Interminable

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Me desperté sin ganas

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Me desperté sin ganas. Aún era muy de noche, pero tenía tanto calor que ya no pude seguir durmiendo. Me deshice de la fina sábana del inapreciable color verde pastel, por la oscuridad nocturna vacía de luces artificiales, culpable de mi bochorno y, con prisa, fui al baño. Además de hacer lo propio, me refresqué la cara y el cuello, quedándome más relajada, con el ritmo del hilo de agua que se perdía por el desagüe, lo cual creaba un pacífico sonido. En ese instante, me percaté de que no recordaba haberme acostado. De hecho, lo último que recordaba era...

Salí del baño con el mayor de mis sigilos, tras cerrar el grifo. Caminé de vuelta hasta que mi falta de visión nocturna fue irrelevante, cuando finalmente pude ver lo que buscaba y no quería encontrar. El señor pichafloja se encontraba despatarrado en el lado izquierdo de mi cama, durmiendo a pierna suelta, casi literalmente, pues del colchón colgaba la mitad de su pierna.

Mi objetivo consistía en asegurarme de no haber cometido una locura, porque tener puesta su camiseta y nada más, me daba muy mala espina. Por eso activé mis inexistentes dones de ninja, dispuesta a mirar bajo la tela que escondía su cuerpo pero que, al mismo tiempo, resaltaba bultos insospechados.
Preparada, ese era el antónimo al calificativo que hubiera usado para indicar mi estado, ante toparme con su desnudez de ahí abajo.

Avancé el par de pasos que aún me distanciaban del cuerpo del delito, de puntillas, sin quitarle un ojo de encima y vigilando su acompasada respiración, deteniendome en el mejor punto donde podría llevar a cabo mi plan.

Entonces me preparé mentalmente para no pensar, debía ser directa, claro que antes me halagué con toda la ironía del mundo. Pellizqué el borde de la sábana, destapándole muy despacio, aún controlando el movimiento de sus pulmones, pero no el de los míos. Al fin, logré ver bajo su ombligo, a puntito de saber la verdad, con el corazón desbocado golpeando fuertemente mis costillas, cuando sentí una presión en el brazo que me provocó tal espasmo, que terminé precipitandome de culo contra el suelo.

- ¡TE MATO, TE JURO QUE TE MATO! -grité- ¡Por todos los dioses, Chris, casi me da un infarto!

Me faltaba el aire y me sobraba el dolor en el trasero, lo cual me hacía parecer un animal sufriendo en necesidad de ser sacrificado, para terminar con su agonía.
El se levantó, en intención de recogerme del suelo, desvelando el gran misterio que finalmente me había inducido a la vergüenza, dolor y enfado por frustración.
Rechacé su ofrecimiento, me levanté por mi cuenta y me enfrenté a él de brazos cruzados, mirándole a la cara tan sólo alzando mis ojos y permitiéndole adivinar mi estado emocional a través de mi expresión facial. Él posó sus manos sobre mis hombros, dedicándome una de sus más tiernas miradas.

- Carol, no pasó nada entre nosotros, tranquila -aseguró, envolviendome en sus brazos-. No te enfades... -me pidió en voz baja y suave, con sus labios muy cercanos a mi oreja.

- Está bien... -accedí, dando un par de palmaditas en su espalda para que me liberase, con resultado.

- Además, seguirías notando ahí abajo que estuve de paso, soy un gran invitado -enfatizó, recuperando esa expresión suya tan poco apta para menores.

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