El tren

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El agotamiento hacía mella en mi, aumentado por mi estómago lleno que pedía reposo para la digestión y el suave traqueteo del tren que me resultaba tan relajante como a un bebé ser acunado en los brazos de su madre. Me pesaban los ojos, no tenia ganas de moverme en absoluto y gracias a que la respiración es automática porque en caso contrario tampoco tendría fuerzas de ello. 

Así es como me quedé dormida, desconozco por cuanto tiempo, sin embargo el sueño fue enormemente reparador. Cuando abrí de nuevo los ojos me sentí un tanto desorientada, olvidé que estaba en un tren en Grecia, pero esa sensación duró poco. 

- ¡Woah! -exclamé sorprendida, me asustó encontrar de nuevo a Zeus en el asiento de la otra vez hace... ¿Cuánto tiempo se supone que había pasado?

- No te asustes -me tranquilizó.

Yo sólo podía mantener los ojos abiertos como platos, aún no había regresado por completo del mundo onírico de Morfeo pero él prosiguió.

- He pasado por aquí oportunamente cuando el señor de antes pretendía... despertarte -explicó.

El escalofrío que me produjo el recuerdo de aquel viejo e imaginar que se había vuelto a acercar a mí me despejó por completo.

- Gracias... -bostecé, tapando mi boca por educación.

- ¿Aburrida? Estos viajes son muy largos... Yo siempre pienso en las historias, los mitos de los dioses... Un tema aburrido también -insinuó.

- Me entusiasma la mitología -contesté sonriente- no es aburrido para nada... ¿Podría contarme alguno? Si usted quiere.

No conocía todos dado que hay muchísimos pero supuse que le haría ilusión narrarme alguno y además tenía el convencimiento de que sería muy interesante escucharle. El pareció percatarse del por qué de mi petición pero se mostró agradecido y contento por ello.

- En ese caso estoy seguro de que sabes la razón por la cual Atenas recibe ese nombre... -comenzó- La ciudad recién fundada no tenía nombre, se decidió que según el dios que la protegiera los ciudadanos honrarían a la divinidad otorgando su nombre a la polis. El primero en llegar fue Poseidón, quién clavó su tridente en el suelo, hizo de esa manera que del mismo surgiera una fuente de agua salada. Tras él llegó Atenea, regalando el primer olivo que resultó ser el alimento de los cuidadanos. Sin embargo fue Atenea la elegida ya que según su rey fue ella la primera, al plantar el olivo. Por su lado Poseidón, furioso por tal injusticia a su parecer, indundó la polis.

Como bien sabes final mente esto quedó así ya que es Atenas el nombre de la cuidad.

Sin embargo hay otras versiones. Una narra que se decidió por votación de los ciudadanos: todas las mujeres votaron a Atenea y todos los hombres votaron a Poseidón. Un solo voto marcó la diferencia por la cual, finalmente, Atenea venció. En esta ocasión coincide la represalia del dios griego, que inundó Atenas.

Por poco aplaudo, su voz tan profunda y hermosa embelleció el mito, ojalá existieran más actores de doblaje y locutores de radio con una voz así, es más, ojalá él lo fuera porque me declararía su admiradora.

- También hay otra versión sobre el regalo de Poseidón, si mal no recuerdo... creo que era un caballo, pero sigue siendo la misma historia -contesté hechizada aún por su don narrativo.

Charlamos por horas que a mi me parecieron minutos intercambiando conocimientos, sobretodo recibiéndolos por mi parte. Supe que trabajó como carpintero y más tarde como profesor tras casarse con Alicia, su mujer, de la cual sólo hablaba maravillas.

Nuestra conversación terminó cuando, al bajar, él tomo un camino y yo puse rumbo al puerto.

Una vez en el barco caí en la cuenta de que no llegó a decirme su nombre en ningún momento, eso me causó mucha risa, podría ser que sí fuera Zeus... Claro que no, qué tontería. Primero desaparece sin más y después reaparece de la nada, no conozco su nombre y me cuenta su vida, estaba claro que era un hombre muy peculiar pero no era ningún dios , no era Zeus. Estaba completamente convencida.

La necesidad de tomar el aire para contrarrestar mis nacientes ganas de "echarlo todo por la borda" por así llamar al malestar de mi estómago, me condujeron a quedarme fuera, observando las olas, el mar, el horizonte. Mi imaginación comenzó a volar, creándome delirios e ilusiones que me hacían ver al mismísimo Poseidón sobre las olas en su carruaje, con su tridente de la mano. Vaya que si me estaba afectando el viaje y los mareos, más que ir a Creta debería haberme dirigido a un psiquiátrico.

Así y todo aguanté, con mucho malestar y ganas de pisar la tierra pero aguanté el eterno viaje en ese maldito navío del infierno...



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