Kristel (1)

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A la Reina se la veía preocupada. Su inquietud aumentaba con cada noticia que recibía desde el norte. A pesar de que sus cortesanos y sirvientes hacían un esfuerzo por tenerla entretenida y a gusto, la creciente hostilidad de los pueblos aledaños al suyo, ensombrecían su semblante. En la sala del trono, los pajes se exponían solícitos, mientras la Gobernante recibía las visitas de rigor, tanto las informativas como las de solicitudes especiales.

Los Guardias Reales de turno, mostraban un cierto hastío ante la solapada presencia de cortesanos y enclenques súbditos, quienes iban buscando réditos quién sabe de qué tipo, por parte de la Soberana. Para aquellos encargados de la seguridad del palacio y de la Reina, todo aquello parecía un entuerto sin salida y soporífero en extremo, hasta que un soldado expedicionario, rezumando soledad y desierto, se apersonó en la estancia real.

—Se hace presente ante su majestad, el Capitán Silos, del cuerpo expedicionario del Mediterráneo —anunció un heraldo.

—Mi Reina, a tus pies —dijo, inclinándose sobre una de sus rodillas.

—¿Qué sucede soldado? —preguntó la Soberana.

—Hemos tenido un incidente en nuestros recorridos de rutina —comenzó el soldado, levantándose.

—¿Acaso no son ustedes lo suficientemente autónomos y eficientes como para tener que recurrir a mí con esto?

—Con todo respeto mi Señora, permítame explicarle el por qué de mi atrevimiento.

—¡Apúrese Capitán, que tengo a mucha gente esperando!

—Majestad, primeramente, estaba en una misión solitaria cuando esto ocurrió, hace unos días, en el extremo sur del puente que une nuestros caminos con los de Babel, sobre el río Angostura. Me he topado con el Fuerte del Alba, totalmente destruido y a sus encargados a salvo, pero con la angustia estallando en sus caras.

—¿Están realmente bien los soldados atacados?

—Asumo que sí, mi señora, al menos fue lo que me pareció al dejarlos para venir a veros. Levantaron un campamento cercano al puente pero en las afueras del Bosque del Amanecer.

—¿Requieren de los Constructores de la ciudad o de los Sanadores Místicos?

—En realidad, mi Reina, se necesita más que eso... porque el fuerte, según todos los testigos, fue atacado con piedras vivientes... si se me permite la expresión. La mayoría de los soldados huyeron, no lo suficientemente lejos como para no ver lo que ocurría. Las cuadrillas de alimentos fueron saqueadas y los pozos secados... otro indicio, si es que su Majestad me sigue con atención, de que estamos ante el uso indebido de la magia sobre una guarnición de la ciudad.

—¿Alguien vio a los atacantes?

—Eso es lo raro, mi Reina... un par de soldados dijeron haber visto una figura humana rodeada de arena, que movía sus manos como si estuviera danzando coplas de Alejandría, aunque no pudieron divisarle con claridad el rostro... no obstante aseguraron que tenía el cabello largo, suelto en derredor.

—¿Está diciéndome que la completa destrucción del Fuerte del Alba se debe a la acción de un solo mago?

—De una sola bruja, en realidad.

—¿Cómo está tan seguro?

—Porque los testigos se percataron de las formas femeninas de la figura y créame Majestad, estaban sudando de miedo cuando me lo contaban. Uno de ellos juraba que los ojos de la bruja brillaban como el fuego.

—¿Pero qué sentido tiene atacar un fuerte de vigilancia para robar alimentos y agua?

—Por eso recurrimos a usted, mi señora, que seguro sabrá con mayor acierto qué hacer en un caso como éste.

La Ciudad Roja (Canción de Muerte y Vida #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora