2. Pequeña broma.

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Un nuevo día escolar, a decir verdad no había sido tan malo el anterior, no tanto. Repetí mi rutina de todas las mañanas. Bajé a desayunar donde nuevamente se encontraban mis padres conversando.

—Buenos días —saludé.

—Buenos días  —respondieron al unísono.

—¿Deseas que te vaya a dejar hoy? —preguntó mi padre. 

—Claro, si puedes.

—Termina tu desayuno y nos vamos —se levantó.

Terminé de comer la deliciosa comida que había preparado mi madre y como siempre me lavé los dientes antes de partir. Me despedí y salí junto a mi padre. El viaje no duró más de cinco minutos. 

—Gracias por traerme, nos vemos en la noche.

Caminé por los grandes pasillos de la institución y me encontré con Kelvin cerca de mi casillero, genial, ahora sabe donde guardo mis cosas. Peor, ¡sabe dónde vivo! ¿Y si me mata en la madrugada? ¿O si le dan ganas de abusar de alguien y entra por mi ventana? Dios mío Tess, eres una dramática.

—¡Tess! —escuché de lejos a Liz. 

—¡Liz! —sonreí. Verdaderamente estaba agradecida por su repentina aparición. 

—¿Por qué no me acompañas a mi casillero? —preguntó con su típica sonrisa.

—Claro, primero acompáñame al mío que está más cerca.

Caminamos hasta donde estaba Kelvin, con una sonrisa maliciosa y una mirada intensa, parecía un maniático. 

—Oh... —susurró Liz al ver al chico acostado justo donde debía de guardar mis cosas.

—Liz, ¿le tienes miedo acaso?

—Para ser sincera, sí.

—Déjalo, yo no —avancé y me coloqué frente a él—. ¿Me harías el favor de quitarte para que yo pueda guardar mis cosas?

—¿Debería hacerlo? —levantó una ceja. 

—Por supuesto que deberías, y lo harás.

—¿Sólo porque dijiste «por favor»? 

—No, porque necesito guardar mis cosas, ¿tan difícil de entender es? —respondí obvia.

—Si yo quiero estar aquí definitivamente no me voy a quitar. 

—Tess, vamos —interrumpió mi amiga. 

—Liz, ¿por qué debería hacer lo que él quiera, para que se sienta poderoso? —me crucé de brazos. La chica se veía verdaderamente asustada. ¿Qué es lo que tanto les asusta de este idiota?

—Hazle caso a tu amiga —rió. 

—¡He dicho que te quites! —intenté empujarlo, lo que fue completamente inútil. 

—Cuando puedas moverme claro —se burló—, es más, ni así.

—Eres despreciable —me acerqué más—. Si crees que te tendré miedo como todos lo hacen aquí te estás equivocando, te estás equivocando mucho. 

—Lo tendrás —me fulminó con la mirada.

—Seguro —dije cínica—. Ahora quítate. 

Fingió correrse y en el momento en el que iba a avanzar hacia mi casillero me empujó y se volvió a colocar de la misma forma que antes. 

—Caíste —se cruzó de brazos—. Eres una pequeña estúpida.

—Tú un gran estúpido. 

—Inmadura. 

Perfectamente distintos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora