Parte 2. José

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Al llegar a Egipto, solo poner un pie en la arena ardiendo empezabas a sudar.

Los chicos comenzaron por el primer paso: encontrar a la tía Hortensia. Es una especialista en desiertos y tiene un diploma de la Universidad sobre Geología, Arqueología, etc. 

Cuando llegaron al apartamento donde vivía la tía Hortensia, ella se adelantó:

-¡Hola, chicos! ¡Pero qué guapos estáis! ¡Y cuánto has crecido, Victoria! ¿Cómo te fue el concurso de dibujo, guapa? -Preguntó, refiriéndose a Victoria.

-Pues nada bien, tía Hortensia. ¿Te acuerdas de aquella niña que te hablo muy a menudo por teléfono, aquella pecosa y pelirroja?

Hortensia asintió con la cabeza.

-Pues bien, ¡ella lo ha ganado!

-Victoria, no pasa nada... Ya ganarás otro día... Pero ahora tengo que hablar sobre algo mucho más serio. Ayer tus padres me enviaron un correo electrónico desde México. ¡En el correo ponía que hace tres días alguien intentó robar el halcón de oro, un tesoro arqueológico! Pero aún hay algo peor: ¡el halcón de oro tiene una maldición! -Victoria puso cara extraña- Este mismo año, el Ayuntamiento puso una maldición para quien quisiera robarlo.

-Una pregunta, tía Hortensia -la interrumpió Victoria-, pero este halcón de oro, exactamente ¿en qué lugar se encuentra?

-Nadie lo sabe muy bien, pero creen que en las pirámides hay un túnel subterráneo, y allí abajo está el halcón de oro. Pero no creas en eso, solo son puras fantasías.

-O no -dijo al fin y al cabo Violeta-. Quizá SÍ que hay algún túnel subterráneo, allá abajo. Pero, aún así, sería muy difícil entrar por dentro de las pirámides, ¿no creéis?

La tía Hortensia, al terminar la charla, ordenó seis camellos para montar. A los chicos, al principio, les costaba mucho dirigirlos. Primero, porque eran bastante altos para su tamaño, y, segundo, porque se movían mucho. ¡Sobre todo cuando subes! Si vosotros alguna vez habéis montado en camello, seguramente ya sabréis de qué hablo, ¿verdad?

Cuando todos se acostumbraron más o menos al clima y también a la montura del camello, comenzaron a caminar. Solo caminar unos cuantos pasos, los chicos pensaban que hacía una eternidad que estaban montando. Lo que pasa es que en el desierto, como hay dunas (montañitas de arena arrastradas por el viento) cuesta más andar, y se tarda más.

Cuando por fin llegaron, alucinaron. Las pirámides, al contrario que en las fotografías, ¡eran mucho más grandes! Había cámaras grabando, parejas haciéndose fotos junto a las pirámides, guardias de seguridad...

-¿¡Guardias de seguridad!? ¡¿Desde cuándo hay guardias de seguridad vigilando las pirámides?!

-Sí, Marc. Ahora, desde que el Alcalde puso la maldición esta, hay guardias de seguridad por todas partes...

-Tía Hortensia, por favor, ¿nos dejarías a los rchicos y a mí dar una vuelta por ahí? Ya sabes, para interrogar a la gente y eso por si acaso.

-Y... ¿Y yo puedo ir con vosotros?

Todos se volvieron para ver quién había hecho esa pregunta.

-Ah, ¡hola, José! Mira, esta es mi sobrina, Victoria.

-Hola. Me llamo Victoria, como ha dicho mi tía... y este es mi abuelo. Los otros niños de aquí son mis amigos del Cole.

Cuando terminaron de presentarse, José explicó por qué estaba con ellos. Dijo que les había escuchado decir que había unos túneles subterráneos bajo las pirámides, y como a él le gustan mucho las aventuras, sobre todo las peligrosas, decidió seguirlos. Pero, antes de nada, había que interrogar a diferentes personas.

Los chicos siguieron el camino que José había marcado y a cada persona sospechosa que encontraban por el camino la interrogaban.

-Pero no todo lo que importa es el aspecto físico; bueno, a veces sí -empezó a explicar José-, pero lo que de verdad importa son los gestos que hacen, las expresiones que ponen, dónde viven, cómo te miran... etc.

Interrogaron a un montón de gente para preguntarles si habían visto alguna persona misteriosa por el pueblo, pero ninguno decía algo con sentido. Que uno había visto un fantasma en el pueblo, caminando como un loco; que el otro había visto un monstruo, que si el otro... Al terminar, los chicos estaban cansadísimos. Entonces Victoria se acordó del tótem que sus padres le habían regalado. Lo cogió y empezó a darle vueltas y más vueltas.

-¡¿Pero qué haces, Victoria?! -Le preguntó su mejor amiga, Violeta.

-Es que has bebido algo que te ha sentido mal, ¿Victoria? ¡Jajaja! -Se reían los otros.

-¡Callad! ¡Estoy trabajando!

-Sí, claro, y yo puedo hablar con los árboles, ¡no te digo! ¡Jajaja! -Volvió a reírse Martí.

-Os podéis reír de mí todo lo que queráis, pero luego, cuando encuentre la repuesta, y no os la quiera decir, ya veréis cómo os reiréis mucho más, ya... ¡Ah! ¡Ya está!

Entonces Victoria comenzó a caminar hacia el norte sin esperar a sus compañeros y sin avisar, como si algo la estuviera obligando a hacerlo. Violeta aprovechó ese tiempo tan corto para avisar a la tía Hortensia.

Victoria se paró detrás de las pirámides. Los demás la siguieron a toda prisa. Por suerte llegaron a tiempo, porque Victoria estaba a punto de averiguar si había algún pasillo subterráneo o todo eran fantasías de los Egipcios del pueblo.

Entonces, se decidió. Le dio unas cuantas vueltas al tótem y de un agujero salió un pequeño chip. Todos, extrañados, miraron aquel objeto desconocido. Sobretodo por José, porque hizo la cara más extraña del grupo. Martí, mirando fijamente aquel pequeño chip, tuvo la idea más brillante de todos los tiempos:

-Eh, chicos, ¡creo que he averiguado cómo se puede abrir la puerta!

-Ehm... ¿Qué puerta, Martí? -Preguntó Marc.

-Pues... Ejem...

-Creo que yo ya sé lo que quiere decir -se adelantó Victoria-. Él quiere decir que, si ponemos este chip en algún lugar de la pirámide, se abrirá una puerta y... ¿Veis? ¡Ya se ha abierto! ¡Lo hemos conseguido!





Victoria & Friends: El Misterio del Halcón de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora