11. Tarde.

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Entró rápidamente sin siquiera dejarme hablar. Funcí el ceño y caminé hacia el sofá, que era donde me encontraba anteriormente y ahora también estaba sentado sobre él Kelvin.

—Que amable, gracias por invitarme a pasar —dijo con una sonrisa sarcástica—. No tenías que molestarte.

—Sí, no debí molestarme —me crucé de brazos.

—Pero bueno, era descortés no aceptar la invitación. Pero te advierto que no podré quedarme esta noche —señaló.

—¿Qué rayos te pasa? ¿Acaso estás loco?

—Ew, ¿así eres siempre con tus invitados? —se mostró ofendido.

—Tú no eres mi invitado —arrugué la frente.

—No conseguirás amigos si continúas con esa fea actitud. Por dicha soy muy comprensivo y sé que tienes problemas —dijo haciendo un puchero—. No estás sola, ¡podremos encontrar la solución a tus problemas de ira! 

Me puse roja como un tomate, pero no de pena, sino de enojo. Cerré mis puños fuertemente y comencé a apretar mi mandíbula. Llegué a creer que los problemas de ira eran ciertos a como me sentía de molesta en este momento.

—Si no te callas justo ahora de verdad tendré problemas de ira, y descargaré esa ira sobre ti.

—¿Cómo la piensas descargar? —sonrió perversamente.

—Con tu pequeño amigo —mostré mi puño.

—¿Tan necesitada te sientes? —levantó las cejas fingiendo sorpresa.

—¿Tan idiota estás que eso es lo único que pasa por tu mente?

Debía calmarme, si continuaba con esta rabia me iba a explotar el cerebro o quedaría para siempre con la cara deforme que hacía cada vez que me molestaba. Aunque podía ser peor aún, podía terminar convirtiéndome en asesina y bueno, no quiero estar en prisión por culpa del tarado. Sí, debía relajarme y no pensar tanta estupidez.

—¿Qué piensas? —preguntó al verme con cara de frustración.

—Pensaba cuál sería la primera tortura que te haría —puse un dedo sobre mi barbilla—. Y luego qué cuchillo te clavaría de todos los que hay en mi cocina.

—Que siniestro —rió.

—¿Qué es lo que quieres? —interrogué.

Comenzaba a sentir mi vista borrosa. Mi cabeza parecía dar vueltas y el dolor que comenzaba a sentir era cada vez un poco más molesto. Kelvin lo notó y me preguntó si me encontraba bien. Asentí dudosa e intenté recuperarme del mareo que estaba sintiendo.

—Podríamos ver alguna película —miró el televisor. Me levanté del sofá y saqué una buena cantidad de películas. Le di el privilegio de escoger una. Puso la película y comenzamos a verla. Hacía un frío bastante fuerte y me estaba comenzando a afectar.

—Iré por algo para cubrirme —asintió sin mirarme. Al volver me senté a su lado y coloqué sobre mi cuerpo la manta color lila que había traído de mi habitación. El la miró y trató de taparse con ella también pero se la arrebaté. Luego de unos minutos me dio un pequeño remordimiento de conciencia y le cedí una parte de mi caliente manta.

Comencé a sentir de nuevo el mareo de antes, pero ahora con más intensidad. Kelvin me miró confundido y preguntó varias veces qué era lo que tenía. Sentí unas grandes ganas de vomitar y salí disparada hacia el baño.

Dios, no, por favor no.

Y sí, me encontraba vomitando justo ahora, genial. ¿Qué rayos me ha pasado?  Escuché tocar la puerta del baño, no pude responder muy claramente, pero se logró escuchar un «espérate» de mi parte.

Perfectamente distintos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora