Capítulo 11

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—¿Por qué me traes a tu casa? —preguntó el chico de cabello negro que me acompañó hasta la mansión en la que, en este par de meses que había vivido en Japón, nadie a excepción de Tamaki había entrado.

—Es que tengo que decirte algo, pero sé que no confías en mí, así que vine a donde están las pruebas de lo que diré —anuncié y quise abrir la puerta, pero me detuve—. Kyoya... necesito que prometas que de lo que verás y oirás dentro de esta casa no dirás nada a nadie —pedí y él me miró confundido.

—Detrás de esta puerta hay un secreto que podría hacerle mucho daño a muchos, más a Tamaki —expliqué Antes de que preguntara nada.

—No entiendo nada —dijo él y yo pedí: —Solo promete que no dirás nada —Kyoya lo pensó un poco y después de asentir lo prometió.

Inhalé profundo, soplé el aire contenido en mis pulmones y abrí la puerta de mi casa.

—Bienvenida belle Mary —dijo Tamaki que salía de la cocina con un cucharon lleno de algo que se escurría al piso y un delantal manchado de absolutamente todo lo que pudiera manchar en la cocina.

—Kyoya... —dijo menos efusivo, y el mencionado se molestó intentando irse, pero no lo dejé.

Lo retuve del brazo, él no me miró, solo dijo: —Ya entiendo todo, no diré nada... me voy de tu casa y del club —esas palabras nos anonadaron al rubio y a mí.

—No estás entendiendo nada —dije al que pretendía irse—, estás conjeturando cosas y lo más probable es que tus conjeturas sean erróneas, así que vas a escuchar antes de largarte.

—Le pido haga lo que Mary dice —pidió Sophie que salía de la cocina con esa enorme y amable sonrisa que siempre traía encima.

A Tamaki esa mujer le borraba el mundo. De por su cuenta Tamaki era un despreocupado, pero a su lado ni siquiera la palabra problema existía.

—Kyouya, ella es Anne Sophie de Grantaine, mi madre —dijo el orgulloso francés y se pegó al cuerpo de la que reverenciaba a uno que, de sorpresa, casi perdía la quijada.

—Ella es mi ama de llaves —expliqué—, yo investigué a Tamaki para poder ayudarla a reunirse con él, lamento mucho haberte engañado —me disculpé realmente apenada.

—Si me hubieras explicado la situación... —dijo el de los lentes. Pero Sophie interrumpió explicando: —No es algo que pudiera explicar, ni siquiera es algo que debiera hacer —terminó reprendiéndome con la mirada.

Eso era cierto. No debí hacerlo, pero ya lo había hecho y no me arrepiento. Y aunque las cosas pudieron haber sido mejor ya no había vuelta atrás.


Continúa...

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