Creta

363 36 21
                                    

Ya estaba pisando suelo firme, ¡al fin! Con los pies en la isla el mareo comenzó a evadirse arrastrado por la suave brisa marina, la cual me deleitó con su frescura bajo el veraniego sol abrasador que reinaba el cielo de un color azul claro e intenso. Agradecí enormemente dejar atrás aquel maldito barco que, a poco más, hubiera hecho de mi estómago una verdadera fuente de vertidos muy desagradables que, previamente, fueron mi desayuno. Hubiera sido muy humillante que sucediera tal cosa delante de aquel tumulto de pasajeros.

Al contrario que ellos, yo no me quedaría en esa ciudad portuaria, de haber tenido el tiempo y dinero suficiente lo habría gastado preferiblemente en la península. Además mi intención era quedarme en algún pequeño pueblo de la isla, donde pudiera disfrutar de la tranquilidad de la que no disponía en mi casa. Pretendía cambiar de vida, de ahí el viaje, deleitarme con la paz de un pequeño pueblo donde me valiera por mí misma y pudiera integrarme con agrado.

Conocía el lugar perfecto... "Conocía": no había estado allí nunca antes pero Google es muy útil.

Desde Chania, donde estaba en ese momento, podía coger un autobús que me llevara directamente a Paleokonos, por lo que no me demoré en ir a la estación y comprar el billete.

Juro y perjuro por todos los dioses del Olimpo que no vuelvo a pisar un medio de transporte de largas distancias en mi vida por voluntad propia... Especificar tanto le ha quitado la emoción pero eso da igual, lo que quiero es una cama y la quiero ¡ya!

Me quedé en el primer motel con el que me topé. Se veía como una casa más, a diferencia de su mayor tamaño y el gran jardín trasero al que, en mi humilde opinión, le faltaba un piscina; claro que con el mar en frente no iba a quejarme. Total, que entré allí y la recepción estaba desolada, y eso que era temporada alta. Entonces tuve un flechazo de la forma más inesperada: junto a la pared que quedaba a mi izquierda, justo al lado de la puerta de entrada, el amor de mi vida de aquel momento me estaba llamando; la verdad es que no comprendo cómo es que no lo había visto antes, así que acudí y sin más preámbulos me tumbé en el sofá.

No sé de qué manera llegué a la situación de notar en mi hombro una mano. Me asusté y más cuando todo lo que veía era negrura, por lo que rápidamente abrí los ojos sobresaltada.

- Lo siento, no te quería asustar –me tranquilizó el hombre cuya mano seguía en mi hombro, a la que miré y al fin quitó.

Al principio no le entendí porque me habló en inglés, ya después de que mi mente procesara sus palabras le contesté con un movimiento de cabeza.

- Tenemos habitaciones libres –me informó.

Eso me hizo suponer que era el encargado de aquel motel, para ser sincera me pareció demasiado joven para serlo pero, ¿quién sabe? Cosas más raras se ven. Además no estaba en el ánimo de cuestionar nada, lo único que rondaba por mi mente y lo que mi cuerpo pedía era dormir.

- Si no puedo quedarme en el sofá entonces sí pediré una habitación –contesté atrevida, por culpa de sueño que me impide controlar lo que digo.

- Ven por aquí –se irguió y me indicó que le siguiera.

Una vez me levanté, pude apreciar la enormidad de su figura por lo alto y fortachón, más en comparación a mi estatura que no llegaba al metro setenta por algún centímetro. Cuando pasamos de largo la recepción, sentí gran confusión puesto que creí, en principio, que me haría firmar y pagar una habitación; como en todo hostal que se precie. Sin embargo, lo que hizo el moreno fue llevarme a la zona de las habitaciones, a las que se accedía desde el amplio y bien iluminado pasillo, de colores beige y azul turquesa, en el que nos encontrábamos. Vi todas las habitaciones de pasada, bastante hippies a mi parecer por los adornos y colores. Intuí que ya estarían ocupadas y me llevaría a la que se encontraba libre. Parece ser que así fue ya que nos detuvimos en la penúltima habitación, a la derecha.

- Esta será tu habitación, échale un vistazo y pasa después a recepción –dijo antes de dejarme a solas.

Cerré la puerta, tiré la mochila al suelo y me desplomé sobre la cama. Cuando desperté por mi estómago hambriento, de nuevo, todo estaba más oscuro. Rápidamente fui a recepción. Esperaba encontrarme con el chico y en su lugar allí estaba una mujer madura, rubia, que de joven seguro fue una rompecorazones y probablemente lo seguiría siendo. Era muy guapa y parecía tener carácter. Tenía cara de jefa.

- Pe-perdón.

- ¡Hola! -me saludó con una sonrisa simpática- ¿eres la chica de antes verdad?

- Sí, creo que sí.

- Habitación ocho, firma aquí -señaló la hoja de un libro con más firmas supongo que para llevar el registro- ¿Cuánto te vas a quedar? ¿Efectivo o tarjeta?

- Pues... no lo sé, ¿podría pagar cada semana en efectivo? -pregunté después de firmar.

- Por supuesto, cielo, pero si no te importa darme un adelanto son cuarenta euros más otros treinta ya al final de la semana.

- Sí, aquí los tengo -pagué los cuarenta euros con agrado, la verdad es que por diez euros al día no iba a quejarme.

Ella aceptó el dinero y tramitó algunos papeles antes de salir de recepción.

- Por si no te lo ha dicho mi hiijo, aquí tienes los horarios de las comidas, son todo menús del día, y a las doce se limpian las habitaciones. Disfruta de Paleokonos -me deseó.

Por lo que vi se cenaba a las diez, me pareció tarde pero como aún era verano el sol desaparecía más tarde aunque eran casi las nueve y ya se notaba la cercanía del ocaso.

Por ese día, ya que no conocía el pueblo, decidí cenar el en hostal pero la hora que quedaba la  quería utilizar para dar una vuelta y ver Paleokonos.

Me dejé llevar por la brisa y acabé paseando por la playa, aunque me quedé por una esquina solitaria, en frente un poco lejos parecía haber un trío dándose el lote. Menudo Don Juan, cumpliendo el sueño de muchos hombres. En cierto modo era cómico, era como si ellas estuvieran bajo un hechizo pero con la silueta que atinaba a ver de él era obvio que su físico era parte de la magia.

Mojé mis pies desnudos en la templada agua marina, sumiéndome de nuevo en mi imaginación. Cuando consideré que ya era la hora de regresar, di media vuelta y desanduve mis pasos, sin prisa, disfrutando de la agradable temperatura de la noche.

Cené pizza de jamón y queso, nada griego, lo sé, pero ya tendría tiempo para el típico cordero y demás comidas típicas. Seguía muy cansada por lo que no me demoré en ir a la habitación a dormir, claro que lo que menos esperaba fue encontrarme con una puerta cerrada que dejaba escapar ruidos, digamos... de pasión. Algo me hizo recordar al Don Juan de la playa y las dos supermodelos. Por mi parte me fui riéndome a la cama, agradeciendo a los dioses que las dos habitaciones estuvieran separadas por toda la longitud del pasillo y otras tantas estancias más en situadas en medio.

Primer día y primera noche de incontables más. ¡A dormir!

Finding. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora