peter sonrió, pero no dijo nada.
-Le gusta mucho cuidar el campo -dijo Ian a Colin Richards-. Vive en una granja.
-¡Muy bien! Siendo así, Peter nos puede ser muy útil.
Roger observó la sonrisa de satisfacción que apareció en el rostro de Colin Richards. "Está interpretando", pensó con disgusto. Se le notaba mucho. Sencillamente, adoptaba la actitud más conveniente para hacerse con Peter.
-Sabe un montón de cosas del campo -dijo Ian-. Pero no te dirá nada. Nunca habla, como no sea con sus cerdos.
-¡Sí que hablo! -protestó Peter.
-Bueno, pues di algo.
Peter se puso colorado y se sumergió de nuevo en su silencio.
-¿Ves? Lo que te había dicho.
-¡Ya está bien! -dijo Colin Richards secamente-. Me has dado una idea. ¿Dónde está tu granja, Peter?
-Allá arriba -Peter señaló hacia la ventana-. En lo alto.
Hayes era una pequeña ciudad situada a la entrada de un valle. Su silueta, coronado por tejados de pizarra que dibujaban una línea recta contra la curva de las dunas, todavía se veía interrumpida por las chimeneas verticales de los molinos que habían dejado de funcionar hacía  ya tiempo. Más allá de los molinos estaban las últimas casas y luego los campos se extendían sin interrupción hasta los riscos que terminaban en breves mesetas.
-¿Está lejos de aquí?
-A dos millas.
-Se me ocurre... Yo tengo un coche. Esperen un momento -se dirigió hacia el señor Hunt y cambió unas palabras con él. Volvió a los pocos minutos.
-Vamos -dijo-, no hay nada como un hogar. Si tenemos que hacer un trabajo de campo, lo podemos hacer mejor en la granja de Peter que en cualquier otra.
Lo siguieron hasta la calle, donde brillaba el suave sol de enero. Colin tenía u viejo Austin. Mientras esperaban que abriese, Ian buscó una chispa de entusiasmo en los ojos de Roger. Pero Roger había visto la pegatina que campeaba en la ventanilla trasera del coche. Decía "LOS RESIDUOS NUCLEARES PUEDEN MATAR".
  

Alarma en Patterick Fell - Fay Sampson *SIN EDITAR*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora