«Capitulo 44»

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Para Bill, el viento parecía tornarse más helado cuando pedaleo por el que fue su antiguo vecindario. Disminuyó la velocidad al ver la casa que había sido su primer hogar y el de Georgie. Era la misma estructura, solo le habían cambiado el color.

Vio al chico del restaurante, Dean, al que Richie le había gritado, saliendo de la casa con una patineta en la mano. Entonces vio los letreros de las calles y se detuvo. Estaba en la esquina de Jackson y Witcham, en el mismo desagüe pluvial en el que la anciana había dicho que Georgie había desaparecido.

Noto una sombra que se llegaba a proyectar de ahí. Dejó caer la bicicleta mientras caminaba hacia el desagüe pluvial, con el ceño fruncido.

Se arrodilló, su corazón ya acelerado

Vio las manos de su hermano acercándose a él, un barco de papel viejo y arrugado en su mano derecha.

—¿Bill? —preguntó, sonriendo levemente, incrédulo mientras comenzaba a alcanzar los brazos.
Ayúdame... —dijo la voz de Bill.

Toma mi mano, —dijo con una voz más valiente de lo que se sentía, alcanzando el desagüe. —Toma mi mano, —repitió. —Te tengo, —dijo, sus dedos casi rozando el barco de papel.

Estiro su brazo tanto como le permitía sin tener que girar el cuello.

Te tengo. Vamos, —dijo.

Bill, por favor. Ya viene, —gritó la voz de Georgie.

En lugar de que la mano de Georgie tomara la de Bill, la mano fría y muerta de un cadáver podrido, gris y negro, costroso y grotesco, agarró su muñeca. Bill gritó cuando su brazo fue jalado, su cabeza se torció cuando también entró en el desagüe, el dolor se encendió en su cuello, hombros y muñeca donde la mano lo agarró. Cientos y cientos de diminutas manos comenzaron a formarse y agarrarlo, eran las pequeñas y podridas manos de los niños muertos de Derry. Podía escuchar a los niños riéndose de él, de su dolor, de su miedo, de su culpa.

Gritó cuando escuchó la risa burlona de Pennywise.

Bill sintió algo en su mano, el bote de papel, lo supo de inmediato, mientras se alejaba de la alcantarilla, rodando por la calle, el bote de papel, ensangrentado y viejo, casi desmoronándose, en su mano. Podía escuchar a los niños riéndose de él desde el desagüe pluvial, pequeños ojos plateados mirándolo fijamente.

¡Te odio! —lloró. —Te odio... —sollozó.

¿Con quién estás hablando? —le preguntó la voz de un niño pequeño.

Bill miró hacia arriba para ver al chico de antes, Dean otra vez, de pie junto a él. Saltó casi instantáneamente después de una última mirada al desagüe pluvial, que ahora estaba silencioso y vacío. Al menos, a simple vista lo era.

¡Muevete, muevete, muevete! — dijo, agarrando el brazo del niño y tirando de él lejos del desagüe pluvial. —Si escuchas voces de esa alcantarilla, aléjate de ella, —dijo, jadeando.

¿Oyes voces desde la alcantarilla? —Dean le preguntó, sonando y luciendo confundido.

No...—dijo, dándose cuenta de lo loco que había sonado. —No. Solo aléjate de esa alcantarilla... todas las alcantarillas... —dijo mientras tomaba la bicicleta de Bill, el barco de papel todavía en su mano.

𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐞𝐚𝐥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora