Reparaciones

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Despegué mis párpados. La luz artificial atravesó mis pupilas con frialdad. Requerí de unos segundos para enfocar la vista y percatarme de que ya no estaba en el hostal. Desde luego no era tampoco la consulta del médico, por dónde ya había pasado anteriormente, aunque bien podría ser otro habitáculo del mismo lugar. Sin embargo, no tenía mayor interés en saberlo.

En ese momento, solamente tenía ganas de permanecer tumbada y continuar descansando, manteniendo la mayor sensación de relajación que nunca recordé haber vivido. Era como si me hubieran dado un masaje, estuviera en una sauna, hubiera comido mi plato favorito, estuviera dormida y me dieran mimos, todo al mismo tiempo y sin agobios. Así que, ya que ningún impedimento me frenaba a cumplir mis deseos, no moví ni el dedo meñique del pie.

Poco después, se acercó una chica joven, supuse que de mi edad, año más año menos. Era rubia, alta, muy guapa y delgada. Reconocí que tenía envidia de su buen aspecto, sintiéndome inmediatamente cohibida en cuanto me di cuenta de lo espantosa que debía estar. Ella amplió su profesional sonrisa, también dijo algo mirándome, pero no entendí ni una palabra. Como era una desconocida, a falta de confianza, la que supuse era una enfermera, captó mi vigilancia.

Decidí fijarme en qué estaba haciendo. Lo que vi provocó que la paz que reinaba mi cuerpo y mente, comenzará a disiparse. Cuando terminó de quitarme la escayola, limpió mi brazo, que mantuvo cierto rubor y una zona más morada en la articulación que unía mano y antebrazo. Seguidamente me puso una venda más fina, sin dejar de ser prieta, con lo que recuperé bastante la movilidad de la que me arrepentí probar. Un doloroso chasquido en la muñeca sacó de mi garganta su correspondiente quejido. La enfermera me tranquilizó, acabó su tarea y se retiró del lugar.

Lo que quiera que antes me hubiera sedado, había desaparecido de mi organismo prácticamente al completo. Entonces, como aquel que tiene una pesadilla y despierta cogiendo aire, despabilé embadurnada en sudor frío, pero por otra razón. Salí de la cama, me deshice de las vías que me conectaban con lo que tenía pinta de ser suero, haciéndome algo de daño, y me levanté hasta llegar a la puerta. Estaba descalza y portando un camisón fino muy típico de cualquier clínica, que me revelaron la frescura del lugar. Visualicé una bata al volver mi observación en busca de algo de abrigo. De nuevo, caminé con decisión hasta llegar al pasillo en el que me desorienté.

El corredor lucía amplio y levemente sombrío, a causa de la nocturnidad y porque los alógenos serían de pocos vatios. Los colores grisáceos de las paredes eran deprimentes, ni siquiera el suelo azul era lo suficientemente colorido como para aportar alegría. Su gran largura, llena de puertas y sus respectivas habitaciones, era transitada por bastantes personas. Fue sencillo distinguir a quienes pertenecían al personal médico y a los que eran pacientes.

Elegí encaminarme hacia la derecha, a paso veloz, observando fugazmente a los ocupantes de cada habitación

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Elegí encaminarme hacia la derecha, a paso veloz, observando fugazmente a los ocupantes de cada habitación. Cuantas más puertas pasaba de largo, más comenzaba a correr; hasta que me detuve precipitadamente, cuando el rabillo del ojo atisbó lo que estaba buscando. Con toda la torpeza, al intentar detenerme de golpe, choqué vergonzosamente contra el marco de la puerta. Por fortuna, no fue doloroso.
Agaché la cabeza para evitar las miradas de los posibles testigos que seguramente tendría. Una vez dentro, cerré la puerta a mis espaldas y lo demás perdió su trascendencia.

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