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Abotargada, pero feliz. Un bocado más habría echado a perder el bienestar de mi estómago, hacía demasiado que no comía tan bien y pasaría bastante tiempo hasta que tuviera hambre de nuevo. Acaricié mi abultado estómago, el cual contenía lo que había sido un deliciosísimo plato de yemistá y pastitsio. El primero consistía en un sencillo tomate asado relleno de arroz y carne picada y el segundo, poco arriesgado y muy italiano para mi gusto pero igualmente riquísimo, era un plato muy similar a la lasaña: base de macarrones gruesos, carne picada por encima y todo cubierto por la bechamel de mis amores.
Para mi, la frase menos es más era cierta por completo, sobretodo en lo referido a las recetas. Obviamente mi favorita era la mezcla de harina, leche, mantequilla y una pizca de sal (bechamel). Tanto me gusta que si dependiera de mi, prepararía toda una bandeja de lasaña pero sin el tomate, ni la carne, ni las láminas de pasta, sólo exquisita bechamel. Y hasta aquí pensar sobre ese manjar porque ya tengo el estómago a reventar y aun así se me hace la boca agua.

Para reposar no se me ocurre mejor sitio que mi, ahora, esquina en la playa. Además era el único sitio libre ya que el resto estaba ocupado por unos cuantos turistas ansiosos por recibir los rayos solares que broncearían su piel aunque, en realidad, la dejaban de un "rojizo cangrejil", o lo que viene a ser lo mismo, quedaban rojos como cangrejos. Me recosté sobre el pareo que acababa de adquirir poco antes de pisar la arena para, precisamente, evitarla. Hay pocas cosas que me sorprendan tanto como encontrarme arena cinco días después de haber regresado de la playa, y bien duchada. Tuve una temporada en la que creía que era como la antorcha humana, solo que en lugar de fuego mi cuerpo era de arena.

Las rocas de mi derecha, pertenecientes a un pequeño acantilado, me privaban del abrasador sol de las cinco de la tarde, aun así estaba más acalorada que cuando me tocó preparar la comida por la mañana. Claro que los humos que eché fueron todos gracias al pichafloja, a quien tuve la mala suerte de recordar. Sin embargo, mi problema era el calor mezclado con el
pesado proceso de digestión que tenía que aguantar. Encontré dos soluciones: echarme una breve siesta para aliviar la pesadez o darme un breve baño; sin embargo existían inconvenientes, en el primer caso no podría dormir debido al calor y en el segundo corría el riesgo de sufrir un corte de digestión o, peor aún, toparme con alguna malvada criatura marina. Por esas incertidumbres, me tomó un buen rato llegar a la solución perfecta: mojar mis extremidades desde la orilla y regresar al pareo para dormir.

Tan feliz era yo siendo raptada por Morfeo, y con mi temperatura ya regulada, que algo malo tenía que suceder.

Varias saladas gotas de agua se precipitaron contra mi cuerpo, rostro incluido, así que abrí los ojos para contemplar la peor situación en la que podría estar en ese momento.

- ¡¿Pero a ti que te pasa?! ¿Eres tonto o te entrenas?

- Ey, relaja -contesto con calma y una irritante media sonrisa.

- ¡No me relajo cuando tienes media playa por la que ir y pasas justo por aquí para mojarme entera! -continúe con la voz alzada, sin importarme quién me mirase porque acababa de perder los estribos por el maldito pichafloja.

¿A cuento de qué tenía que mojarme, invadir mi espacio personal y encima en bañador, fardando de músculos hinchados?

- Qué poco necesito para que estés mojada... -insinuó

- Me das asco -murmuré.

- ¡Eh! Que yo estoy muy limpio y olvidas que trabajas para mi.

- ¿Perdona? Te recuerdo que es un favor -remarqué, recibiendo una carcajada de él.

- Gracias -sonrió- como es un favor... Así que el descuento en la estancia no será necesario.

El maldito me acababa de pillar, pero no pensaba consentirlo.

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