Sábanas sucias, alma rota

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- ¿Quién... Quien es ella? - pregunté señalando a la mujer que yacía en mi cama desnuda con cara de asustada.
- Yo... Eso... Creo que mejor me voy - dijo la chica.
- Sí, creo que mejor - contesté sin culparla.

Brian restaba immóbil, paralizado, sin que ninguna palabra fluyera de su boca.

- Te he hecho una pregunta Brian - dije mientras la chica salía por la puerta abrochándose el cinturón.
- Am...Amber - dijo con la voz entrecortada.
- ¿Y qué hacía en mi cama? - pregunté en un tono irritado pero sorprendentemente calmado.
- Joder Norah, no hagas esto más difícil, ya sabes que hacía en la cama.
- Creo que aquí la única en condiciones de exigir algo soy yo. ¿Con cuantas Brian?
- Solo con ella, te lo juro - dijo poniéndose las manos en la cabeza.
- ¿Y cuantas veces?
- Solo dos, Norah, lo siento - dijo mientras se me acercaba.
- No, Brian. No lo sientes. Lo único que sientes es que te he descubierto. Porque si yo hubiera llegado a casa más tarde, y no hubiera conocido a tu preciosa amiguita, ¿cuántas veces habrían sido suficientes para que lo sintieras?
- Norah... Yo te quiero.
- Y tienes una forma de demostrármelo ejemplar. ¿Las tortitas eran porque te sentías culpable?
- Te he preparado el desayuno porque me apetecía, porque lo merecías.
- Y dime Brian, ¿también me merecía que me pusieras los cuernos en mi propia casa? Durante estos últimos meses me he estado esforzando por ver las cosas buenas que me aportas, por tratar de hacer renacer eso que nos mantenía unidos, esa llama que hace demasiado que estaba apagada.
Y tú te dedicas a entregar a otras ese amor que yo no recibo. Eh oye, pero me merecía un buen desayuno.
- No sé que decirte ...
- Vete.
- Norah por favor...
- Vete. Necesito pensar, a solas. Ya te llamaré.
- ¿Y a dónde quieres que vaya?
- Pregúntale a tu amiga a ver si te acoge.
- Yo te quiero...
- Yo... ya no.

El golpe de la puerta al cerrarse dolió. Dolió mucho. Como mil agujas clavándoseme en el corazón. Claro que aún le quería. Y le amaba. Y por eso dolió tanto.

Porque a pesar de que no había sido nuestra mejor época, pensarlo a él con otra me dolía en lo más profundo de mi ser.

Me dolía también haber sido una ilusa al pensar que él tenía alguna intención de arreglar las cosas entre ambos, haberme planteado, ni que fuera por unas horas, que él quería esforzarse. Por mi. Por nosotros.

También dolió saberme insuficiente, saberme no bastante mujer para ese hombre al que a pesar de todo seguía amando.

Finalmente dolió tomar esa decisión, que veía como la única posible en ese momento.

Por que, ¿qué sentido tenía seguir fingiendo? ¿Seguir actuando como si esa tarde nunca hubiera ocurrido, como si esos meses previos no hubieran sido una clara sentencia de un destino fatal?

Me senté en la cama aún sucia, aún oliendo a otra y enterré mi cara húmeda entre mis manos.

¿Realmente me merecía yo eso?

Tras medio superar la fase de auto-compasión  - que duró más de lo que jamás admitiría - me levanté devastada y cambié las sábanas que tanta repugnancia creaban dentro de mi.

Cogí el teléfono y con determinación aunque con la mano temblorosa llamé a Sally.

- Hola Norah - dijo ella - ¿todo bien?
- Po...podrías venir? - dije con la voz entrecortada.
- Claro... - contestó ella tiernamemte - pero dime, ¿qué ha pasado?
- Brian... - no pude decir más.
- En seguida vengo.

En menos de diez minutos mi mejor amiga se presentó en la puerta de mi casa.

- No puedo creerlo... No me imagino a Brian capaz de algo así.

Fue su sentencia tras oír mi narración.

- Yo... Yo tampoco me lo imaginaba.
- Lo siento mucho... - dijo disgustada.
- Yo también... - dije aún incrédula, como protagonista de una pesadilla de la que no podía despertar.

Estuvimos una hora o dos conversando, ella con su alegría consiguió sacarme de ese pozo de miseria en el que había entrado horas antes. Aunque solo fuera por un rato.
Me preparó la cena que a penas probé, y tras vaciar una botella de vino entre las dos me dijo que debía irse y que yo debía descansar.

Cuando me tumbé en la cama lo único que deseaba era quedarme durmiendo para no despertar nunca. Me sentía despreciada, humillada y sola.

Y con el pensamiento de que dejarlo con Brian conllevaría muchas consecuencias acabé rindiéndome ante las puertas de Morfeo.

Había sido un día muy largo.



Solo un segundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora