Prólogo

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Escupí. Ni así me dejó el sabor amargo. Había enviado a un chico a la horca. Solo a uno. No solo lo atrapé. Testifiqué en su contra. Fue como si lo escupiera por partida doble y con sangre. Los ineptos sacerdotes de mi orden me sugirieron que lo visite. Para no ser un idiota útil lo hice, no solo una, sino tres veces antes de que lo cuelguen al muchacho. No tenía tantas ganas de hacerlo pero ahí estaba yo, condescendiente y trivial.

El día de su ejecución fui. No tenía porque hacerlo. Esa fue mi última visita. Por ahora. En el más allá sé que me lo encontraré. Hasta en mis sueños y pesadillas, se cuela de vez en cuando. Siendo de carne y hueso lo visité tres veces antes de que la soga al cuello le partiera su vida y se la arrebatara. Lo atrapé y atestigüé en su contra. No me van a quitar eso de mis deudas. Con gusto, cuando muera, haya lo que haya después de esta vida, pagaré lo que tenga que pagar. Volví a escupir. Este caldo contra la gripe en forma de brebaje, es áspero y picante.

Vi como lo colgaban a aquel chico. Pocos deseos tuve de hacerlo. Eso seguro. Como su muerte, que tardó un poco. Violó y mató a una doncella de apenas 14 años. Las buenas lenguas hablaban de un crimen cometido por amor. El muy imbécil aseguraba que no había pasión alguna. Solo lujuria y orgullo herido. Qué imbécil. Tanto como los sacerdotes de mi orden que ahora siguen buscando nuevos preceptos que les faciliten la vida a costillas del oro de los feligreses, tan estúpidos como este imberbe que le dio la espalda a la vida. A mí no me vengan con canciones. Sudor, fiebre del deseo, vientre caliente, miembro duro sin saciar y jovenzuela inexperta, abandonada y dejada a su suerte. Se dio todo de buenas a primeras.

Una niña menos. Qué pena. Qué dolor. Qué despropósito. Un imbécil menos. Qué bien. Qué alivio. Qué certeza. Según el chico, salía a pasear muy a menudo con la víctima. A sus 20 años, sus sueños de ser caballero alguna vez, quedaron relegados por el llamado de una entrepierna femenina que cantaba sus primeros acordes. Solo que aquel joven me explicó como si yo fuera un niño, que tenía planeado matar a alguien desde que tuvo por conocimiento la diferencia entre el bien y el mal.

Me pidió que interceda por él, para que una vez libre, pueda matar de nuevo. Me aseguró que creía en ese concepto tan abstracto e innovador de los clérigos de las montañas, que trataba sobre la existencia de un infierno para las personas de mal corazón. Riendo, pareciendo tan feliz como los astros en la noche, dijo que estaba seguro que si a algún lugar iría al morir, ese lugar sería el Infierno.

Escupir porque se quiere escupir es antinatural. Raro. Me molesta hacerlo tantas veces. Este brebaje es una estafa. Me siento desorientado. La verdad es que no sé que pensar. El propio asesino me lo dijo. Toda esta cuestión del infierno y de sus ganas de matar por puro gusto. No estaba en mis planes conocer a alguien así, que se sintiera tan cómodo con la maldad. Me da vueltas a la cabeza la idea de que tal vez este chico no sea una anomalía. Tal vez este chico sea un nuevo tipo de criatura. Pero humano no puede ser. Quiero creer que no. De lo contrario, no me quedará más que creer que la raza empeora.

Aquel muchacho me llamaba "Maestre". No tengo dudas de que sabía con certeza sobre su linchamiento y sus consecuencias. Mostraba entender que tras el ahorcamiento, estaría en el infierno y se jactaba de ello. Bajo el monumento al fuego se levantó una tarima. Observé cómo se aglomeraban personas relacionadas, casuales y de peso. Una guardia de jinetes controlaba al vulgo que se dio cita en aquel improvisado escenario. Vi cuando le pasaban la soga por el cuello y se la ataban. En eso me encuentro pensando mientras escupo una vez más.

Se me hace que aquel muchacho era de trato fácil. No supe en ningún momento cuáles hubiesen sido las palabras idóneas para ser utilizadas ante un engendro como aquel, pero por presión de mis colegas ahí estaba yo, sin saber qué decirle, ni cómo actuar. Ojalá hubiese sido todo aquel entuerto tan fácil como juntar saliva y escupir.

La Ciudad Roja (Canción de Muerte y Vida #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora