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Silencio.

Sólo había silencio. Los pasos se habían detenido en frente de la puerta. Temblaba, no podía soportarlo. El miedo de ser descubierta y ser castigada era más fuerte que yo.

Abrí los ojos, el niño seguí ahí. Me fijé más en él, su cuerpo estaba lastimado. Podía ver sus extremidades con golpes, marcas de cigarros y perforaciones. Definitivamente, tenía razones para llorar.

-¿Hay alguien ahí?- Se escuchó la voz de una joven.

Tuve deseos de gritar, llorar y pedirle ayuda. Sin embargo, muchas cosas en aquel desdichado lugar me enseñaron que no debía confiar en nadie. Absolutamente, nadie.

Más silencio.

Alcancé a oír que aquellas pisadas se alejaban, no iba a arriesgar mis ansías de libertad por un ligero error. Esperé unos minutos, por si acaso ella volvía.

Me levanté del suelo y traté de evitar al niño que se encontraba en una esquina del cuarto. Investigué un poco el lugar, al parecer era un almacén. De pronto mi pie tropezó con algo.

Una caja.

No cualquier caja, tenía mi nombre. Ágatha, rezaba dicha urna.

Tenía una nota, por cierto, difícil de leer. Mi curiosidad pudo más y decidí revisarla, encontré muchos frascos con pastillas. Sólo habían dos colores, blancas y rosa. Me llevé un frasco de cada color.

Planeaba irme del almacén, pero mi vista se topó con el niño. Podía ver como sufría y, en cierta forma, eso me ponía algo triste. Me acerqué a él.

-Tranquilo...-musité tratando de serenarlo.

Seguía retorciéndose de dolor sin emitir sonido alguno. Entonces me separé un poco del niño. Tal vez yo lo estaba asustando. Me dirigí a la puerta del cuarto.

Cerrada, rayos.

Pero... ¿Qué haré ahora? ¿Por qué la puerta está cerrada? ¿Cómo saldré ahora? ¡Luna! ¡¿Dónde estás?!

Me asusté de nuevo, por la desesperación del momento. Saqué uno de los frascos que tenía guardados, tomé el blanco.

Son medicamentos, ¿no? ¿Acaso no son utilizados para calmar a los paciente cuando entran en crisis?

Lo que sucedió me dejó impactada.

El mundo cambió, las sombras se esfumaron como el humo. Dejándome sola en el almacén. El lugar parecía hasta un poco más agradable ¿son estos los efectos de las pastillas?

Me recargué sobre la pared... si el mundo ha cambiado, ¿es probable que la puerta también?

Cerrada, no otra vez.

Volví a vagar por el lugar, todo seguía igual. A diferencia de que encontré algo en vez de un niño sollozante.

Era el conducto de ventilación.

Me alegre y esto se mostró en mi rostro, iluminándola con una sonrisa. Me las ingenié para abrir dicho conducto. Una vez abierto, entré gateando. Ningún adulto podía ingresar ahí, sólo una niña tan delgada como yo podría hacerlo.

Mientras gateaba cuidadosamente por el conducto ideaba un plan, tenía que encontrar la puerta que estaba abajo. Me debía salir del conducto en cualquier momento, pero en un lugar seguro. Pronto, a través de una rejilla, vi un cuarto vacío.

Abrí aquella rejilla, necesitarán algo más que eso para detenerme.Y surgí del conducto de ventilación, me sentí aliviada.

Mi calma no duraría mucho.

-¿Quién eres tú?-escuché una femenina voz que venía de la esquina de la oscura habitación.

Mi interior tembló, ¿y si era una enfermera? ¿o al chica del almacén? Si era así, ya me habían descubierto. Me volteé. No creía lo que veía.

¿Eran dos personas o sólo una?

Frente a mis ojos estaban acostada una niña con dos cabezas. Pude ver que se encontraban en un estado deplorable, ¿qué demonios les hicieron a ellas?

-Responde...-dijo débilmente una de las niñas.

-Yo...Á-Ágatha... -mi temblorosa voz resonó en la tenebrosa habitación.

-¿Sabes? No siempre éramos así...

-¿Qué les hicieron? ¿Quién lo hizo?

Silencio, una vez más.

Mis piernas temblaron y mi estómago se revolvía. Necesitaba respuestas. ¡La niña de las muñecas ensangrentadas! Ella venía de aquí, ¿a ella también la habrían sometido a torturas como éstas?

-Ya no importa el quién lo hizo ni el qué nos hicieron...-rompió el silencio la otra niña.

Me dediqué a obsevarlas, era algo difícil. La habitación era muy oscura, no había ninguna ventana. Una de las niñas tenía el cabello lacio y la otra el cabello ondulado.

-¿Cómo se llaman?-interrogué mientras las analizaba.

-Tampoco importa eso...

-Ustedes saben el mío, creo que merezco saber el de ustedes.-refuté algo más calmada.

-Vamos a morir, ¿qué tiene de provechoso saber el nombre de un muerto?-tiene toda razón, yo he olvidado hasta a mis padres. Sólo me mantengo de vagos y borrosos recuerdos que me atormentan.

Me quedé callada, ellas también. Supuse que no querrían que las siguiera molestando, después de todo era una intrusa en su cuarto. Abrí la puerta y escuché en un susurro suyo.

-Buena suerte, Ágatha.


La suerte no existe.


Mi amiga la Luna #FesBooksAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora