Un poco de color

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Ese día me dirigí a la oficina con buen humor. Quizás no todo iba a ser gris. Quizás los colores volverían de nuevo a mi vida, juntamente con esa sensación que hacía tanto tiempo que ansiaba pero no conseguía alcanzar. Esa sensación que mi ser poco a poco había ido olvidando. La felicidad.

- ¡Buenos días Harper! - dije al entrar.

- Buenos días, Norah. Drake te está esperando - dijo la chica a su vez.

Por un momento me detuve, pero luego recordé que ese día había decidido ser feliz. Y nadie me lo iba a impedir.

- Me ha dicho Harper que me querías ver - dije mientras entraba a su despacho.
- Pasa, pasa. Siéntate.
- Usted dirá.
- Oh, por favor Norah, que tierna eres. Tengo treinta años, no me trates como si fuera tu abuelo.
- Lo siento, no quería...
- Da igual eso ahora. Me ha salido una reunión urgente con un cliente y no podré ir a la fiesta de cumpleaños de mi sobrina. Necesito que llames a este teléfono y avises - dijo alargando una tarjeta - y también necesito que compres un regalo para la niña y lo mandes a esa dirección - dijo señalando la tarjeta que yacía en mis manos.
Suspiré profundamente. Debía trabajar duro si no quería seguir siendo la chica de los recados de Drake. Pero primero debía demostrar mi valía aunque fuera con una cosa tan simple como esta.
- ¿Y qué quieres que le compre?
- Oh, cualquier cosa servirá. Lo que a ti te parezca mejor.
- Eh, sí, ¿y cuantos años cumple?
- Interesante pregunta Norah. Yo también me lo pregunto. Entre 3 y 10. Ahora mismo no me acuerdo.
- ¿Dices que es tu sobrina? - pregunté asombrada.
- Sí, es mi sobrina. Y Norah lo que te he encargado es bien simple. Solo quiero que le compres algo que te parezca mono y que me haga quedar bien. No te entrometas en mis asuntos familiares. Y además, no me gustan los niños.

Inconscientemente lo miré con desprecio. ¿A quién no le gustaban los niños? Todos habíamos sido niños alguna vez. No podía ser que hubiera gente que los despreciara de esa forma. Simplemente no entraba en mi cabeza.
Con Brian nunca habíamos abordado el tema con claridad. Éramos suficientemente mayores como para tener críos pero demasiado jóvenes para quererlos; y cualquier mención a esas pequeñas criaturas adorables podía parecer una proposición.

- Norah, se me olvidaba - dijo mientras ya salía. - Toma esto.

Y me alargó un billete de 100€.

Lo primero que hice fue llamar al número que me había dado. Juliette Harrison. Debía de ser su hermana, la madre de la niña.

- ¿Diga? - dijo esa voz al otro lado de la linea.
- Hola buenos días, soy Norah Batts, la - dubté unos segundos - algo así como secretaria de Drake.
- Ah, hola Norah - contestó Juliette un poco sorprendida. - ¿Por fin se ha decidido a contratar alguien mi hermano?
- Sí, eso parece, aunque creo que un poco a su pesar.
- Ya, entiendo. ¿En qué puedo ayudarte?
- A Drake le ha salido una reunión de última hora y no podrá asistir a la fiesta de... - ¿cómo se llamaba la niña? No lo había mencionado en ningún momento.
- Sí, claro, de Sarah. Ahora entiendo por qué te ha contratado. Así no debe ni hablar con nosotros por teléfono para poner una excusa por no venir...
- Me sabe mal... - dije sintiéndome culpable por la pena que sentía esa mujer en ese instante.
- Da igual chica, tú no tienes la culpa de nada. Suerte con mi hermano. La necesitarás - añadió. - Por cierto, Sarah cumple 8 años si es que te ha pedido que le compres algo de su parte.
- Muchas gracias - dije ya un poco incómoda.
- A ti - y colgó.

¿Tan hosco era ese hombre que no se relacionaba ni con su propia familia? Claro que, cada familia es un mundo y como él ya me había advertido, mejor que no me entrometiera.

A continuación me dispuse a comprar el regalo. Tenía cien euros. ¡Cien euros para comprar algo a una niña que ni a mi ni a Drake nos importaba lo más mínimo! Y yo aguantando ese trabajo frustrante por conseguir no mucho más que eso. Suspiré.

¿Qué le compraba?

Me paseé por una tienda de juguetes distraída. Me gustaban esos sitios. Cada día había nuevos juegos más modernos y creativos.
Al final me decanté por un par de muñecas además de un peluche gigante que daba ganas de abrazarlo. Lo acompañé con un gran lazo y un tarjetón que ponía: "¡Muchas felicidades Sarah! 8 años no se cumplen todos los días... Firmado: Drake".

Volví a la oficina satisfecha después de cerciorarme de que el paquete llegaría ese mismo día.

- Ya he hecho todo lo que me has pedido - dije cuando estuve en el despacho de nuevo.
- Bien, entonces ya está.
- ¿Cómo que ya está?
- Pues que ya está. No hace falta que hagas nada más por hoy.
- Está bien, me quedaré en mi despacho si no te importa.
- Como quieras.
- Por cierto Drake, ¿a qué hora vienen los clientes? - pregunté.
- No hay clientes Norah. No hoy. Simplemente no quería ir.
- Podrías llamar al menos. Como tu "secretaria" debería recordarte que hoy es el cumpleaños de Sarah. Cumple 8 años.
- A esa niña le da igual si la llamo o no. Para ella solo soy el "tío Drake que le hace muchos regalos". Nada más.
- ¿Y a su madre? ¿Crees que también le da igual?
Suspiró con resignación.
- Está bien Norah, puedes retirarte.

Sonreí y me dirigí a mi despacho. Estuve mirando la página web de la empresa donde trabajaba. Tenía el empleo más raro del mundo.
Finalmente me dirigí a la salida.
- Norah - dijo una voz detrás mío. Me giré y encontré a Drake. - He llamado a Sarah.
Sonreí.
- Juliette ha estado muy contenta
- añadió.
- Estoy segura de ello.

Salí de trabajar satisfecha. Quizás era el día en el que todos podíamos hacer un esfuerzo para complacer a nuestros seres queridos.
Ese día cocinaría risotto. El plato favorito de Brian. Lo había decidido.

Entré a casa feliz, tal como había salido y me encontré a Brian saliendo de la ducha con una toalla enroscada en el torso.
- ¿Qué haces aquí tan temprano?
- pregunté. Pero no hizo falta que me respondiera.


Solo un segundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora