Me besó con suavidad, un beso dulce pero con mucha intención.
-¿Te he dicho ya cuánto te quiero?
-Sí, cincuenta veces, pero todavía no estoy satisfecha -nunca tengo suficiente con él, siempre desearé algo más.
-Eres lo mejor que me ha pasado. No sé cómo sería si tú no estuvieras en mi vida.
-Eres la persona que le da sentido a mis mañanas, a mis tardes y a mis noches. Yo tampoco sé qué haría si no te tuviera. -respondí.
Empezó a besarme con más intensidad. Cada centímetro de mi cuerpo pedía más, mi piel estaba totalmente erizada, escalofríos recorrián cada vértebra de mi espalda. Estaba empezando a tener calor, y no sabía por qué. Pensaba que iba a pasar algo más, sin embargo, paró de besarme.
Hizo el amago de decirme algo pero decidió callarse y separarse de mí. Le hice un gesto con la cara para que supiera mi confusión, sin embargo, lo ignoró y se levantó de la cama saliendo de la habitación.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué había parado de besarme? ¿A dónde ha ido? Miles de preguntas resonaban en mi cabeza, pero antes de poder hacerme más miré el reloj, eran ya las doce en punto de la noche.
Justo cuando levanté la mirada del reloj le ví. Estaba de pie, en frente mía. Tenía una gran sonrisa en el rostro (que, por cierto, me encantaba) y sostenía un paquete gigante envuelto con fotos nuestras con las dos manos.
-Felicidades enana, espero poder pasar este cumpleaños y muchos más contigo.
Quise darle las gracias pero antes de poder articular palabra alguna me besó. Fue un beso sincero y lleno de pasión y agradecimiento. El beso dijo todo lo que necesitábamos decir.
Paramos cuando ya nos faltó el aire.
Intenté darle las gracias otra vez, pero vi que él ya abría la boca para decir algo.
-Te quiero, Diana. Para toda la vida.
-Y yo, Lucas. Para toda la vida.
