Colibrí

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El intenso dolor de cabeza que taladraba mi cerebro, fue el peor despertador de todos los que me habían arrancado del maravilloso mundo de los sueños. Además, la intensa luz del sol atravesando la ventana, aumentó la molestia resacosa que me dejó el vino de anoche, como consecuencia de mis malas decisiones... Decisiones que irrumpieron desmesuradamente en mi cerebro y sobre mi piel. Me refugié en las sabanas para protegerme, como si de una niña pequeña se tratara, asustada de los monstruos nocturnos; sin embargo, yo lo hacía de mis recientes recuerdos y de mi propio monstruo llamado Chris.

Si antes pienso en él...

- ¿Estás viva? –preguntó mientras tocaba la puerta, bombardeando mi cráneo.

- ¡No!

Escuché los leves crujidos que se escapaban de la madera cada vez que se abría la puerta, y otros provenientes de mis muelas rechinando.

- ¿Qué parte de "¡No!" no has entendido? –espeté.

- Qué mal despertar mañanero...

- Tú eres el mal mañanero, y vete de aquí ahora mismo... -le amenacé.

- O si no, ¿qué? –me retó.

- Te quedarás sin eso tan pequeño que tienes entre las piernas –aseguré.

- Genial –se acercó más, aunque no sé dónde estaba puesto que la sábana me lo impedía, por suerte para mí- pero necesito una ayudita...

- ¡Fuera! –grité con toda la rabia, interrumpiéndole.

Al parecer funcionó porque lo único que escuché fue la puerta cerrándose de nuevo. Medio minuto después me destapé, comprobando que efectivamente se había ido.

¿Cómo iba a salir siquiera del colchón después del ilógico arrebato que me provocó el alcohol? Sobre todo si el americano iba a restregármelo o, peor aún, podría querer repetirlo. Encima perdí toda mi credibilidad, y eso sí era una verdadera metedura de pata. Además no me fiaba ni un pelo de sus intenciones, ya se había pasado de la raya metiéndose en mi habitación.

- Vamos Carolina, con todos los momentos patéticos y de los que arrepentirte que has tenido, no desistas por uno más. Y mucho menos aquí, que para algo has venido... -me animé a mí misma- además sienta demasiado bien patearle el culo al pichafloja como para tirar la toalla por un desliz de nada...

Tenía razón, la satisfacción que recibía por cada zasca que le daba a pichafloja era mucho mayor que mi arrepentimiento. Por eso dejé mi mente en blanco y me aseé debidamente, recuperando mis energías gracias a la ducha. Me detuve ante el armario abierto, considerando qué hacer antes de elegir vestimenta. Opté por mi pijama de dálmatas, ya que íbamos a estar sólo nosotros dos, e incluso yo sola si el otro decidía irse a desfogar su hombría con alguna presa desamparada, como señal de "me importas un comino, que te quede claro". Y si me veía infantil, sería toda una ventaja.

 Y si me veía infantil, sería toda una ventaja

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