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-Es hora de despertar, Ágatha. -escuché una voz femenina mencionarme.

Una luz cegó mi visión, me cubrí con las manos mi pequeño rostro.

-Bendita sea la luz solar.-me quejé en voz baja.

- Vamos, Ágatha- unas manos me hicieron moverme en el suelo- , es hora de levantarse, pequeña.

Abrí los ojos con mucha lentitud, para que pudieran acostumbrarse al brillo del día. Es normal que no esté acostumbrada a ello, he estado mucho tiempo encerrada en el manicomio.

Esperen... ¡El manicomio!

Me levanté con rapidez, para mi gran sorpresa no estaba en el suelo, había descansado en una mullida cama. Mi mano cubrió ligeramente mis ojos, para ocultarlos del sol, con esa pequeña dificultad busqué a la persona que me había estado llamando.

Era una limpia y cómodo habitación, no muy amplia, con un viejo baúl a la vista, las paredes eran de un tono azul ópalo, habían algunos juguetes sobre mi cama. Muñecas de trapo con las que alguna vez me divertí, ahora no encontraba la gracia de jugar con ellas.

- Por fin despiertas, Ágatha - aquella voz femenina volvió a sonar, dirigí mis ojos hacia ella.

Su rostro, su cabello, toda ella. Desde aquella cabellera castaña hasta esos típicos zapatos de poco tacón color negro me hacían reconocerla.

Era ella, no había duda alguna.

- ¡Tía! - grité saltando desde mi cama hacia ella- ¡Tía Dan! ¡No sabes cuánto te extrañé!

Me abrazó con lentitud y algo se inseguridad, agachaba la cabeza pesadamente.

- ¿Qué sucede, tía Dan?

-Yo...- su voz era un poco temblorosa- Yo no soy tu tía.

Me separé de ella, un poco angustiada, una presión se formó en mi pecho junto con muchas preguntas que no hacían nada más que hacerme sentir inquieta.

-¿Quién es usted?

- ¿No me reconoces, Ágatha?- levantó un poco su rostro, una lágrima recorría su mejilla con lentitud- ¿Es que acaso no me recuerdas, pequeña?

Abrí mis ojos desmesuradamente, sólo hay una persona que es tan parecida a mi tía Dan... Sólo una persona.

- ¿Mamá?- unas pequeñas y transparentes perlas se asomaron por mis pupilas.

Abrió los brazos totalmente mientras me daba una gran sonrisa y trataba de no volver a soltar alguna otra lágrima.

-Mamá...- salté hacia ella otra vez, sin la intención de separarme de ella- No sabes cuánto te he echado de menos, no sabes cuántas veces te he necesitado a mi lado.

- Y tú a mi, mi pequeña.

Acarició mi cabeza con delicadeza, como si fuera una criatura frágil y repartió besos por mi cabeza.

- Ágatha, no debes olvidar algo...

- ¿Qué es, mamá?

Mi amiga la Luna #FesBooksAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora