«Capitulo 39»

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Dentro de un departamento de pequeño tamaño en la capital francesa, una mujer intentaba calmar al pequeño niño mientras cantaba una canción de cuna sin mucho éxito desde hacía un buen tiempo.

Tenía los brazos cansados por mecer a su hijo que llevaba un buen rato llorando sin razón aparente. La mujer que tenía un pijama de algodón pese a que era la mitad de la tarde, tenía el cabello tomado en un tomate rapido mientras intentaba calmar el llanto que se impregnaba hasta lo más profundo de sus oídos.

Ya estaba entrando en una crisis por no poder calmar a su pequeño, quien contadas veces lloraba.

Llevaba meses de esta rutina, conociendo a su hijo y tomando todo el tiempo posible para darle el mayor cuidado. Había pausado sus estudios a mitad de semestre, prometiendo a sus padres con lágrimas en los ojos que los retomaría en un año, quizás un año y medio maximo.

Temía el haberles decepcionado por el inesperado bebé que llegó a su vida. En las horas que tuvo para conocer a su hijo antes de las visitas que estaban exasperadas al saber de su estado de salud, había tenido horribles y dolorosas ideas de ese momento. ¿Que más podía pensar?

Por suerte sus padres tuvieron una reacción diferente a lo que había esperado. Totalmente diferente. Su madre al verla en la camilla del hospital no pudo contener su sorpresa y corrió a verla y preguntar que fue lo que ocurrió. Cómo se sentía, si tenía dolor, si realmente no había tenido síntomas y si es que si sabía porque no les dijo, también pregunto por los quistes y por su palidez para luego
consolarla al verla tan delicada, diciendo que no fue su culpa, y que podía tomarse cuanto tiempo le hiciera falta antes de que siquiera mencionara algo de sus estudios.

Que si quería podía quedarse un tiempo con ella para ayudarla, o ella podía regresar a Philadelphia y la ayudarían en todo lo que pudieran.

Su padre lloro al ver a su pequeña siendo madre tan joven y sabiendo como fue que ocurrió todo. Lloro por no haberla cuidado como se había propuesto desde que era padre y mencionó en reiteradas veces que no era su culpa. Que había tenido razón hace meses; todo lo que sufrió fue en Estados Unidos y no aquí.

En tres años viviendo aquí no la habían siquiera asaltado, y en un verano con ellos... Oh, se lamento nuevamente.

Su nieto no tenía la culpa de nada, pero era claro quien era el padre y que tanto había dañado a Sienna. Por suerte no hicieron comentarios despectivos o alguna propuesta que le rompiera el corazón. Ambos padres, ahora abuelos, miraron al niño sentenciando en silencio que no tenia padre, y que no era necesario en su vida. No tenían razones para aparentar una falsedad e hipocresía ante la gente. Su hija adulta y estudiante universitaria era madre soltera, no era ni la primera ni la ultima en serlo.

Ellos iban a apoyar a su hija en todas las formas que les fuese posible, y en la medida que su hija lo permitiera.

Grace solo miraba al pequeño bebé y sonreía al ver que era casi como un muñeco. Se subió a la camilla con cuidado y sonrió a su cansada hermana quien le hizo un espacio moviéndose con cuidado por las suturas que tenia. Tomo con cuidado al niño y lo dejó en brazos de su hermana indicándole como sostenerle para que pudiera presentarse como tanto anhelaba. Grace miró las facciones del bebé y no pudo evitar sonreír y mirar a su hermana que la miraba con ternura. Quería mudarle, vestirlo y darle el biberón como con sus viejas muñecas.

Al menos fue un momento no tan agobiante ni frustrante.

Su padre fue el que salió a comprar una cuna al percatarse que Sienna no tenía nada para el niño, pues nunca supo que estuvo embarazada. Se ofreció y antes de que alguna de las mujeres pudiera pronunciar alguna palabra se retiró para ir por la cuna alegando que tenía que tener una para esa misma noche, que debía de armarla y debía de ser una adecuada. Menciono la ropa, biberones, pañales y demás para despejar su mente y maldecir a viva voz a Robert Gray en el pasillo.

𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐚𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora